La costosa factura del ‘caso Errejón’
Seis voces analizan los retos de la izquierda alternativa, clave en la última década y ahora en riesgo de perder su relevancia en una crisis agravada por el escándalo
El analista electoral Jaime Miquel se ha fijado en que las palabras en torno a la idea de “devastación” se han convertido en usuales para hablar sobre las izquierdas —también desde las propias izquierdas— a raíz del caso Errejón. Por ejemplo, Rita Maestre y Mónica García, de Más Madrid, han acudido a esos términos. Igual que Tania Sánchez, con trayectoria en IU, Podemos y Más Madrid. El actor Luis Tosar dejó dicho: “El caso es devastador para la izquierda de este país”. Afirmaciones así han plagado análisis en los medios y desahogos en las redes.
Aunque la devastación en Valencia —esta física, literal― arrebató por unos días cualquier protagonismo al caso Errejón, esta semana ha vuelto a evidenciarse la convulsión en un espacio político que ya estaba en crisis antes de la dimisión del portavoz parlamentario de Sumar y fundador de Podemos, Más Madrid y Más País, acusado de violencia machista. Mientras Irene Montero se ha referido a Yolanda Díaz como el “mayor error” de Podemos, Antonio Maíllo, líder de IU, ha pedido primarias para forjar una “unidad sin vetos”. Los dos movimientos condensan la contradicción de un espacio marcado por el enfrentamiento, pero en el que la hipótesis de la unidad no desaparece del todo.
EL PAÍS ha preguntado por diagnóstico y opciones de futuro de esa izquierda en horas bajas a seis observadores, todos conocedores de este espectro político, tres con experiencia en el mismo. Ninguno niega la gravedad de la crisis, que lleva a preguntarse si este espacio —al principio dominado por IU, más tarde ensanchado por Podemos y ahora con tamaño intermedio, pero en plena crisis— avanza hacia la irrelevancia. La impresión más extendida es que no se acercará a los mínimos de la peor etapa de IU —dos diputados en 2008—, aunque sí encara una larga resaca en la que se expone a agravar su sangría y perder el protagonismo político que ha tenido en la última década, incluida su presencia desde 2020 en el Gobierno central.
Jaime Miquel: mejor pedazos que cenizas. Con el último CIS antes de la dimisión de Errejón, Miquel (Madrid, 65 años) estima 1,8 millones de votos a Sumar (14 diputados) y 900.000 a Podemos (dos). En el próximo prevé una salida de voto de Sumar, sobre todo hacia el PSOE y la abstención, y por tanto un reforzamiento de Podemos dentro del menguante electorado en disputa. “Lo seguro es que Sumar y Podemos se quedan lejos de los 31 escaños actuales y así sería muy difícil reeditar gobierno”, explica.
Para mantener su relevancia, este espacio debe “recomponerse”, añade. La cuestión es cómo. “Hay dos opciones, desde los pedazos o desde las cenizas. Suena más fácil desde las cenizas: empezar de cero tras otro golpe que lo mande todo al sumidero”, explica Miquel, remedando una idea que no comparte y que basa su optimismo en la tesis de que hacer oposición al PP y Vox facilitaría el rearme. Así que se inclina por reconstruir “desde los pedazos”, es decir, desde IU, Más Madrid, Compromís, comunes, Chunta... A corto plazo, esto exige “acabar con la confusión” en Sumar, también sobre el papel de Yolanda Díaz, que tiene que aclarar sus planes, afirma Miquel, asesor en La Moncloa de 2018 a 2023. A medio plazo, Sumar debe diferenciarse, porque “desde el 23-J ha sido un PSOE con matices”.
El último paso sería la unidad, condición que ve ineludible para evitar que el PP y Vox lleguen al poder. “Los líderes empeñados en cruzar el Atlántico cada uno en su piragua fracasarán. Solo veo una solución: un barco nuevo y un liderazgo nuevo respetado por todos”, dice Miquel, para quien Montero y Ione Belarra deben decidir por qué “pasar a la historia”, si por contribuir a “una solución” que acerque este espacio a su techo actual de 3,5 millones de votos, o por facilitar el poder al PP y Vox.
Lorena Ruiz-Huerta: “violencia” desvelada. En 2018, Ruiz-Huerta (Madrid, 47 años) dejó Podemos ―donde era portavoz en la Asamblea de Madrid— con un alegato contra una política dominada por el “machismo” y las “puñaladas”, advertencia que no ha envejecido mal. Ahora afirma que el caso Errejón “desenmascara a uno de los responsables de instaurar” en Podemos “la cultura de la violencia” a la que apuntaba entonces. La activista se refiere a una “violencia” política basada en el “autoritarismo”, los “hiperliderazgos” y la “verticalidad”. “Sé que las cloacas del Estado han hecho mucho daño. Pero también lo ha hecho esa otra violencia por la que nadie hace autocrítica” señala, incluyéndose a sí misma entre los obligados a esa “autocrítica”.
