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El manga le gana la batalla a la lluvia y al puente

El Salón de Barcelona vive su segundo día con lleno absoluto, pese a la ausencia de autores japoneses

José Ángel Montañés
Salon del Manga Barcelona 2021
Un joven asistente al Salón del Manga de Barcelona con el 'cosplay' de Son Goku.Albert Garcia (EL PAÍS)

En la provincia de Barcelona viven 2.341 japoneses. Una cifra que representa solo el 0,1% de la población. Por eso llama la atención el éxito de lo nipón que es capaz de arrastrar aquí a miles de personas cada vez que se celebra el Salón del Manga. El año pasado hubo que conformarse con lo virtual por la pandemia. Por eso había ganas de pasearse por los pabellones de la Fira de Montjuïc para disfrutar del mundo del cómic de origen nipón y de lo que lo rodea. Tantas, que el viernes, el primer día de apertura, sorprendió la cantidad de gente que pasó “pese a ser un día laborable y con clase”, como decía uno de los vendedores de una de las editoriales que tenía una de las colas más largas de todo el salón en la mañana de este sábado. De hecho, las entradas para los cuatro días se agotaron en 24 horas cuando se pusieron a la venta el 18 de octubre, con picos de 1.500 al minuto.

Este sábado, pese a la intensa lluvia de la mañana; al puente de Todos los Santos que ha hecho que medio millón de coches salieran de la ciudad y la ausencia de los autores nipones, obligados a hacer cuarentena al regresar a Japón, los otakus vivieron una intensa jornada entre los suyos, comprando los últimos mangas editados —a una media de ocho euros, menos el 5% de descuento—, con la posibilidad de llevárselo firmado; comprar el muñeco de tu personaje favorito (entre 10 y más de 100 euros); degustar comida japonesa; aprender a escribir japonés; jugar online; ver películas; asistir a duelos entre dibujantes y comprar bebidas y dulces orientales como los que hace 10 años trae al Salón desde Elche la tienda Friki Masters que usa como emblema una Dama de Elche con antifaz.

Dos los asistentes al Salón del Manga con el 'cosplay' de sus personajes favoritos.
Dos los asistentes al Salón del Manga con el 'cosplay' de sus personajes favoritos. Albert Garcia (EL PAÍS)

Pocos se resisten a llevar algún detalle que les identifique como parte de este ecosistema japonés: unas orejas, una gorra, una peluca de chillones colores o la mascarilla (obligatoria) customizada, mientras el resto de su vestimenta es normal. Pero son muchos, cada vez más, los cosplay que reproducen sus personajes de anime favoritos: Son Goku, Arale, Sailor Moon, Todoroki, Huan Cheng, Wei wu Xian, Muithiro y algún infiltrado, como Manostijeras, Spiderman o el Sombrerero loco de Alicia en el País de las maravillas. Todos se pasean de forma acompasada y parándose ante el que les pide una foto, adoptando la pose o el gesto que los identifica. Naiara se inclina y tensa el arco de su personaje Ganyú, mitad humana y mitad diosa, para posar, mientras su novio Yeray, estoico, la fotografía con quien se lo reclama. “No pensaba que fuese a tener tanto éxito. Acabo de entrar y no puedo dar un paso”, dice esta joven de 17 años venida desde Lliçà. Jiami y Genesis, con aspecto de ser las únicas japonesas de verdad, son en realidad “medio chinas”, según ellas mismas dicen. Tienen 16 años y ya estuvieron el viernes. “Nos sentimos muy bien aquí porque la gente tiene nuestros gustos. Es una forma de hacer una pausa de las clases. Lo peor es la lluvia”.

Como ellas, la mayoría de las personas que van de puesto en puesto llenando los 70.000 metros cuadrados de los pabellones, son adolescentes, que han venido solos o acompañados de sus padres o abuelos. Como Javier, vestido con una capa que le arrastra y una máscara de la que sobresalen unas canas que delatan que ya ha pasado los 50. “He venido con mi nieto, para que conozca este mundo”, dice sin soltarlo de la mano. Otras como Odri y Jenifer, cosplays de Akame Ga Kill y Leoni, son compañeras de trabajo de 30 y 31 años, respectivamente y no paran de hacerse fotos con todo el que se lo pide. “El martes a trabajar, pero ahora nos lo pasamos muy bien”, explican.

El ministro de Cultura, Miquel Iceta, haciéndose una foto con un 'otaku' disfrazado con su 'cosplay', en el Salón del Manga de Barcelona.
El ministro de Cultura, Miquel Iceta, haciéndose una foto con un 'otaku' disfrazado con su 'cosplay', en el Salón del Manga de Barcelona.Marta Pérez (EFE)
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A las 12.30, no se sabe si por horario nipón o por la lluvia, muchos hacen enormes colas en los cuatro restaurantes japoneses que ofrecían raciones de teriyaki, onigiri y taiyaki, entre dos y tres euros y las mesas y los suelos se llenan de gente comiendo para tomar fuerzas para continuar.

A esa hora el ministro de Cultura, Miquel Iceta, pasea por el Salón, sin llamar apenas la atención: “La sensación es muy buena. Hay muchas ganas de hacer cosas. La industria está muy atenta a lo que está pidiendo la gente”, explica. También que le gusta ver a las familias juntas: “Es muy bueno, porque muchos ven el manga con miedo, como algo oscuro, pero cuando lo ven se dan cuenta de que es fantasía; es una ficción de un universo alternativo. Es bueno que lo disfruten juntos”. Sobre si le gustaría disfrazarse, asegura con humor: “Ganas sí, pero no tengo el cuerpo. Me disfrazaría de samurái musculoso y muy guerrero, pero creo que no doy”. Por la mañana también visitó el Salón la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, y por la tarde, el presidente de la Generalitat, Pere Aragonès.

Los organizadores no ofrecerán cifras de visitantes hasta el lunes, cuando cierre esta 27ª edición. Pero a tenor de lo visto los primeros días los datos serán buenos. Lo único negativo es que son pocos los que han aprovechado la ocasión para vacunarse contra el coronavirus en el cercano Pabellón 4. El viernes: 16 y hasta mediodía de este sábado: solo tres. “Tienen miedo a la reacción y que les impida volver al día siguiente. Esperemos que entre domingo y lunes se animen y lo hagan”, dice un sanitario con pelucón rubio platino.

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Sobre la firma

José Ángel Montañés
Redactor de Cultura de EL PAÍS en Cataluña, donde hace el seguimiento de los temas de Arte y Patrimonio. Es licenciado en Prehistoria e Historia Antigua y diplomado en Restauración de Bienes Culturales y autor de libros como 'El niño secreto de los Dalí', publicado en 2020.

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