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An Wei, el artista que se forjó entre rollitos de primavera

En su corta trayectoria, el pintor madrileño ha participado en diversas exposiciones individuales, gracias a prestigiosas becas como Mario Antolín Premios BMW y el Circuito de Artes Plásticas

El artista An Wei posa en su taller.
El artista An Wei posa en su taller.Cristina Saldaña

Es difícil de olvidar la primera vez que se siente la confianza ajena depositada en uno mismo. Con ocho años An Wei (Madrid, 31 años) se dedicaba a pintarrajear servilletas con el traqueteo frenético de los platos del restaurante chino de sus padres y el olor a rollitos de primavera de fondo. Una tarde el vecino de arriba, vendedor de arte que solía frecuentar el bar de enfrente, le preguntó: “¿Te gusta pintar?”. Él fue quien le presentó a un amigo que daba clases de pintura llamado Mariano, con quien comenzó a realizar copias de cuadros del Barroco español. “Como maestro era muy bueno, me explicaba todos los pasos del proceso desde el momento de la preparación del lienzo hasta los pigmentos que usaban y me lo ponía todo en contexto. Es una formación a la que pocos pueden acceder y jamás me cobró nada”, rememora Wei. La amistad entre maestro y pupilo es tan fuerte que aún hoy continúan viéndose de vez en cuando: “Es como si fuera mi hermano o mi padre”.

En su trayectoria, Wei ha participado en diversas exposiciones individuales y ha obtenido la beca Mario Antolín Premios BMW en 2021 y el Circuito de Artes Plásticas en 2020. “Ganar esas dos becas me cambiaron muchísimo la vida. La parte económica es muy importante, pero es también una forma de dar visibilidad dentro de la escena”, explica Wei, que no entiende la pintura como un fin, si no, más bien como un medio para alterar el espacio, donde el propio espectador pueda formar parte de la obra. Por ello algunas de sus contemporáneas creaciones se encuentran en paquetes de tabaco de liar, o en murales, a la vista de todos, como el rostro infantil que luce la pared de La tabacalera y por el que pasa cada día. “Me gusta la idea de que muchas veces ignoramos cosas a nuestro alrededor que son bellas. Puede haber belleza en la cotidianidad, puede ser digno de ser representada”.

La obra del artista An Wei en el muro de La tabacalera.
La obra del artista An Wei en el muro de La tabacalera.An Wei

Cuando Wei comenzó a pintar acababa de volver de China, donde había estado viviendo algunos años con sus tíos. “Fue un shock. De repente, tenía que compartir habitación con mi hermano, vivir en un bajo muy pequeño, donde parte del salón era el almacén del restaurante”, cuenta. Este se encontraba cerca de San Bernardo y se llamaba Norte de China a pesar de que la familia provenía del sur, y fue uno de los primeros establecimientos de comida oriental que se abrieron en Madrid. An no recuerda un día en el que sus padres no trabajaran a destajo, festivos y domingos incluidos: “He pasado muchos agostos en Madrid, no me fui de vacaciones hasta mucho tiempo después, también porque empecé a trabajar”.

Su primer trabajo fue como frutero para costearse la selectividad, pero en su currículum hay un poco de todo. Desde vendedor de latas en un festival, hasta camarero para costearse sus estudios de Bellas Artes en la Universidad Complutense. “Fueron unos años locos, sin un duro. Me fui de Erasmus un año a Francia. Allí fue donde pasé hambre realmente. Me acuerdo que mis colegas me ayudaban porque no podía, y ya ni hablar de los materiales para pintar, que son carísimos”, recalca Wei. También trabajó en la taquilla del Museo del Prado, donde comía a toda prisa para que le diera tiempo a pasar rápidamente por delante de los cuadros, y en la plaza de toros. “Recuerdo que solo reuní el valor para entrar en una corrida una vez, y me tuve que salir”, confiesa.

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Después de todo el esfuerzo para entrar en la universidad, Wei dejó la carrera a falta de seis meses de entregar su trabajo de fin de grado. “Yo quería ser profesor. Supongo que tenía una idea muy romántica sobre la profesión. Quería devolverle al universo el favor que me había hecho, pero al final durante mis estudios me decepcionaron un poco las expectativas”, reconoce. Fue en esa situación cuando decidió dedicarse al arte por su cuenta, como lleva haciendo desde hace cinco años. Al principio vivía en una habitación en Tirso de Molina que tenía un agujero que conectaba al piso de abajo, por el módico precio de 250 euros. Todo para reducir los gastos que conlleva alquilar un lugar de trabajo. El taller en el que está ahora lo encontró por casualidad, a base de tocar puertas y preguntar por garages. “Los dueños alquilaban cuartos para ensayos de grupos rockeros y me dijeron: tenemos un agujero infame, no sé si te podrá interesar”, dice mientras se encoge de hombros. Si algo ha demostrado el pintor, es que poco importa el lugar a la hora de que se forje el arte.

El artista An Wei posa en su taller.
El artista An Wei posa en su taller.Cristina Saldaña

En el momento en que le dieron la beca, un amigo le aconsejó que lo mejor era que mantuviera los pies en el suelo: “Me dijo: Te tienes que dar cuenta de que eres el mismo artista, la única diferencia es que ahora te han dado un poco de pasta. No eres ni mejor ni peor que antes”. Esta anécdota le sirvió para relativizar todo lo que le estaba ocurriendo, aunque An ve talento en la escena artística madrileña, también en su grupo de amigos del gremio, aunque esto no siempre conlleva un reconocimiento. “Un comentario mío recurrente es: Algún día comeremos bogavante, como símbolo de la riqueza”. La frase ya se ha convertido en una broma entre con sus amigos, con los que comparte penurias económicas. Cuando An empezó en el mundillo, su objetivo era exponer en ARCO. Ahora en vez de sueños por cumplir, prefiere estar más tranquilo con el proceso, y disfrutar de las metas y los bogavantes del camino.

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