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El estigma reduce el ceceo: cómo el prestigio lingüístico modula el andaluz

Un investigador de la Universidad de Granada analiza el habla del 70% de los municipios para actualizar el Atlas Lingüístico de la comunidad, sin revisar desde 1973

Mapa del Estudio del habla andaluza de la Universidad de Granada.
Mapa del Estudio del habla andaluza de la Universidad de Granada.Fermin Rodriguez (Fermin Rodriguez)
Javier Arroyo

La última vez que se estudiaron los diferentes acentos andaluces fue en 1973, fecha de la última versión del Atlas Lingüistico y Etnográfico de Andalucía (ALEA). Eran otros tiempos y los resultados publicados correspondían a muestras tomadas en la década de los cincuenta. Ahora, siete décadas después de aquella toma de muestras, el lingüista y especialista en fonética de la Universidad de Granada (UGR) Alfredo Herrero de Haro vuelve a tomar el pulso al habla andaluza con la generación del que se denominará Atlas lingüístico interactivo de los acentos andaluces, un análisis bastante más exhaustivo y completo que aquel ALEA y que revelará, según los primeros indicios, cómo, en general, la búsqueda de ese intangible llamado prestigio lingüístico ha llevado a los andaluces a abandonar o suavizar algunos patrones de pronunciación.

Es lo que ocurre entre quienes sesean, cecean o distinguen esos dos sonidos. Herrero explica que “realmente, estamos viendo una situación similar a otras partes de Europa. En España, distintos rasgos geolectales [la variante propia de cada territorio] están convergiendo con rasgos propios del centro-norte peninsular, la variante de prestigio, lo que se puede asociar a cambios a gran escala en cuanto a niveles de formación académica, movilidad y contacto con hablantes de otras variedades”.

Aunque aún es pronto, continúa, “y el análisis es preliminar, los datos muestran que, desde que se recogieran los datos para el ALEA en 1950, la distinción de los sonidos s y c (fonéticamente θ, en su pronunciación como zeta) se ha extendido en Andalucía, mientras que la extensión del ceceo y del seseo se han reducido. Y parece que la extensión del ceceo se ha reducido más que la del seseo. Esto se podría deber, quizá, al hecho de que el ceceo está más estigmatizado que el seseo y los hablantes ceceantes sufran una mayor presión por corregir su acento”.

¿Y a qué se deben estas transformaciones? “La principal razón es el prestigio lingüístico”, afirma Herrero. “Hay ciertos rasgos lingüísticos que se van estigmatizando y los hablantes, poco a poco, los van abandonando en busca de un acento con más prestigio. Ocurre en todas las lenguas”. Rocío Cruz Ortiz, sociolingüista de la UGR, explica que este prestigio lingüístico es, paradójicamente, un concepto extralingüístico, porque está asociado a la imagen que el hablante cree que proyecta de sí mismo al hablar de cierta forma, generalmente a cierto “complejo de inferioridad lingüística”.

Pero el prestigio, con el tiempo, trasciende de la sensación individual y se convierte en una intuición de grupo de modo que, con el paso de los años, las comunidades van modificando su pronunciación en busca de ese falso pronunciar mejor. “El estándar en España es la variedad centropeninsular que, además, es a la que estamos expuestos mayoritariamente en la comunicación formal y en los medios de comunicación”, explica Cruz Ortiz. Eso hace que se quiera imitar esta variedad en detrimento de la más local.

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El atlas interactivo de ahora no tiene nada que ver con el ALEA del 73. Tampoco en el método de trabajo. Entonces, cuenta el investigador, se hicieron encuestas en 230 localidades y se tardó dos décadas en completar el estudio, que ahora se hará mucho más amplio en tres o cuatro años. El siglo pasado, dice Herrero, “había que acercarse a ciertos pueblos en mulo”, por ejemplo. Los hablantes tenían, además, un perfil concreto: “Hombres de 50 años, preferiblemente que no supieran leer ni escribir, que tuvieran todos los dientes y que no hubieran salido del pueblo”. El método de recolección de esos hablantes era, también, peculiar. “Llegaban al bar, ponían una botella de vino y un paquete de tabaco en la mesa y a ver a quién se invitaba”. Se analizó, por tanto, a gente nacida a principio del siglo XX.

