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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La izquierda y los enfadados

El progresismo tiene que reconstruirse sobre sí mismo, no a remolque de la derecha. Y diferenciándose de esta, porque ahora mismo su principal problema es que cuesta saber qué aporta de distinto

El debate entre Melenchon y Zemmour.
El debate entre Melenchon y Zemmour.BERTRAND GUAY (EL PAÍS)
Josep Ramoneda

En términos racionales, las negociaciones entre el PSOE, Unidas Podemos y los demás socios parlamentarios para aprobar los Presupuestos sólo pueden acabar en un acuerdo. La ruptura sería un suicidio para todos o para casi todos (el matiz se refiere al PNV, que siempre ha demostrado cintura para adaptarse al que manda y seguir obteniendo réditos). No entiendo qué fantasías puede hacerse el PSOE si la legislatura acaba en punta. El sueño de crecer a costa de los frustrados electores de Ciudadanos me parece limitado, salvo quizás en algún territorio concreto como Cataluña. Y, desde luego, Unidas Podemos, descabalgada del poder entraría en la típica fase de explosión tan característica de ciertos sectores de la izquierda. ERC y compañía poco podrían obtener, condenados a la épica testimonial frente al regreso de la derecha —ahora ya plenamente fortificada por Vox— al poder.

Sin embargo, la política la hacemos los humanos, un especie con natural tendencia al despropósito. La irracionalidad en la lucha por el poder transmita por dos caminos que marcan distancias con la realidad con el único objetivo de crear una atmósfera que atrape al ciudadano, aún a costa de sus intereses. Estas dos vías son las estrategias comunicacionales: las frases de impacto que intentan regalar los odios de la gente con lo que se supone que quieren escuchar. Y los discursos transcendentales —en los que la patria como realidad superior es ahora mismo el recurso permanente— con el que se pretende imponer deberes morales aún yendo más allá de lo razonable. Y que tienen un corolario: la construcción del enemigo, con preferencia en los tiempos que corren por el enemigo de la patria y el extranjero pobre. Es decir, el racismo. Creando así una espesa nube en la que muchos ciudadanos quedan atrapados. Es la estrategia del enfado, de especular con la irritación de los perdedores, de los que van quedándose arrinconados en un mundo en que las brechas, empezando por las, salariales no tienen límites.

Jugando con dos palabras de la lengua francesa, Jean Luc Melenchon, el líder de la “France Insoumise”, invita a la izquierda a recuperar a “los fachés no fachos”, los cabreados no fascistas. Lo que, como se ha demostrado en su últimas iniciativas, no deja de ser un reconocimiento a la extrema derecha y la derecha radicalizada. Realmente, ¿Melenchón aportó algo a la izquierda aceptando un debate en televisión con Eric Zemmour, la estrella ascendente de la extrema derecha? Más bien le legitimó. Y sólo cabría una interpretación demasiado retorcida para ser cierta: dar cancha a Zemmour podría perjudicar a Marine Le Pen y dejarla sin plaza en la segunda vuelta de las presidenciales abriendo una oportunidad a la izquierda.

Hay mucha gente enrabietada —y con razón— con la que a la izquierda le cuesta conectar. Pero no estoy seguro de que se deba ir a buscar a los electores frustrados de la izquierda en el espacio de la derecha, porque creo que más bien están en la abstención o perdidos en los minifundios de una izquierda cada vez más fragmentada. Y, sin embargo, yendo al territorio de la extrema derecha lo que se hace es dar protagonismo a sus temas: la construcción de la inmigración como enemigo (el racismo), esta transferencia de lo religioso en lo político que es la verdad patriótica y la restricción de libertades individuales, con el feminismo como chivo expiatorio.

La izquierda tiene que reconstruirse sobre sí misma, no a remolque de la derecha. Y diferenciándose de ésta, porque ahora mismo su principal problema es que cuesta saber qué aporta de distinto, en la medida en que acaba casi siempre plegándose a las exigencias del sálvese quien pueda en que vivimos desde que entramos en la senda nihilista del neoliberalismo. Es decir, a la izquierda corresponde demostrar que sí hay alternativas. Y si no es capaz de afirmarse en un espacio propio, sólo acabará siendo arrastrada por el imán del autoritarismo posdemocrático.

En España, la izquierda está ahora mismo en el poder. Y con una coalición de amplio espectro, que lo que debe aspirar es a crecer desde sí misma y no embarrancarse en territorio ajeno. El PSOE ha vuelto a caer una vez más en las tentaciones de la derecha. Con una renovación del Tribunal Constitucional que mantiene la contaminación política que está desprestigiando a los poderes del Estado. Basta ver todo lo que se está sabiendo de los dos nuevos miembros a propuesta del PP. A la hora de decantar la balanza, la derecha siempre encuentra complicidades en la izquierda. Nunca al revés. ¿Ha olvidado Sánchez aquel día en que sus compañeros le mandaron a la reserva para facilitar la presidencia a Rajoy?

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