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OPINIÓN
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Barcelona: turistas y perros

Ha vuelto la ciudad de los 12 millones de visitantes, con precios y espacios de los vecinos alterados y las calles hechas un cisco

Cruceros Barcelona
Terminal de cruceros del puerto de Barcelona, en el que los barcos ocupaban más de un kilómetro uno detrás del otro, el pasado 13 de mayo.Carles Ribas (EL PAÍS)

Uno de los lamentos más recurrentes de los barceloneses es que Barcelona está demasiado turistizada. La queja se agudizó por contraste cuando se levantaron las restricciones de la pandemia. Han vuelto los megacruceros, las fiestas en los pisos y los alborotos en las calles de los barrios de moda. Los vecinos de la Sagrada Família, del Poblenou y de Sant Antoni, de Ciutat Vella, por decir algunos puntos calientes, no bien pisan la calle que ya se encuentran con marabuntas de extranjeros atónitos. Ha vuelto la Barcelona de los 12 millones de visitantes.

Las rutinas, los precios y los espacios del vecino se ven muy alterados. Tomar algo vale más, el abarrotamiento te hace sentir expulsado, tu descanso nocturno pende de un hilo y la calle está más sucia. Un buen ejemplo es el de los alumnos de la escuela Sant Felip Neri, que ven su plaza-patio llena de grupos con guía y que, cuando la cierran para el recreo, se sienten dentro de una jaula zoológica.

Más mental que activa, mi guerra particular es contra las cuadrillas de guiris que van en bicicleta (en patinete, en segway, pronto será con vete a saber qué) por la acera cuando paseo con mi hija. En segundo lugar, pondría que el transporte público, metro y autobuses se convierten en borregueros a todas horas. Finalmente, y no es un tema menor, tanta presión humana produce una plusvalía del deseo, Barcelona sube en el ranking, pero también se da un incremento de suciedad ambiental.

No sé cómo se puede solucionar, canalizar tanto malestar. Pedir menos turistas tiene visos xenófobos. Exigir una regulación y una desescalada no está en ninguna agenda política y tenemos las pruebas. Sí sé que la calle y las zonas verdes (se llama espacio público desde los Juegos Olímpicos) están hechas un cisco. Pero no todo es culpa del turista. Los perros se han multiplicado por ocho en 20 años. Igual que el extranjero, estos me son ajenos, no pertenecemos a la misma especie, ellos están de juerga cuando merodean y yo no. El año 2002 había en la ciudad unos 20.000 perros registrados. Hoy son 170.000, la misma cantidad que los barceloneses de entre 0 y 12 años.

Se me dirá que es normal, que con la pandemia la soledad se tradujo en mascotas, pero no es verdad: la tendencia viene creciendo desde mucho antes. Se me dirá que los perros, como los turistas y los niños, también tienen derecho a corretear por Barcelona, y no seré yo quien sostenga lo contrario. De todos modos, el ensuciamiento que procede del turista no está en mis manos y el de mis hijas puedo asegurar que tiende al grado cero. Ahora bien, con la canización de la ciudad tengo mis dudas. Ya veo a los vecinos, algunos, con sus botellitas de agua y sus bolsitas de heces, pero estoy seguro de que ellos también lo ven: por allí por donde pasan dejan un rastro maloliente, una cantidad considerable de mugre perruna. Las zonas verdes acaban trituradas, las esquinas bañadas en ácido úrico y los alcorques podridos, y lo saben.

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