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cómic
Crónica
Texto informativo con interpretación

Un fanzine para náufragos

Ceferino Galán lleva más de treinta años editando una miniatura para supervivientes

Tomàs Delclós
Ceferino Galán, autor del fanzine 'El Naufraguito'.
Ceferino Galán, autor del fanzine 'El Naufraguito'.Gianluca Battista

“Tenemos un futuro, pero no un futuro prometedor. O sea, nada digno de soñar”. Ésta es una de las miles de oraciones (laicas) que pueden leerse en El Naufraguito, un fanzine del que se han publicado 135 números y ha cumplido, tachín-tachán, 34 años. Es un librito de 16 páginas, una obra artesana que siempre lleva una, digamos, manualidad, como una tarjeta para pedir perdón, un corazón de cartón intacto para el caso de que te hubieran roto el otro o una entrada para ser espectador preferente de tu propio combate. Eso último, en el número 76, dedicado al boxeo, donde se explica que “la vida es boxear y boxear desgasta”. Para colmo de males: “En el boxeo no se puede citar a Novalis”. Una alhaja editorial que ha sido premiada dos veces en el Saló del Còmic de Barcelona y que participa con todo merecimiento en el Arts Libris de Barcelona. En cada ejemplar hay una “bolsa marsupial” donde se cobija un mininaufraguito. Y tanto portento por 3,50 euros. Al margen de todo eso, ahora ha sacado tres cajetillas minúsculas con tres micronaufraguitos en cada una de ellas sobre el querer, los celos, el engaño…

Su editor vive en Barcelona y se llama Ceferino Galán. En Internet no hay biografías detalladas. Con paciencia llegas a saber que nació en Badajoz en 1950, que ha publicado libros de artista, que ha sido poeta y pintor, que en verano practica la escultura, que no expone, que estudió en la Massana y en la Escuela de Artes Aplicadas, donde aprendió las destrezas para editar un libro. Cuando nos vimos para esta crónica añadió que había sido empleado de banca. “Entonces era una profesión maravillosa porque a las tres de la tarde todos estábamos en la calle con la mente limpia, sin arrastrar problemas profesionales. Eso, y una prejubilación a los 51 años, me permitió tener mi tiempo”.

Y practica el juego de la ocultación a la hora de explicar quién escribe y fabrica El Naufraguito. En entrevistas ha asegurado que una redacción recibe los textos de náufragos de mil procedencias. Pero en esas mismas entrevistas da alguna pista para desmontar su embuste. Por ejemplo, que ha recibido originales de Ronald Reagan. Además, algún amigo suyo ha explicado que Galán trabaja solo y lo hace todo: corta el papel, compagina, escribe, encuaderna, grapa y distribuye.

Las firmas apenas se repiten y van desde la de un sociólogo jubilado a un filósofo cáustico, etc. Galán debe ser el escritor con más heterónimos. “Pretendo que se vea El Naufraguito como un mundo y no se esté pendiente de quién ha escrito esto o aquello. Tengo dos fuentes: testimonios de gente y lo que la sociedad te va dando, lo que encuentras. Soy un hombre gris, pero si voy por la calle y descubro, por ejemplo, un pequeño detalle singular en un edificio, y no estoy hablando de monumentos, me considero descendiente de la persona, también gris, que lo puso. Por eso digo que El Naufraguito no es algo únicamente mío. La vida son los estímulos que te vienen y, también, los que lanzamos”.

El Naufraguito, escribe, es el boletín de la Isla Naufragio “y los náufragos han sobrevivido a una rutina devastadora y ahora les queda el cansancio, el hartazgo de ver que no hay arreglo posible”. En El Naufraguito hay amargura, pero también humor. Es un exorcismo seglar contra la pesadumbre sin proponer ninguna esperanza. Galán predica la pachorra. “En la vida puedes meterte en un berenjenal y has de hacer lo posible para no complicarla. Los náufragos no han sabido gestionar su propia vida. Recomiendo la pachorra, la indiferencia a los incentivos que la sociedad (los políticos, las religiones…) te propone. No debes responder a sus propuestas. La solución es la indiferencia, que no me incluyan en sus desvaríos.”

El Naufraguito nació como anexo de El Nàufrag que editaba un amigo. Pero en 1991, aquella publicación terminó y Galán persistió. Un episodio fundacional de lo que ahora es este fanzine se da con el hallazgo de un manuscrito, “lleno de faltas de ortografía”, donde una persona contaba su biografía. “Había tenido una vida muy desgraciada, pero el texto empezaba diciendo ‘yo soy quien soy y no me cambio por nadie’. Publicamos un par de páginas en el número cinco. La chulería de este primer náufrago nos dio la pauta. Empezamos a cambiar, a tener ironía, sarcasmo…Algo consustancial con lo que han vivido los náufragos. Sobre la esperanza te diré que puedes alcanzarla si te quedas en tus límites. No hay esperanza para el mundo. La hay para determinadas personas”.

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En el número 100, el fanzine se hizo el harakiri, pero no era ningún anuncio de abandono. En el 101 subió al cielo y en el 102 vio que en el cielo no había paraíso. “Simplemente quisimos ir al cielo. Si en un fanzine no puedes hacer lo que te dé la gana estás arreglado. No tienes que dar explicaciones a nadie. La primera edición tiene una tirada de unos 150-200 ejemplares. Y cuando se acaban podemos ir haciendo nuevas tiradas más pequeñas. La gente no es consciente del arma tan maravillosa que son un ordenador y una impresora. Cuando estudié tipografía tenías que colocar las letras en la minerva. Se descolocaban y no disponías de todos los tipos. Ahora los tienes todos. Era algo impensable”.

La calidad, mucha, de la escritura de El Naufraguito la sostiene aplicando el sentido común. “Tengo que entender como lector lo que escribo. Y el relato ha de entretener, enseñar, decir cosas que no sabías, sorprender, hacer pensar, acompañar…”. Galán admite que la voz es masculina, “pero un 60% de los lectores son mujeres”. “La mujer está más interesada en la cultura y en el fanzine hay la idea de que los hombres somos más imperfectos”.

Y Galán termina con un anuncio. Antes de Sant Jordi saldrá una antología de textos del fanzine. El libro se titulará La revolución solo te tiene a ti. Lo edita la valenciana Ladrón de calcetines con ilustraciones de Nacho Casanova y prólogo de Isabel Coixet. Para pensar, para disfrutar.

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