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La Mina Fortuna, de Valencia, se convierte en un proyecto modélico y pionero que recupera un espacio degradado para la naturaleza

El LIFE Tecmine deAdemuz ha recreado un paisaje natural en las zonas ya explotadas que evita la erosión y reduce los costes empresariales

mina
Una aspecto de la Mina Fortuna antes y después de la intervención.LIFE TECMINE

El Rincón de Ademuz es una isla valenciana entre Teruel y Cuenca. Pura España vaciada, por su baja densidad de población y porque de allí salen recursos para todos. De su Mina Fortuna se extraía caolín, una arcilla blanca con la que se fabrican los sanitarios para nuestros cuartos de baño, y sílice, unas arenas de cuarzo con las que se hace el cristal. Pero el precio a pagar por estas explotaciones a cielo abierto es alto, por su impacto directo en la vida natural de la zona y porque suponen un enorme puñetazo visual, que golpea durante décadas a quienes viven allí y a quienes van de visita. Ahora, un proyecto impulsado por la Generalitat con financiación europea ha rehabilitado el yacimiento. Lo ha hecho con un sistema pionero que ha logrado replicar un paisaje mucho más parecido al original y que por su diseño y por una mejor elección de su nueva vegetación es mucho más resistente a la erosión y, por tanto, más sostenible y eficaz económicamente.

En total se ha trabajado sobre 27 hectáreas en las que se han plantado 10.000 plantas de más de treinta especies. “A partir de un espacio degradado hemos creado un modelo de restauración ambiental y de oportunidades para la biodiversidad”, apuntó la consellera Isaura Navarro, tras recibir el proyecto el premio ciudadano de la ‘EU Green Week’.

El proyecto LIFE Tecmine nació de una maldición, la de las lluvias torrenciales que suele haber cíclicamente en el arco mediterráneo, y de un golpe de suerte con el que la mina hizo honor a su nombre. “Con la forma de llover que tenemos aquí, el sistema de bancales y canales muchas veces se iba al garete y había que rehacerlo continuamente. Hablamos con la Universidad Complutense porque sabíamos que estaban estudiando un sistema para manejar mejor el agua. Hacía falta dinero y pedimos un proyecto LIFE de la Unión Europea en 2016. Les gustó, pero solo había dinero para tres y nos quedamos fuera, pero en 2017 renunció uno y pudimos entrar. Fue un poco un milagro”, explica Juan Uriol, de 64 años, coordinador del proyecto por parte de la Conselleria.

Para obtener la financiación europea, que ha sido de un millón y medio de euros, no se trataba solo de hacerlo, sino, sobre todo, de establecer un manual que otros puedan seguir. “Lo que quieren ellos es que se pueda replicar en otros sitios”, subraya Uriol. De momento ya hay proyecto paralelo en el Alto Tajo, se ha replicado este en Cuenca y se han interesado por él desde Suecia a Colombia e incluso la propia Generalitat ha pedido fondos Next Generation para hacerlo en huecos mineros abandonados.

Rehabilitar una hectárea de una mina a cielo abierto cuesta entre 30.000 y 50.000 euros y la clave para sacar adelante el proyecto era que estuviera de acuerdo quien lo tenía que pagar: la empresa explotadora, en este caso la belga Sibelco. “Se lo propusimos, hicieron números y les sale. De la otra manera era un poco más barato de inicio, pero luego tenían que mantener y ahora no han tenido que volver”, remarca orgulloso Uriol.

“Es la cuadratura del círculo”, asegura el profesor en la Universidad Complutense de Madrid José Francisco Martín Duque, de 55 años. Generalmente, las empresas acumulan el material que extraen y no se vende y realizan una especie de pirámide maya de bancales. “Inicialmente, es eficiente económicamente y estable, pero el agua se acumula en las zonas planas, se erosiona y se acaba rompiendo”, explica el profesor, que es experto en geomorfología, la tecnología en la que se basa esta nueva forma de rehabilitar. “Es un modelo pionero en Europa y que lo hemos traído de Estados Unidos. Se diseñan por ordenador las escombreras que replican paisajes originales, lomas en las que circula el agua de manera natural. Se integran muy bien visualmente y son estables frente a la erosión a largo plazo. Su funcionalidad posibilita nuevos usos, de paseos a vida natural, pero, sobre todo, crea un punto de encuentro”, defiende el profesor.

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Porque, aunque no lo parezca porque las tenemos asociadas a los combustibles fósiles, cada vez hay más minas. “Decir ‘no a la minería’ es fácil, pero, por ejemplo, ¿de dónde sacas el litio para las baterías? Necesitamos las minas, aunque está claro que no a cualquier precio. Necesitas hacer un trabajo impecable y esto puede ser un punto de encuentro”, explica Martín Duque.

Lo difícil es cuadrar el círculo. “La minería genera mucho rechazo, nadie la quiere cerca, pero es hipócrita porque todos nos beneficiamos. Esto resuelve muchos reparos, del rechazo inicial puede pasar a ser bien vistas por la administración y la población”, reflexiona.

En España, desde 1982 las empresas explotadoras están obligadas a restaurar los yacimientos al acabar de explotarlos, pero la legislación tiene, nunca mejor dicho, muchos agujeros, porque hay empresas que quiebran o desaparecen y porque las administraciones han sido laxas en perseguir incumplimientos.

Pero Beatriz Olmo, 41 años, ingeniera de montes y otra de las coordinadoras del proyecto de Ademuz, hay el factor clave: el tiempo. Una mina, recuerda, puede estar abierta 100 años mientras se va explotando una parte del yacimiento u otra y eso hace que si no se restaura paralelamente haya generaciones enteras que no vean esa recuperación.

“Con este sistema es compatible restaurar mientras se explota otras zonas de la mina. De hecho, sale mejor económicamente. La empresa de Cuenca está empezando a rehabilitar mientras sigue la explotación porque es más eficiente porque si lo haces directamente te evitas tener que volver a mover el material, que es lo más caro”, defiende.

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