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“Bona nit malparits”: Sopa de Cabra hace suyo el Sant Jordi en el cierre de la gira de conmemoración de los 30 años del álbum ‘Ben endins’

El grupo, secundado por un gran número de invitados, sale de nuevo triunfador del recinto en una noche para recordar

Un momento del concierto de Sopa de Cabra anoche en Barcelona.
Un momento del concierto de Sopa de Cabra anoche en Barcelona.Alberto Paredes (Europa Press)

Ha pasado mucho tiempo, pero algunas cosas no cambian, no cambiarán hasta el final. Por ejemplo que Gerard Quintana comience saludando “bona nit malpartits” como si fuese ayer, en aquellos lejanos inicios de los noventa cuando su grupo publicaba el directo Ben Endins, cuya gira de celebración cerraron el sábado en el Sant Jordi, lleno de “malparits” y “malparides”. Los gritos que siguieron al saludo fueron respondidos, como antes, por voces en tonos agudos y como siempre el rock tomó la palabra para que Sopa de Cabra hablase en ese recinto que tan buenos recuerdos les trae. Y pese a que su primera pieza, Tot queda igual cierra la primera estrofa con “avui no em sento un triomfador”, el grupo de Girona sí que podía sentirse así, tras una travesía de décadas en las que Gerard Quintana no ha renunciado ni a su melena, ese estandarte rockero que es aún hoy tan simbólico como el Blujins rock, pieza sencilla, declaración de intenciones que salió a defender con Sopa Guillem, el cantante de Búhos, primero en una larga lista de invitados que pasaron por escena. Una noche para recordar, todos, músicos y público, que aún están aquí, en pie, fieles a ese rock que el tiempo se esfuerza en envejecer.

Por eso el concierto tuvo mucho de celebración. Público ya granado, veinteañero hace treinta. También público, juventud incluida, que se ha ido añadiendo en la carrera de la banda, uno de cuyos grandes éxitos, Mai trobaràs sonó bien pronto, haciendo hormiguear la pista del recinto y las gargantas de quienes lo ocupaban. Más invitados al escenario, en este caso Ginestà y The Tyets que se sumaron al cantante de Búhos para darle un aire más actual a la pieza y situarse bajo las alas de Sopa, “los abueletes” de la noche. Xarim Aresté, el más rockero de la tropa, entró para hacer la stoniana No vull canviar de pell mientras en la pantalla situada tras el escenario enseñaba imágenes de un Gerard más joven, viéndose que entonces lucía cabello más corto que anoche. Genio y figura de este rockero que recordó a quienes se han quedado por el camino y que con el paso del tiempo no ha visto sino reforzado el compromiso ético y estético que contrajo quizás incluso antes de saberlo. Seguir con El carrer dels torrats abundó en esta idea de grupo despeinado que sabe mirar en las barras de los bares, un ámbito natural de su música.

La noche, emocional aunque no lechosamente nostálgica, perfecta para mirarse en el espejo y no verse al fin y al cabo tan mal, reforzó los lazos de pasado, presente y futuro mediante los invitados, en general distantes del registro estilístico de Sopa. Por eso Suu, Els Amics de les Arts, David Rosell, Alfred García, Els Catarres, David Carabén, Joan Dausà, Ramón Miravet, Judith Nedderman y Núria Moliner reforzaron esa sensación de celebración y de continuidad necesarias para que Sopa de Cabra, y por ende los presentes, no fuesen y se sintiesen sólo parte del ayer. También rebajaron algo la tensión musical del espectáculo, ya que las dinámicas de los conciertos tienen en los múltiples invitados una dificultad a superar. A menos que te llames The Band y te filme Scorsese. Pero como la noche representaba también un homenaje implícito al rock catalán y a su hipotético legado, el paso de tanto músico por escena pareció más un auto homenaje colectivo que una suma de egos lisonjeándose.

Y la trama musical de la noche tuvo en un repertorio clásico las cuentas de su collar musical. El boig de la ciutat, El sexo, No tinguis pressa, Podré tornar enrere, El far del sud, Si et va bé y Camins fueron algunas de las perlas más brillantes, con mención especial para L’Empordà, que tuvo dos tomas, la última como despedida del concierto con los invitados. Fue el cierre de un espectáculo sencillo, una banda de rock, luces mayormente blancas y una pantalla para hacer cercano el escenario; el espectáculo que hace treinta años marcó un cénit y evidenció lo que hoy se sabe, que la música joven puede vivir en catalán. Entonces todo era virginal y las banderas flotaban sobre las cabezas del público. Hoy no parecen necesarias, ni una se vio en la noche, pero ahí siguen Sopa de Cabra y todos los demás que volvieron a hacer del Sant Jordi un mojón del camino. Sin mecheros, ahora con móviles.

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