Un nuevo perfil de hablante

Ahora, el perfil de los entrevistados es diferente y eso, en alguna medida, también influye en los resultados. En la primera fase de elaboración del atlas interactivo actual, la toma de muestras parte de una encuesta online y publicitada a través de las redes sociales. Eso supone un cambio radical desde aquellos hablantes analfabetos del ALEA a los jóvenes o personas de mediana edad que están respondiendo ahora y que, por ejemplo, tienen que tener una cierta pericia digital para enfrentar la encuesta. Pero Herrero cree que este es el perfil necesario ahora, el de un abanico amplio de personas desde los 20 a los 60. Con un importante porcentaje de gente en sus 20 y 30 años, nacida en el entorno del cambio del siglo XX al XXI, el atlas interactivo mostrará, respecto al ALEA, cómo es el andaluz de los nacidos un siglo después.

El atlas de Herrero se encuentra ya en la recta final de su primera fase, en la que hablantes de toda Andalucía han completado un formulario online que servirá para darle el primer empujón al estudio. El objetivo, explica Herrero, es conseguir cuatro hablantes, hombres y mujeres, por cada uno de los 500 pueblos seleccionados (de los 785 con que tiene la comunidad). En unos meses ya cuenta con más de 1.500 entrevistas de las 2.000 que buscaba. La segunda fase, ya pueblo a pueblo, consistirá en visitar cada lugar donde no haya conseguido los cuatro hablantes requeridos y, en persona, completar los datos. En este siglo XXI no tiene planificado recurrir al chato de vino y el paquete de tabaco, dice el investigador, sino que lo hará a través de los ayuntamientos.

Herrero ya ha comenzado a analizar los resultados de algunas de las encuestas recibidas. No es tarea fácil. Son 128 pistas de audio que resultan, dice, de cada entrevista. El primer análisis, no obstante, lo hace un programa informático, aunque después, él revisa uno a uno cada resultado. “Es un análisis semiautomático. Primero interviene el ordenador y luego yo”, comenta. Y en caso de duda o discrepancia, la razón la tiene la tecnología por lo general, añade.

La entrevista que completa el hablante, cuenta Herrero —que ha pasado 10 años en Inglaterra y otros 10 en Australia enseñando e investigando―, incluye preguntas abiertas, texto a leer y palabras sueltas, en este último caso, para evitar la contaminación de unos sonidos a otros y para que todos los hablantes repitan ciertos sonidos en un mismo contexto. El nuevo atlas interactivo mostrará, entre otras muchas cosas, “las zonas lingüísticas de interés especial, los lugares en el que se ha reducido el ceceo o el al seseo, los lugares en los que la abertura vocálica es más marcada o la distribución de la pronunciación de la ch como ch o como sh”. El resultado será el más preciso jamás obtenido. En 1919, el Atlas lingüístico de la Península Ibérica recogía una muestra por cada 90.000 hablantes. El ALEA de 1973, “que era muy concienzudo”, especifica, recogía una muestra por cada 25.000 y este de ahora recogerá una por cada 4.500 hablantes.

Será interesante analizar los resultados una vez sean definitivos. Quedan por analizar muchas características del andaluz, como la ch suavizada a sh (de, por ejemplo, Cádiz y Sevilla) o la pronunciación del grupo sc (como en casco, que en algunas zonas se pronuncia introduciendo un sonido similar aunque más suave que la jota o a la hache tras la a). En ambos casos, según los primeros datos del atlas interactivo, son variantes que van a menos y no a más.

Andaluz, variante dialectal

El andaluz no es un dialecto del español. Según la lingüística, un dialecto muestra diferencias léxicas y gramaticales relevantes respecto del idioma del que surge, lo que no ocurre en el andaluz, que sí muestra diferencias notables en la pronunciación. Por ello, la Real Academia de la Lengua considera al andaluz una variedad dialectal, un acento circunscrito a un espacio geográfico determinado que, en Andalucía como en el resto de España, genera a su vez distintos acentos en diferentes ámbitos territoriales. Y ninguno es peor o mejor que otro.


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