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elecciones municipales
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

“Que us bombin”: El patricio perdió los papeles

En realidad, lo pactado entre Trias y Maragall era un cúmulo de vaguedades que como siempre que hay pactos políticos de alcance quedan para concretar en la vida del más allá

Xavier Trias se dirige a Jaume Collboni después de ser nombrado alcalde de Barcelona.Foto: ALBERT GARCIA | Vídeo: EPV
Francesc Valls

La derrota no conoce de condiciones sociales. Xavier Trias, un hombre de orden, un patricio que ve difícil llegar a fin de mes con un salario inferior a 3.000 euros, perdió los papeles el pasado sábado cuando Jaume Collboni le arrebató la Alcaldía de Barcelona, esa perla de la corona que tenía a tocar gracias a sus méritos electorales. Trias tenía cerrado un pack de supervivencia y mutuos auxilios procesistas con el gran perdedor, Ernest Maragall (ERC). No dejaron detalles al azar. Todo debía ser amor y lujo en ese matrimonio pensado para hacer de la necesidad virtud y así perpetuar la endogamia independentista. Las carteras estaban repartidas. Incluso algunos comisarios políticos de Junts recorrían desde días antes de la investidura las dependencias municipales preparando listas de colauistas a purgar. Las invitaciones a la consagración del triunfo del seny habían sido cuidadosamente distribuidas para que nadie faltara a la fiesta. Desde algunos de la vetusta Convergència del 3% —como Artur Mas— hasta los autoconsiderados reprimidos por el Estado español, como Laura Borràs. Se respiraba fraternidad intergeneracional entre la vieja y la nueva Convergència gracias a los oficios negociadores de Xavier Trias. Y, de pronto, como si de un amante despechado se tratara, en un intento desesperado de evitar la celebración del sacramento matrimonial, el PP y los comunes dieron la campanada. Como diría algún notable comentarista deportivo que también cultiva la profundidad política: “¡Sorpresa en las Gaunas!”

En realidad, lo pactado entre Trias y Maragall era un cúmulo de vaguedades que como siempre que hay pactos políticos de alcance quedan para concretar en la vida del más allá. Para Junts y ERC lo que estaba claro es que cuatro tenencias de alcaldía iban a ser para los ex convergentes y dos para los republicanos. Sobre el tranvía, el tráfico rodado y otras cosas, todo quedaba para resolverse en el futuro, Dios mediante. La vivienda, contra cuya ley votó Junts, debía ser cosa de consenso a 30 años vista. De los alquileres y pisos turísticos quedaron para hablar más adelante.

Los socialistas iban como un papel en blanco. La Alcaldía les cayó del cielo gracias a la alianza insólita contra natura de los comunes y los populistas de derecha del PP, que con su actuación en Barcelona —como en Vitoria— quisieron blanquear sus pactos con Vox. El único discurso político de la soirée del Saló de Cent fue el de Ada Colau. El resto fueron resentimientos, disculpas e intentos vanos de autojustificación. La alcaldesa actuó como Sansón ante los filisteos, después de haber molido grano en Gaza: hizo caer el templo del dios Dagón con los líderes enemigos dentro. Prefirió morir dentro del templo antes que volver a entregar la ciudad a los gestores del 3%. A Xavier Trias, viendo caer el techo, no le quedó más remedio que acudir al vulgar “que us bombin a tots!”. El educado patricio perdió los papeles, pero fue muy aplaudido por los suyos. Mientras, para pactar ayuntamientos y diputaciones vale todo. Incluso apoyar a quienes dieron luz verde al 155. Son cosas del querer o del poder.

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