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Guille Milkyway: “En la música mola ser autodestructivo. Es asqueroso”

Verso suelto en la música española,el cantante y compositor de La Casa Azul se dio a conocer al gran público con su tercer disco, La revolución sexual. Tras más de dos décadas de carrera, sigue decidiendo él, y no la industria, lo que quiere hacer

Guille Milkyway.
Guille Milkyway.Anna Huix
Anatxu Zabalbeascoa

Educado en la zona alta de Barcelona, en el colegio Sant Gregori, heredero del humanismo catalán, Guillem Vilella Falgueras (Barcelona, 49 años) se llama Guille Milkyway porque estaba siempre en las nubes. Vive en Sant Cugat del Vallès desde hace 25 años. Llegamos a entrevistarle y el estudio se ha inundado. Tiene los teclados sobrepuestos como en una tienda. También tiene una ordenada colección de vinilos, casi todos instrumentales: discos de la primera mitad de los setenta, psicodelia de finales de los sesenta o música de librería, “la que utilizan para las aperturas de informativos”, dice. Y añade: “No es exclusiva, pero es mucho más barata”.

Se da a conocer en las letras de sus canciones mezclando melancolía con euforia. “Me quedé calvo con 20 años. Llevo eso de ventaja. Hoy me dicen: Guille, tío, estás igual. Ante un calvo, la gente solo ve la calva. Claro, eso no cambia”.

Lo que sí cambió fue su vida. Con 32 años se atrevió a ser el compositor, cantante y productor que soñaba ser mientras se ganaba la vida vendiendo chocolate (Nestlé) en Andalucía. No quería una vida de competición y falta de escrúpulos. “Es nuestro mundo, pero quise decidir con quién quiero estar y con quién no. Es excepcional dedicarte a tu vocación, pero, ya puestos, quiero hacerlo a mi manera. Cuanto más quede en tu mano, más te acercas, creo, a la felicidad”.

En sus letras aparece mucho la felicidad. ¿Qué es?

Es como de libro de autoayuda, ¿no? Disfrutar lo que haces. Hacerlo como quieres, no pensando en si va a gustar. Me agobia saberme lento, comparado con la velocidad de la industria musical.

¿Y qué consiguen con rapidez?

Eficacia, más pasta y, probablemente, mejores resultados. No defiendo mi producción artesana como más auténtica. Defiendo que me hace feliz.

¿Duda porque podría tener más dinero o éxito en la industria?

No. Dudo porque podría sonar mejor.

¿Desde cuándo sabe lo que quiere?

De niño soñaba con tener el control de mis decisiones. Y con dedicarme a la música.

¿Qué música le gustaba?

Llegué grabando sonidos sobre canciones en un radiocasete de doble pletina. Pero mi acercamiento fue libre al 100%. Iba a las tiendas y escuchaba a Julio Iglesias, a Celia Cruz, a los Beatles, a los Sex Pistols o a la Electric Light Orchestra. Nadie me enseñó nada.

¿Ni su familia?

Nadie decía: “¡Esto es la buena música!”. A mi madre le encantaban los cantautores franceses y Perales. Tiempo de otoño me lo sé de memoria.

Es hijo de farmacéutica.

Ejerció poco porque nos cuidaba. Mi padre hizo carrera en una empresa, Parera, que fabricaba perfumes para supermercados. Defendía que vender un perfume es vender ilusión. Y que la ilusión no podía estar solo al alcance de unos pocos. Estaba orgulloso de vender Varon Dandy. Creo que he recibido una educación que consiste en poder ser autosuficiente, tener criterio y no juzgar a nadie.

Oro.

Sí. Una cosa aburrida de los entornos burgueses es que todo el mundo aparentemente lo sabe ya todo. Tienen una opinión sobre las cosas y sobre la gente. Es como una religión: aquí están las respuestas, ya no tengo que preocuparme. Mis padres nunca han sido así. Por eso no me siento identificado con algunos de los clichés sobre la gente que ha tenido la suerte de tener las necesidades básicas cubiertas. Se lo digo a mis hijos: la razón de ser del Estado de bienestar es que todo el mundo pueda crecer con igualdad de oportunidades ayudando al más necesitado.

