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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La Cataluña educada

Mantengo diferencias educadas con la propuesta de las buenas gentes que están detrás del Manifest Koiné que reclamaban “la reversión de la práctica de subordinación del catalán al uso del castellano”

Manifestación de SCC en Barcelona en 2017.
Manifestación de SCC en Barcelona en 2017.LUIS SEVILLANO ARRIBAS
Pablo Salvador Coderch

Si, además de las dos que aprendí en casa, atropello otras cuatro lenguas europeas, es solo por la porfía de mis padres, quienes me educaron, implacables, en que había de esforzarme siempre por hablar con la gente en su propia lengua. Se me escapó el ruso —era la época del Telón de Acero—, una lástima, pero entonces rusos casi no los había en España y aunque Anna Arkádievna Karénina en francés está bien, no es lo mismo que en el ruso original. Luego, en mi juventud el país se abrió y volvió a Europa. Para bien. Remaché algunas lenguas, aunque tengo la certeza de que la última que hablo entierra a las demás, al menos hasta que, cada vez más cansado, excavo hasta recuperarla. Antes era instantáneo, ahora suele costarme un mes a tiempo completo.

Esta práctica es, además de educada, muy rentable: la gente agradece muchísimo que te dirijas a ella en su lengua y, luego, tantas otras cosas: por ejemplo, coger un diario en un quiosco, sin fijarte en la lengua en que está publicado, resulta cómodo y liberador: sus titulares te enseñan en el acto que todos somos muy parecidos, que miramos por lo propio, es decir, por aquello que criticamos por costumbre y apreciamos sin remedio.

Hablar en la lengua de tu interlocutor es la manifestación más clara de que estás por la persona que está ante ti, de que cuando te estás dirigiendo a ella, no hay nadie más en el mundo: “buenos días”, “bon dia”, “guten morgen”, “bonjour”, “bon giorno”, “good morning”. Hay, claro, una condición adicional: cuando lo dice, mírele, por favor, a sus ojos, el contacto visual es básico y su falta no remeda el mejor acento en la pronunciación de los buenos días. Y si, por último, usted es capaz de esbozar una sonrisa, acabará bien aquello que empezó hace dos segundos. No cuesta. Bueno, no más que la buena educación que le impusieron, afortunado de usted.

Por todo lo anterior mantengo diferencias educadas con la propuesta de las buenas gentes que, desde hace cinco años, están detrás del Manifest Koiné (común, compartido, en el griego hablado en la Grecia helenística y romana): denunciaban el bilingüismo y reclamaban “la reversión de la práctica de subordinación sistemática y generalizada del catalán al uso del castellano”. En la práctica: si un inmigrante colombiano se dirige a usted en castellano, contéstele impertérrito en catalán, lo entienda o no, sin preguntarle antes si lo hace. No estoy absolutamente seguro de que esta sea la manera más educada de responder al otro.

Pero lo sería y mucho con un añadido sencillo. Bastaría con preguntar a su interlocutor si quiere que usted le hable en la lengua del país. Muchas veces, si no las más, le responderá afirmativamente y, por educado, les habrá hecho entonces un favor grande al país mismo y a su lengua. La Cataluña educada gana siempre.

Una opinión extendida entre la clase política catalana es que esta pauta vale para las relaciones privadas, pero no para las públicas: los políticos catalanes habrían de responder siempre en catalán a las preguntas de los periodistas. Mas es un criterio distante y contrasta con la tendencia a contestar en inglés cuando un periodista se dirige a un político en tal lengua. Choca oír cómo así lo hacen a la pregunta de un reportero de The New York Times, pero luego se enganchan en catalán con otro de La Verdad de Murcia. En la vida, mire a los ojos y trate si no de hacer amigos, de ser lo más educado posible.

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Salvadas la educación, la cortesía, el saber ponerse en el lugar del otro, he de escribir que la reivindicación de la lengua catalana como lengua oficial en el territorio catalán es más que razonable y no debería, como ocurre con demasiada frecuencia, levantar ampollas en España. La Cataluña educada puede exigir la territorialidad de la lengua. Pero no su supremacía: esta ha de ceder siempre a la educación.

¿Y qué hay de la exigencia ulterior de que, para trabajar en el sector público catalán, hay que disponer de un buen nivel de catalán hablado y escrito? Pues lo mismo: si el trabajo requiere relación con el público y esa relación es predominantemente lingüística, basta con el filtro adicional de la buena educación. Si no, al menos hay que ser listo: no exigiría a un mecánico o a una joven neurocirujana que vienen de fuera el nivel C de catalán. Ya lo aprenderán.


Pablo Salvador Coderch es Catedrático de Derecho Civil de la Universitat Pompeu Fabra.


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