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Barcelona
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Nuestros Nigel Farage y la Superilla

El populismo del gran valedor del Brexit, opositor también al peaje urbano de Londres, tiene similitudes con quienes se oponen a la peatonalización de Consell de Cent

Consell de Cent
Ciudadanos pasean y reposan en el paseo de Consell de Cent, este jueves.Kike Rincón
Francesc Valls

Después del fracaso del Brexit, su gran valedor, Nigel Farage, ha encontrado nuevo empleo: se ha convertido en cruzado del derecho a circular en coche contaminante. La causa que guía al apagado faro del euroescepticismo británico es luchar contra la tasa de 12,5 libras –14,5 euros– que el alcalde laborista de Londres, Sadiq Khan, obliga a pagar cada vez que un vehículo contaminante sale a las calles. Farage se ha manifestado ante Westminster, rodeado de pancartas con inscripciones como “¡Parad la mentira del aire tóxico!”. Unos sacuden el árbol –Farage y su Reform UK– y otros –los tories– tratan de recoger las nueces.

En Barcelona el populismo también goza de buena salud, a Dios gracias. No utiliza las formas estentóreas del paladín nacionalista británico. Es más sutil en las formas, pero persigue objetivos similares: que el coche vuelva por sus fueros, aunque sin negar frontalmente el estado de emergencia climática. La transformación urbanística emprendida por Ada Colau no ha escapado de su particular pira. La asociación Barcelona Oberta –que agrupa a buena parte de los grandes ejes comerciales y promotores turísticos de la ciudad– ha logrado que un tribunal tumbe el eje verde de la calle Consell de Cent para pasmo de vecinos y buena parte de comerciantes de la zona. El equipo de gobierno socialista –corresponsable en su día con los comunes de haber tomado esta decisión– ha anunciado que recurrirá la sentencia al Tribunal Superior de Justicia de Cataluña.

En realidad, los denunciantes pretendían que el fuego purificador alcanzara a Colau, como tantos lobbies han intentado con un récord de denuncias y querellas, la mayoría desestimadas. No es ningún secreto la escasa simpatía que la exalcaldesa despertaba entre los grandes poderes establecidos. Pero las llamas han llegado tarde. Ahora el alcalde es el socialista Jaume Collboni y con el recurso –Fomento del Trabajo Nacional ya se ha lanzado con entusiasmo a establecer comparaciones entre Consell de Cent y las obras en Via Laietana– los denunciantes pretenden dar un aviso a navegantes de que las decisiones políticas deben estar tuteladas por ese viejo y conocido olor a orden natural.

En Barcelona, la dialéctica entre poder político y poder establecido es antigua en lo que peatonalización se refiere. En 1973, durante el franquismo, el alcalde Enric Masó inició la del Portal de l’Àngel barcelonés contra el criterio de más de medio millar de comerciantes. Luego se dieron cuenta de que vendían más. Ahora Portal de l’Àngel es una de las zonas más codiciadas. En 1993, Pasqual Maragall hizo la primera supermanzana alrededor del Born y muchos se llevaron las manos a la cabeza: iba a ser una ruina. La realidad se ha encargado de desmentirlo. El alcalde de los Juegos Olímpicos publicó en 1995 el bando Los derechos de los peatones para limitar el tráfico de vehículos privados. Todo un desafío.

Ahora y contra el sentido de la historia, una juez de lo contencioso administrativo obliga a que Consell de Cent vuelva a su anterior estado –que los coches campen a sus anchas–, pues la decisión –según la sentencia– debería haberse tomado cambiando el Plan General Metropolitano y con más estudios económicos y de movilidad. No importa que la Generalitat avalara hacerlo sin esta modificación. Tampoco es relevante que el Tribunal de Justicia de la Unión Europea condenara en diciembre pasado a España por el incumplimiento sistemático de la norma de calidad del aire en Barcelona y Madrid. Igualmente parece tener escaso interés que alrededor de un millar de personas fallezcan anualmente en la capital catalana a causa de la contaminación. Lo importante es marcar territorio. Luego, si es preciso, se matiza que no es necesario volver al viejo Consell de Cent.

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