¿Cómo consiguió empezar?

Mi programa favorito de radio era Flor de pasión. Juan de Pablos tenía una manera emocional de hablar sobre música. Le llevé mi maqueta. Y fue la primera que sonó al día siguiente: uno de los momentos más importantes de mi vida.

Eligió una discográfica que no le ha puesto presión.

Elefant Records sacó el primer single de Los Planetas. Luis Calvo, su director, fundó el Festival Internacional de Benicàssim. Parten de una máxima: si me interesa un grupo, me interesa que se desarrolle artísticamente como quiera. No romantizo el riesgo. Soy poco valiente. Pero intentar vender en Andalucía siendo un catalán un poco obtuso me vino bien para quitarme de encima la introversión.

¿Es tímido?

Mucho. Hoy menos. A casi todos mis amigos los he conocido en el bar tomando café. Hice el esfuerzo de salir de la cueva porque vi que trabajar solo muchas horas moliéndome la cabeza me daba inseguridad.

Un detalle de la colección de discos de Guille Milkyway en Sant Cugat (Barcelona), donde vive desde hace 25 años.
Un detalle de la colección de discos de Guille Milkyway en Sant Cugat (Barcelona), donde vive desde hace 25 años.Anna Huix

Sus canciones son su diario: “El momento más feliz es cuando tarde, en la cama, me abrazas y dices que quieres quedarte para siempre jamás”.

Bueno…, soy costumbrista en la narración emocional de mi vida. Intento eludir las metáforas. Me encantan músicos como Serrat o Divine Comedy, que escriben en tercera persona historias de otros tal vez expresando algo suyo. Me encantaría saberlo hacer, pero me creo más a mí mismo así.

“Me vas a permitir que salvaguarde mi felicidad, / que siga mi camino”. ¿El fracaso amoroso es un motor musical?

Toda la vida lo ha sido. No es casualidad que la mayoría de la música esté hecha por hombres y mujeres autodestructivos. En la música mola ser autodestructivo. Es asqueroso.

¿Cómo se convierte uno en “una montaña rusa emocional” viniendo del mundo privilegiado que contaba?

No viene ni del entorno ni de lo que tienes. Está en la cabeza, ¿no? He trabajado la disciplina para no dejarme llevar por una vida ajena a la ordenada. Hablo de mí. No defiendo que sea la fórmula de la felicidad. Cimenté mi carrera musical sobre dos pilares: el no prejuicio, que implica no juzgar nada, ni a mí ni a los otros. Y en la no contención, que fue una decisión para La Casa Azul. Me dediqué a esto en solitario porque trabajando en equipo nos ponemos frenos. No quiero contenerme. ¿Sabes esta cosa del sexo tántrico? ¡Pues no! Rienda suelta. Quiero llegar al final. La música que se permite el placer auditivo conecta con música comercial. En las factorías, desde Motown hasta la Velvet, querían hacer una fórmula que fuera un caramelito para la gente. ¿Verdad que nos gusta comer algo sabroso? ¿Por qué hay que añadirle algún problema? A mí me gusta la música experimental, pero en lo que hago, me permito la cercanía. Disfruto del debate intelectualizado alrededor del arte, pero eso no es arte. El arte hace sentir. No hay lágrimas de mierda.

El rock fue el rey. Luego la experimentación. Asegura que el dogma empieza a estar fuera de la música.

Veo que la generación Z, posmilenial, tiene menos prejuicios musicales. Tenerlos es inherente al ser humano. La música que relacionan con su adolescencia es la que les parece la mejor. Sea disco, punk de finales de los setenta, hip hop o gangsta rap de los noventa. Siempre hay gente que dice: “Esto sí que era buena música y no la mierda de ahora”. Cuando te critican, ves a todos los que fueron incomprendidos en sus inicios y sientes la buena compañía.

