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ELECCIONES GENERALES
Crónica
Texto informativo con interpretación

Después de lo de Évole, queremos ver cómo Ana Rosa blanquea a Sánchez

En el programa de La Sexta el presidente anuncia una especie de ‘Kamikaze Tour’ por medios hostiles en una última cruzada por “pinchar la burbuja del sanchismo” como concepto y los estereotipos de malvado de la derecha

Jordi Évole entrevista a Pedro Sánchez en Casa Labra, en Madrid
Íñigo Domínguez

Pedro Sánchez ha pasado al contraataque, y por sus narices que quiere ganar las elecciones a base de salir en la tele, en la radio, y hasta en la carta de ajuste si hace falta. Cualquier día pones el canal ese que solo es un acuario, para dar ambiente, y aparece por ahí buceando. Quizá sobrevalore el poder de los medios, o el suyo propio. Quiere explicarse, hacer ver que no es tan malo, que no es robótico, que tiene su corazoncito, destruir la caricatura de supermalvado de la derecha. Ese fue el gran tema de fondo de la entrevista de la noche de este domingo con Jordi Évole: quiere “pinchar la burbuja del sanchismo” (ese palabro) como concepto. Es un combate contra una percepción, contra reloj.

Siete años después de su primer encuentro en un bar, cuando le acababan de echar del PSOE, este de ahora, cuando teme que le vuelvan a echar, pero de Moncloa, fue en Casa Labra, bar histórico del centro de Madrid. “Aquí se fundó el PSOE”, le dijo Évole, y se lo tuvo que decir dos veces, porque el presidente insistía en hablar de sus croquetas. Se pasaba de coloquial. Luego dijo que frente al fundador, Pablo Iglesias, “el resto somos pigmeos”. También se pasó de humilde, de tan humano que quiere parecer. Aprovechó para colar cómo “esos poderes establecidos capaces de hacer cualquier cosa con tal de mantenerse en el poder” ya conspiraban contra el fundador, igual que contra él, aunque hombre, un poco poder establecido él ya es, con lo que le ha costado.

Pero Évole pasó enseguida al usted y a las preguntas serias, le cortó en cuanto empezaba con el piloto automático (“ya veo que usted viene a tope con el argumentario”) y le dijo que quería una entrevista distinta, porque ya llevaba muchas. Lo cierto es que le salió. Incidió en aspectos, digamos, de idiosincrasia de Sánchez, que son la clave del asunto, porque es lo que más fastidia a los que le detestan. Se centró en el personaje. Sobre todo, en la imagen de sus contradicciones, de su frialdad táctica, esas cualidades malévolas. Por eso la entrevista estuvo bien, e imagino que a Sánchez también se lo pareció porque pudo explicar lo que nunca explica (a veces es inexplicable, y con lo del Sáhara y Marruecos volvió a sufrir) o no le creemos cuando lo hace.

Sánchez definió enseguida el marco de juego, “una estrategia trumpista” contra él que tiene tres frentes, y enumeró: la deshumanización del adversario político, el cuestionamiento de resultados electorales cuando no son los que a ti te gustan y el incumplimiento de la legalidad. “Esto que llaman el sanchismo es una burbuja que han inflado en base a tres cosas: mentiras, manipulaciones y maldad” (esta fue la idea fuerza que llevaba apuntada, la dijo una decena de veces). “¿Pero algo mal habrá hecho?”, le preguntó Évole. Cambió de tema.

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La primera pregunta buena, de esas que te mueves en el sillón a ver qué dice, fue cuando admitió que ha dado “cero” entrevistas a Ana Rosa Quintana, Vicente Vallés, Carlos Herrera, El Mundo, Abc y La Razón, por este orden. “¿Se ha olvidado de la gente que no le vota?”, le preguntó Évole. “No he parado de trabajar, no he tenido cuatro años normales”. En fin, que ha estado muy liado. Pero ha dado entrevistas a otros, y reconoció un error que en realidad no lo es, pecar de bueno, por lo malos que son los demás: “He evaluado mal la fuerza corrosiva de muchos argumentos que se han propagado en estos medios”. No dejó de decir que ve “desproporción” en los medios con un predominio de la visión conservadora, así que anunció que ahora se pone a dar entrevistas en campo enemigo: “Tengo que estar en todos los programas para pinchar esa burbuja de mentiras, manipulaciones y maldades”. Supongo que Federico Jiménez Losantos, aunque no le citaron, colapsaría la centralita de La Moncloa para pedir la vez, pondría cianuro a enfriar y llamaría al afilador.

