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“Me he topado con artistas intratables, pero cualquiera vería alterado su ego al ser vitoreado”

El productor y manager Vicente Mañó celebra los cuarenta años de Tratos, la empresa que profesionalizó su pasión e impulsó la música en directo en la Comunidad Valenciana

Vicente Mañó, en una imagen cedida por el promotor.
Vicente Mañó, en una imagen cedida por el promotor.

Tiene edad ya para jubilarse, pero dice que no piensa en ello. Que tiene la suerte de haber convertido su hobby en profesión. Que se volvería a dedicar a lo mismo si tuviera una segunda vida. Que morirá trabajando en lo suyo. Y que le apena la gente que no tiene vocación, aquellos que están esperando jubilarse “para liberarse”. La gran mayoría, en esencia. Por las manos de Vicente Mañó (Valencia, 65 años) han pasado algunos de los músicos valencianos de más éxito fuera de sus confines naturales (Presuntos Implicados, Comité Cisne), pero también algunas de las citas más celebradas de la música en directo en la Comunidad Valenciana a lo largo de las últimas décadas: desde conciertos seminales, como los de Depeche Mode en Arena Auditorium en 1984 o Nina Hagen en Isla en 1984, organizados junto a Carlos Simó, hasta el llenazo de Alejandro Sanz en el estadio Ciutat de València en 1998, otro concierto suyo en La Marina Norte (donde nadie los ha vuelto a hacer) en 2013 o aquel bolo gratuito por la celebración de la Fórmula 1 que programó a Juan Luis Guerra, Gloria Estefan y La Quinta Estación (cercenado por un aguacero) en el cauce del Turia en 2008, en el lugar exacto donde hasta hace poco se disparaban las mascletás.

Todo empezó con un pequeño festival que montó cuando apenas tenía veinte años y estudiaba empresariales, con Remigi Palmero y tres artistas más (cuyo nombre le cuesta recordar) girando por discotecas de Xàtiva y Tavernes de Valldigna. “No tenía ni puñetera idea y sé que me hostié”, recuerda. Pero aquel fue el primer escalón – tras pasar por la mili – para acabar montando Tratos, la empresa que desde 1983 lleva produciendo conciertos ininterrumpidamente. Apenas quedan productores y promotores musicales en València que puedan decir lo mismo: llevar cuatro décadas en el tajo. Y en su caso, sin vacas flacas. “Jamás las he tenido: he currado como un cabrón, eso también”, afirma. Su oficina de la calle Guardia Civil, donde lleva casi veinte años, no muestra signos de decadencia. En nuestra charla, me sorprende cuando le pregunto por sus gustos musicales más arraigados: “Soy del hard rock de los setenta, la música con la que crecí, cosas como Led Zeppelin, Deep Purple, Uriah Heep, Aerosmith o incluso Rolling Stones, aunque también me emocionen artistas de ahora que no tienen nada que ver, como Imogen Heap o John Mayer”, comenta, antes de confesar que no le gusta nada Bad Bunny.

Vicente Mañó forma parte de una generación de profesionales de la música en directo que aprendió sobre la marcha. Dándose batacazos. Sin másteres, sin cursos especializados, sin consejeros que pudieran instruirles sobre cómo producir un espectáculo. Porque no existían. Su hornada es la de los pioneros. De hecho, hasta publicó un libro explicando su trabajo, cansado de que en las cenas y encuentros con amigos no supieran muy bien a qué dedicaba su tiempo: se llamó Así funciona el negocio de la música (2016), escrito a medias con Javier Bori y con prólogo de su amigo Miguel Ríos. Y en su caso, su labor se extendió también al management durante una buena temporada: “Cogí a Betty Troupe, producidos por Nacho Cano (Mecano), quien me conocía por su hermano José María, y a Comité Cisne con su primera maqueta, en medio de un ciclo político en el que el PSOE fomentaba los conciertos gratuitos en los ayuntamientos, las salas dejaban de ser competitivas y el management empezó a crecer, y así llegó el sello Intermitente que fundé con Carlos Simó, para el que fichamos a Presuntos Implicados, Comité Cisne y Blue Moon” cuenta.

Vicente Mañó con Alejandro Sanz en una imagen cedida por el primero sin datar.
Vicente Mañó con Alejandro Sanz en una imagen cedida por el primero sin datar.

Como con tantos sellos pequeños de la época, acabaron fagocitados por una multinacional. “Warner fichó a Presuntos y Revólver: nos hicieron una oferta irrenunciable y me desentendí del sello”, dice, aunque siguió llevando el management de músicos de alcance estatal sin por ello irse a Madrid. “Era la única oficina que llevaba grupos nacionales sin estar en la capital, junto a Íñigo Argomániz, de Get In, que llevaba a Duncan Dhu”, rememora sobre aquellos tiempos, ya en los noventa, en los que Alex y Christina, David Summers, Cómplices, Los Ronaldos, Nacho Cano o Seguridad Social pasaron por su tutela. Nunca quiso vivir en Madrid: “La calidad de vida en València es incomparable, allí me hubiera ahogado, hubiera vivido solo para el trabajo”, afirma.

Discotecas y salas de conciertos como Burbuja en Ribarroja, Espiral en L’Eliana o Barraca en Sueca, por las que podían pasar músicos como Siouxsie and the Banshees, Alaska, Radio Futura, Nacha Pop, Inmaculate Fools, Aztec Camera, Psychedelic Furs, Nitzer Ebb o Flesh For Lulu, se agolpan entre los recuerdos más lejanos de un productor y promotor que también se hizo fuerte en la Plaza de Toros (hasta 42 bolos) y en los tradicionales conciertos de Fallas en la Alameda, que produjo durante catorce años. Hoy en día, tiene claro que “la cultura no debe ser gratis”, y que “el artista sabe que tiene que generar lo que cobra”, algo que explica – es la oferta y la demanda – que algunos de los precios de grandes conciertos se hayan disparado.

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Sigue pensando que hay cierta burbuja en los festivales, con muchos buenos profesionales y otros tantos oportunistas (no le gustan aquellos que agotan entradas sin haber anunciado un solo artista de su cartel), y reconoce que el trato con los grandes artistas está sometido a egos: “Me he topado con muchos que se convierten en gilipollas intratables, pero son humanos, cualquiera de nosotros vería alterado su ego al ser continuamente vitoreado”, dice. Lo que nos lleva al corolario final: “Yo antes elegía artistas, ahora elijo buenas personas, porque puedes tener pericia o habilidad, pero si no tienes bondad, puedes ser importante pero no excelente”. Una máxima que, junto a la del “trabajo bien hecho, sin mirar la peseta más allá de lo que te corresponde, que es algo mucho más beneficioso a largo plazo”, quizá sea la clave de su sólida longevidad en el negocio.

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