“Aunque disparen 20 balas sobre mí, y me revienten la cabeza, / aunque se agote la belleza, / aunque vayamos a morir (…) prometo no olvidar que tu luz me iluminaba cuando el miedo me ofuscaba…”. ¿A quién se lo prometía?

A mi pareja, Silvia Sanz, la madre de mis hijos. Ella tenía un grupo y grababa en Elefant Records. Y… no sé si se lo he dicho nunca, pero me compré su single. Me enamoré de cómo cantaba. Pensé: ¿te imaginas despertarte cada día escuchando esto?

Con ella compuso ‘Yo también’, que ganó el Goya.

La canta ella al final de la peli.

Hoy dirige un centro de psicopedagogía.

Es una persona ideológica. Se desvive por cambiar las cosas. Dice que cuando sea vieja hará un disco.

Pero usted se enamoró de su voz.

Luego te enamoras del ser humano. Siento por ella admiración pura. Tiene todo de lo que carezco. Se enfrenta a las cosas y las cambia. Un día llegué a casa fatal. Solté todo. Luego le pregunté cómo estaba. “Hay un niño que es un caso de abuso”. Venía de una entrevista con el padre. Entonces lo vi: ella tiene que hacer que el mundo cambie para ese niño. Y yo me quejo de que el bajo se haya grabado mal.

Defiende la rutina y escribe sobre explotar: “Demasiado tiempo sin perder la cabeza, / demasiado hielo, demasiada anestesia”.

Quiero ver si soy capaz de evitar el tedio en la vida cotidiana. No es racional lo que te lleva a estar bien. Hay una entrevista a Brian Wilson —de The Beach Boys— en la que le preguntan qué quiere decir con sus obras magnas. Y contesta: “Quería hablar sobre el amanecer”. El entrevistador insiste: “Su música es más que eso”. Y él contesta: “He hecho la canción porque no lo podía explicar”. Es eso.

¿Qué va a perdurar?

La obra, ni la interpretación ni la vida. No hablo de la cancelación. Una cosa es que digas que no quieres apoyar económicamente a lo que atenta contra tus principios morales. Pero ¿y si la canción, o la película, ya te ha hecho llorar? ¿Dejarás de sentir?

Su nombre, La Casa Azul, ¿es una máscara?

Quise hacer música sin exponerme, crear un personaje por separar obra y autor. Ideé un grupo de dibujos animados. Pero claro, en los directos salía yo y…, ¿y este puto calvo qué hace aquí? ¿El mundo aquel feliz dónde está? Desde 2017 tenemos una propuesta en directo que transmite algo parecido a lo que quiero decir. Pero el estudio y los directos son disciplinas diferentes.

Guille Milkyway.
Guille Milkyway.Anna Huix

¿Qué cambia?

El estudio es el cine: puedes editar. En el directo, no. Yo haría que la gente se sentara en una sala a escuchar tu disco. Es como si le dices a Isabel Coixet que de su película nueva va a hacer algo distinto cada noche.

Hay explosión hormonal en su música. ‘Qué se siente al ser tan joven’ es un himno.

El punk… es teenager, parecido a lo que es el reguetón hoy: algo generacional que rompe con lo anterior e implica que no lo entienda la generación que lo precede porque si se entiende ya no hará el papel que tiene que hacer. La tensión entre establishment y contracultura se da porque el establishment siempre se quiere apropiar de la contracultura y comerse algo que comenzó rechazando. Cuando lo underground se hace mainstream, aparece otra contracultura. Siempre es así: rechazo y asimilación.

¿Hay alguien libre opinando de música?

En 2017 estuve dando clase en la Academia de Operación Triunfo. Mi entorno decía: “No saben nada, a ver si les enseñas”. La mayoría tenía mucho criterio, que no quiere decir tener conocimiento. ¿Nina Simone o Aretha Franklin tenían mucha preparación musical? ¿Acaso es el conocimiento de la música lo que define el talento artístico? Te da herramientas, pero haberte leído una biblioteca no te hace un gran escritor.

¿Qué hace a un gran cantante?

El riesgo. El duende, la chispa lo llaman.

