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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Simone Biles desde Cataluña

Hace ya muchas décadas que los discursos sobre las virtudes del cuidado y la vulnerabilidad han ido conquistando la hegemonía en ámbitos como la universidad, los medios de comunicación o el arte

La gimnasta y campeona olímpica Simone Biles.
La gimnasta y campeona olímpica Simone Biles.MIKE BLAKE (Reuters)

Sabíamos que en los Juegos Olímpicos encontramos la continuación de la guerra por otros medios, pero es la primera vez que la protagonista es la guerra cultural. Aunque las viejas rivalidades nacionales siguen regalándonos anécdotas, la herida que definirá los Juegos de Tokyo no es el corte entre civilizaciones, sino un tajo de Occidente consigo mismo. Hablo, claro está, de la renuncia de Simone Biles a competir en determinadas pruebas aduciendo problemas de salud mental, que hace una pareja ideal con la contrafotografía de Djokovic rompiendo la raqueta tras perder como si fuera un niño enfurecido. Son los dos memes perfectos para que los magmas que corren por debajo de todos los debates que tenemos hoy en día estallen como un volcán. El progresismo woke se abalanza sobre Biels mientras los neocons encuentran en Djokovic la última esperanza.

La gracia del caso Biles es que pone la guinda que una tendencia histórica reclamaba. Hace ya muchas décadas que los discursos sobre las virtudes del cuidado y la vulnerabilidad han ido conquistando la hegemonía en ámbitos como la universidad, los medios de comunicación o el arte. Pero la competición deportiva resistía como el pueblecito de Asterix. Es una cuestión de lógica intrínseca: el deporte funciona como el reservorio de los ideales clásicos de esfuerzo, competición y autoexigencia, que son defendidos como prácticas virtuosas con consecuencias positivas en todos los aspectos de la vida y la sociedad. Lo novedoso es que una atleta adapte parte del vocabulario fabricado desde lugares con un largo historial de crítica de este clacisimo moral: seguro que las virtudes del deporte había tenido sentido en un pasado remoto, nos dice la izquierda woke pero lo que necesita el mundo contemporáneo es moderar las pulsiones competitivas, en ningún caso ensalzarlas.

La tesis neoconservadora es diametralmente opuesta: los problemas de la humanidad en los últimos años no vendrían de un exceso de estrés, sino de un exceso de relajación. Desde esta perspectiva, el ascenso de Occidente sólo fue posible porque la alianza entre meritocracia y racionalismo científico despertó el mundo del sueño conformista medieval, cuya lógica, por cierto, se daría la mano con la de los anticapitalistas actuales. Animados por una pulsión clasiquísima y deportivísima de mejorar, los hombres de un lugar del mundo se dieron cuenta de que el igualitarismo que les había vendido el clero sin duda los igualaba, pero por abajo. Desde entonces, todos los avances de la humanidad se habrían producido gracias a la presión cultural por querer jugar al juego hasta el final.

Evidentemente, el debate es tan viejo como la humanidad e irresoluble desde la teoría. Los humanos nos beneficiamos tanto de la competición como del cuidado, y sólo los giros imprevisibles de la historia premian o castigan una forma u otra de conjugar nuestras contradicciones. Es perfectamente posible que un cambio de valores hacia una cultura que ponga la empatía y la vulnerabilidad en el centro produzca una sociedad más estable y cohesionada, incluso más creativa, ideal para afrontar retos del siglo XXI. Es igual de imaginable que el futuro pertenezca a aquellos que actualicen el modelo conservador con formas de organización social hipercompetitivas, como propone, por ejemplo, el Partido Comunista chino. Lo único que nos dice el ajetreo alrededor de Biles y Djokovic es que en Occidente hay un disenso muy cargado sobre algo que antaño había puesto de acuerdo a todo el mundo.

¿Hay que explicar por qué desde Cataluña nos interesa tanto esta guerra cultural? El independentismo ha intentado surfear todos los presupuestos de los movimientos sociales woke , incorporando sus contenidos (feminismo, ecologismo, digitalización), pero, por encima de todo, su forma: la política como arte de acumular empatía desde la exhibición de vulnerabilidad. La hegemonía en la sala de máquinas no solo ha sido siempre esta, sino que ha vuelto a emerger victoriosa electoralmente tras fracasar en sus objetivos, y sigue siendo la única filosofía política disponible. Como la mayoría de los que quieren apropiarse de Biles, desde Cataluña se extraen conclusiones de su discurso, pero nadie se pregunta cómo cambia el sentido de las ideas de la atleta cuando estas se expresan desde un historial de sacrificios y victorias tan tremendos como el suyo.


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