No hay manera de saber si Sánchez improvisó o tenía preparado esto de la gira que podríamos denominar Kamikaze Tour. Sea como sea, tiene morbo y centrará la atención en él. Aunque le tiene que salir bien, claro; se trata de llegar con las dos piernas a las elecciones. También será ocasión de ver cómo se desenvuelve algún gurú de la derecha cabreada, que una cosa es hacer monólogos para despotricar y otra una entrevista seria. A algunos les quitas los bulos y se quedan en nada. Sánchez hasta reconoció que ha sido un error no ir a El Hormiguero (irá la semana que viene): “Creo que tenía que haber ido muchas más veces a lo largo de estos últimos cuatro años para desmontar algunas de las cosas infundadas sobre mí”. Y ya hizo reserva para Ana Rosa: “Espero ir pronto a su programa”. Así que, españoles, quedáis advertidos, pasará Sánchez por vuestras casas en horario familiar para que veáis que no se come a nadie.

Pero lo cierto, y es mérito de Évole, es que ya hizo él las mismas preguntas, o mejores, que habría hecho alguien que le odia. Hubo una larga lista de preguntas con mala leche. Por ejemplo, tras mostrarle vídeos donde decía que nunca pactaría con Bildu y ERC: “¿Usted tiene un problema de credibilidad?”. Sánchez se lo había estudiado, y argumentó socráticamente: “¿Mentir qué significa? Mentir significa decir que algo a sabiendas de que no es verdad, con el propósito de engañar. Eso es una cosa. Mentir es el 11 de marzo y ETA. Rectificar o reconocer errores es otra cosa bien distinta. ¿Que yo he cambiado mi posición, por ejemplo, sobre la política que teníamos que seguir en Cataluña? Eso es evidente”. Y dijo que Cataluña ahora está mucho mejor que en 2017 o 2019, que es verdad. Toda esta parte, la más resbaladiza para él, la defendió bien. Encontró la piedra filosofal para todos los ataques de ese flanco, Bildu incluido, en esta idea: “Lo importante no es con quién pactas, es para qué”, un lema delicado, por cierto, si se aplica al PP y Vox. “Si me preguntan ¿usted con quién pactará para lograr un avance social? Con cualquier partido”.

La parte más personal siguió en la misma línea y fue la más lograda. “Le veo como que le falta naturalidad, autenticidad a la hora de comunicar”, dijo el periodista. “Yo no soy perfecto, Jordi” (frase de la noche, paren las máquinas). “¿Le cuesta mostrarse vulnerable?”. “No, pero en la pandemia la ciudadanía no me pedía eso, me pedía seguridad, y yo no la tenía”. El tramo de la pandemia fue interesante; lo contó bien e hizo confesiones. Al principio tuvo covid su mujer, sus padres y su suegro acabó en la UCI. Dormía dos horas y se despertaba empapado en sudor. “Los médicos de Moncloa me dijeron que tenía un nivel de estrés que no había sufrido a lo largo de mi vida”. ¿Ha llorado? “Pues claro que sí, en la pandemia he llorado de rabia y de frustración”. ¿Ha tenido que ir al psicólogo? Dijo que no, aunque sí en el pasado y no habría tenido problema en ir. Pero no quiso parecer un famoso más que hace público lo mal que lo está pasando (no es muy electoral que digamos). La que sí lo ha pasado mal es su mujer, admitió, con los ataques que ha recibido. ¿Lo que más le ha dolido? “El intentar asimilarme a mí y al PSOE a ETA”. La guinda fue esta pregunta: ¿Estos cambios de opinión suyos han obedecido más a la convicción o a la estrategia? Porque la respuesta fue maravillosa: “Para mí es convicción, ahí está el resultado”. Una contradicción en sí misma que hubiera firmado Woody Allen. Lo mejor fue cuando por fin admitió su error más importante, con gesto compungido, porque en realidad tampoco hizo eso, sino señalar el de otro, y Évole ni se lo había preguntado: la chapuza del solo sí es sí.

Al final volvió a los poderes económicos que situó detrás de terminales mediáticas. No entró en detalles: “Siga la pista del dinero, de los sobresueldos y de aquellos que piensan que este país es suyo”. Los poderes en la sombra dieron muchos minutos, demasiados. Évole le tiró de la lengua por si funcionaba como en la entrevista de hace siete años, pero Sánchez ya no se mojaba. No sé si quedó algún banquero de una caja regional por el que no le preguntó con nombre y apellidos, pero parecía que era solo por el placer de citarlos en la tele, en plan transgresor, de Florentino Pérez para abajo, porque Sánchez respondió mecánicamente que tiene con ellos una relación “profesional”.

Pedro Sánchez salió airoso, la entrevista le salió bien. Y ahora estamos deseando que vaya a ver a Ana Rosa y Federico, para ver cómo se despedazan, o incluso dialogan, y a ellos les acusan de blanquearlo. Si al final gana, lo mismo hasta puede ser mérito suyo.

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Sobre la firma

Íñigo Domínguez
Es periodista en EL PAÍS desde 2015. Antes fue corresponsal en Roma para El Correo y Vocento durante casi 15 años. Es autor de Crónicas de la Mafia; su segunda parte, Paletos Salvajes; y otros dos libros de viajes y reportajes.

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