En 2008 montan Salvemos Eurovisión y va Rodolfo Chikilicuatre.

Me presenté porque me encanta Eurovisión. Pero tuve pánico. Tenía 39 de fiebre durante la actuación. Éramos favoritos y… fui naif. Pero… conocí a Raffaella Carrá. Chikilicuatre fue una apuesta de un grupo de comunicación fuerte, un gran show. No estamos hablando de los valores de la sociedad española. Y, además, David Fernández —el actor— me cayó superbién.

¿El aplauso es una droga?

Es gratificante ver a la gente feliz. Pero… si hacemos algo para gustar… El arte, por menor que sea, lo haces por ti.

¿Tiene que ser verdad?

Ese discurso es peligroso. De la fórmula, cuando no hay verdad, también salen cosas que emocionan. Todo el sello Motown, las Supremes… O Abraham Mateo con Ana Mena [se pone a cantar ‘Quiero decirte’]. Quiero creer en la autenticidad, pero dudo porque he llorado con canciones creadas por una maquinaria. Seguro que te has emocionado con cosas en las que ha participado la inteligencia artificial. No es nuevo. En el Brill Building de Nueva York se creaban maravillas de la historia de la música. En los sesenta estaba organizado como una línea de montaje. Y salieron joyas como Carole King o Glenn Miller.

¿A sus hijos les gusta su música?

Bueno…, les gusta con ternura, sobre todo a Nico, la mayor. Con 14, ve que me hace feliz dedicarme a lo que me gusta.

¿La música le ha salvado?

En momentos terribles.

¿Puedo preguntar cuáles?

¿Es que la gente con hijos no vive momentos terribles? No me he drogado nunca. Bebo más de lo que debería. Pero he tenido depresión aunque no me gusta exponerme.

“No más Myolastan, / no más doxilamina…”.

Esa canción es jocosa y yo no salía de la cama. La hipocondría se expresa de muchas formas. Toqué fondo. También en la relación con mi pareja. Fue complicado. En dos años me curé. Aunque uno no se cura de las fobias.

“Tú, que decidiste que tu vida no valía, / que te inclinaste por sentirte siempre mal…”.

Es mi forma de ansiedad anticipativa que lleva a la depresión. Hay gente que la tiene al revés: el pasado glorioso que no volverá. Yo siento que nos van a caer todas las catástrofes. En el ámbito global, personal…

“Prefiero no hablar. / Prefiero no molestar. / Prefiero no criticar…”.

Para evitar el problema no me enfrento a él. No juzgo, pero huyo. No quiero vender mi alma. Ni molestar. Claro que ha habido trimestres que no he llegado a fin de mes y he tenido que pedir créditos. Pero he intentado responsabilizarme de mi felicidad.

En las letras va de la vulnerabilidad a la soberbia.

Se puede pensar eso porque renuncio a algunos trabajos. En otoño [el 11 de octubre] tocamos en el WiZink… Y pienso… ¿Y si no llenamos? Llevo toda la vida intentando esperar, en lugar del desastre, la maravilla. Estoy orgulloso de que La revolución sexual haya sido la canción que me haya abierto las puertas porque creo profundamente en su mensaje. Si no podemos expresarnos con libertad, no conseguiremos algo cercano a la felicidad. Una de las cosas que me llevan a la ansiedad es que, si no tengo el todo, prefiero no tener nada. Silvia me lo dice: solo puedo ser feliz con lo máximo.

Quiere vivir en la guinda.

Claro. Y la guinda es la excepción. Me veo feliz en la explosión total, pero sé lo que viene después. En ese disco intenté explicarlo con una canción que se llama La gran mentira. Hay dos formas de jugar al Tetris. La que vas poniendo piezas fáciles. Y la que vas preparando todo para que cuando te salga la pieza rarísima caigan ochenta filas de golpe. Esa felicidad es infinitamente superior a mantener tu puesto a raya. Pero ahí hay un riesgo. Hay que aprender a valorar la felicidad pequeña. La clave está en que lo pequeño te parezca grande. En eso estoy.

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