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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Esto no ha terminado

El procés puede haber acabado; los problemas que lo engendraron, no y hay otros sobrevenidos que reclaman soluciones inmediatas

Una imagen de la manifestación de la Diada de este domingo.
Una imagen de la manifestación de la Diada de este domingo.Carles Ribas
Miquel Noguer

Al final, el principal abucheo que se llevó el president Pere Aragonès durante la Diada de ayer no fue por su supuesta tibieza independentista. Quienes intentaron sacarle los colores con una sonora protesta fueron los vecinos del barrio Besòs-Mar, que denunciaban el abandono al que les someten las administraciones con la aluminosis que sufren sus viviendas, casi todas de protección oficial y situadas en el rincón menos instagrameable de Barcelona. Tampoco las cuidadoras de atención domiciliaria, hartas de doblar turnos, dieron tregua a Aragonès y al resto de políticos que se acercaron al monumento a Rafael Casanova para la ofrenda floral de rigor. Denunciaban que, pese a las promesas, el servicio sigue privatizado y en manos de una empresa cotizada sin que sus condiciones hayan mejorado.

La Diada de ayer dejó varias rendijas para que se colaran en el discurso público algunas realidades incómodas tras una década monotemática durante la que solo se ensalzaba una unidad “del poble” —más voluntariosa que real— y en donde apenas había espacio para nada que no fueran esteladas. No existe la tan cacareada unidad en Cataluña. De hecho, hay un auténtico divorcio entre las bases y los principales partidos, particularmente Esquerra Republicana. Pero tampoco la hay en el constitucionalismo, que, pasado el momento álgido del procés, ya no tiene dónde agarrarse para articular un discurso unitario.

Las Diadas son traicioneras. Emiten señales tan potentes como difíciles de descifrar. Que se lo digan a Artur Mas, que interpretó la de 2012 como un mensaje de barra libre a su reivindicación de un nuevo sistema de financiación para Cataluña y se pegó un batacazo en las urnas apenas dos meses después. Lo mismo puede pasar ahora. Ayer se vio una manifestación más bien discreta para los estándares que se han manejado en Cataluña en los últimos 10 años. Pero una cosa es dejar de coger el coche para bajar a Barcelona, como han hecho reiteradamente cada Diada miles de catalanes de la Cataluña interior, y otra dejar de votar a partidos independentistas. Se llamen Junts, ERC, CUP o las siglas que salgan de la operación política que está apadrinando la ANC. Habrá que prestar atención también al nuevo y potente discurso que está emitiendo Òmnium Cultural, que no quiere seguir actuando como simple comparsa de la ANC. Òmnium, con 190.000 socios, llama a pasar página y a buscar la independencia por nuevas vías: “La fórmula de estos cinco años de bloqueo ya no sirve”, resaltó ayer su presidente.

El otro riesgo a la hora de interpretar la radiografía que dejó la jornada es que el Gobierno o los partidos nacionales vean el declive en la participación —cuatro veces menos asistentes que antes de la pandemia— como una señal de que lo de Cataluña ya está arreglado. No lo está. Quedan muchos malestares pendientes de canalizar, comenzando por la situación del expresidente de la Generalitat Carles Puigdemont, huido de la justicia española en Bélgica. Y lo que es peor. Vuelven a emerger problemas y preocupaciones que ya se hallaban en la génesis del procés. Además de la amenaza de recesión de la que nos alertan todas las instituciones internacionales, en Cataluña han reaparecido déficits que el independentismo utiliza y utilizará a favor de su causa. El más sangrante es la falta de financiación de la Generalitat, aunque es algo compartido con tantas otras autonomías que esperan desde 2014 un nuevo modelo. Hay otro problema urgente: la mejora de las infraestructuras ferroviarias y particularmente Cercanías. Ciertamente, como sostiene el Gobierno, nunca como estos últimos tres años se había trabajado tanto para revertir la situación, pero el déficit inversor acumulado, la desatención histórica y los problemas sobrevenidos, como el apagón informático total del pasado viernes, reclaman soluciones inmediatas. El procés puede haber acabado; los problemas que lo engendraron, no.


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Sobre la firma

Miquel Noguer
Es director de la edición Cataluña de EL PAÍS, donde ha desarrollado la mayor parte de su carrera profesional. Licenciado en Periodismo por la Universidad Autónoma de Barcelona, ha trabajado en la redacción de Barcelona en Sociedad y Política, posición desde la que ha cubierto buena parte de los acontecimientos del proceso soberanista.

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