Ruiz-Huerta ve en Sumar y Podemos proyectos agotados, sin conexión con el “poder popular” y con “líderes que se odian entre sí”. “Cuando te quedan cuatro gatos y has dejado tal cantidad de cadáveres, ya no puedes construir nada. No hay más que heridas. Todos los que impusieron la cultura de la violencia deben dar un paso al lado”, afirma. Esta crisis es, a su juicio, una invitación a incorporar “nuevos líderes” no teniendo solo en cuenta “el caudal de lecturas”, sino apreciando “la empatía y la sensibilidad” en organizaciones con un funcionamiento más “ético”. “Este estado crítico no se soluciona con unas primarias con las mismas personas protagonistas”, concluye.
Luis Alegre: el arraigo local. Las fuerzas que dominan hoy el espacio a la izquierda del PSOE, como Sumar y Podemos, “no van a capitalizar la energía que salga del siguiente ciclo de movilizaciones”, pronostica Alegre (Madrid, 47 años), profesor de Filosofía en la Complutense y cofundador de Podemos. Su generación, dice, está “amortizada” para hacer una política que canalice, por ejemplo, el malestar por la vivienda. Y añade que los referentes futuros saldrán de las calles, como Ada Colau.
Entonces, ¿las organizaciones que hoy ocupan ese espacio están condenadas? No, responde. Pero se adaptarán mejor las que tengan “implantación territorial”, entre las que cita a IU —sobre todo en Andalucía—, Más Madrid y Compromís. “En momentos de reflujo de la movilización, será el arraigo local el que permita realizar la gestión ordinaria del espacio progresista. Pero solo eso. Nada parecido a impulsar o canalizar una ola de ilusión”.
Esa “gestión ordinaria” exige una “sensatez” que incluye la cooperación electoral de Podemos y Sumar para “evitar dispersión del voto y pérdida de escaños”, expone Alegre, que afirma —con un toque risueño, pero no en broma— que su generación deja “una historia tan rica en errores y meteduras de pata” que será útil a la siguiente.
Andrea Donofrio: ojo a Italia. Donofrio (Nápoles, 45 años) advierte de un “riesgo de italianización”, con la “caída en la irrelevancia” de la izquierda alternativa. “Italia demuestra que, ante el egoísmo de sus líderes, el electorado de izquierdas abandona”, analiza Donofrio, profesor de Historia del Pensamiento Político en la Complutense, que ve dos “urgencias” que abordar. La primera, “apartar los egos y mostrar más atención por las preocupaciones ciudadanas”. Justo lo contrario de lo que está ocurriendo, a su juicio, en especial por los choques entre Podemos y Sumar/Más Madrid, que transmiten “falta de madurez, lo que “aumenta el riesgo de desmovilización”. Donofrio valora favorablemente la propuesta de unidad “sin vetos” de IU, si no es “puramente electoralista”.
La segunda “urgencia” es recuperar la bandera de la “rebeldía”, sin la que es imposible sumarse con credibilidad a la protesta social, según Donofrio. “Con mis alumnos compruebo que Pablo Stefanoni [autor de ¿La rebeldía se volvió de derechas?] tenía razón. Muchos ven rompedor llevar la pulsera de Vox y leer a [los autores derechistas] Alain de Benoist y Renaud Camus”, explica. Y cree que con esta crisis llueve sobre mojado: “El caso Errejón abunda en la imagen de una izquierda en crisis, pesimista, frente a una derecha más optimista y sin complejos”.
Cristina Monge: la idea inicial de Sumar. Monge (Zaragoza, 49 años) cree que la crisis precipita una recomposición que ya era necesaria antes. ¿Puede provocar una catarsis que resulte en algo positivo? “Eso es mucho decir, porque la crisis no ha terminado”, responde, apuntando a Más Madrid. La politóloga sí cree que ahora se hace más obvio para todos en Sumar que hay que mover ficha. Y esas fichas, añade, deben moverse hacia su idea inicial: ser un espacio que haga sentirse “cómodas y reconocidas” a un ramillete de “izquierdas plurales ideológica y territorialmente”. Solo una vez logrado ese objetivo, será posible encarar el reto siguiente, la unidad de todo lo actual —incluido Podemos— para formar algo nuevo. “Para eso necesitan caras nuevas, discursos nuevos y una idea aglutinadora. En mi opinión, esa idea solo puede ser la necesidad de frenar a la ultraderecha”, expone.
Clara Ramas: explicarse, no flagelarse. Con alguna reticencia a pronunciarse sobre una crisis “devastadora”, Ramas (Madrid, 38 años) se decide a hacerlo con un enfoque panorámico, sin primeros planos. Las izquierdas concernidas por el caso Errejón, lejos de caer en la autoflagelación, tienen la oportunidad de reivindicar la “buena salud” que ha exhibido el feminismo, justo “el principal caudal de energía” de esos partidos, explica. “Toca explicar que el machismo es un mal que afecta a toda la sociedad, y que ante casos así se toman medidas, se hace autocrítica, se actualizan protocolos”, señala la profesora de Filosofía en la Complutense y exdiputada autonómica de Más Madrid.
¿Con qué organizaciones afrontar el futuro? ¿Con qué líderes? ¿Con unidad de Sumar y Podemos? Ramas, al margen de defender una solución “federal”, cree que estas decisiones deben “subordinarse” a un proyecto centrado en “politizar los malestares sociales por la vivienda, el medio ambiente, la salud mental...”. “El futuro de las izquierdas pasa por ser una herramienta que evite que los problemas sociales sean vividos por cada individuo de forma aislada”, concluye.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.