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En un columpio o sobre una tabla en el agua: los nuevos tipos de yoga que se practican en España

Nacido en el siglo XIX a partir tradiciones de la India y la gimnasia sueca, este ejercicio es hoy una enorme industria con toda una variedad de formas extravagantes

Una sesión de paddle yoga de la comunidad SUP Yoga en Barcelona.
Una sesión de paddle yoga de la comunidad SUP Yoga en Barcelona. Ximena y Sergio
Armando Quesada Webb

El yoga es desde hace décadas parte de la cultura popular occidental. Los centros proliferan en las ciudades y cada vez tiene más adeptos. Hasta un 12% de los españoles lo practica, según la consultora Allied Market Research. Hacer yoga, sin embargo, se refiere ahora a una infinidad de posibilidades. Aunque predomina la idea de que se trata de realizar distintas posturas de variada dificultad sobre una colchoneta, también se puede hacer sobre una tabla de paddle en el agua o colgando de columpios. El límite es la imaginación para los yoguis contemporáneos.

Poco tiene todo esto que ver con los orígenes de esta práctica. La primera mención de la palabra “yoga” se remonta al menos 2.500 años atrás en la India. De acuerdo con Agustín Pániker, escritor y académico especializado en la cultura de este país asiático, el concepto se refería en sus inicios a una serie de métodos utilizados por algunos ascetas y sabios que buscaban controlar la mente y los sentidos. “La palabra en castellano sería ‘conyugal’, es decir, aquello que unifica”, señala. Esta práctica no estaba relacionada con ninguna religión en concreto, sino que se refería solo a las técnicas de meditación. “Era, en último término, un concepto muy amplio referido a lo espiritual más que religioso, sin implicar ningún tipo de ejercicio”, aclara el escritor.

Tuvo que transcurrir más de un milenio para que surgiera el tema de las posturas. Con el paso de los siglos surgieron diferentes escuelas del yoga y, según afirma Pániker, la que se asocia con la actual práctica occidental se origina con el movimiento del tantra en los siglos XII y XIII, que hacía énfasis en la rehabilitación y uso del cuerpo “como un templo”. Muchos años después, en el siglo XIX, las enseñanzas tántricas llegaron a Europa a través de Suecia, donde se mezclaron con la gimnasia y dieron forma al yoga como se conoce hoy. “Se trata de un diálogo de viejísimas tradiciones de la India con aportaciones de Occidente”, resume Pániker.

Durante el siglo XX, el yoga estuvo ligado con los movimientos contraculturales, como el de los hippies en los años sesenta, y es ahí cuando se da, en palabras del académico, una “explosión de marcas de yoga”. La cultura y las religiones de la India se pusieron de moda entre los occidentales y es entonces, explica Pániker, cuando “el yoga entra a formar parte del sistema capitalista, por lo que eso que conocemos de Occidente es un producto de consumo como cualquier otro”. Esto es lo que Pániker llama un “proceso de secularización”.

“Captó a los occidentales por ser más física y energética que otras prácticas de la India”
Agustín Pániker, escritor y académico

El yoga es desde hace años una industria enorme. Alrededor de 500 millones de personas en el mundo lo practican, según la revista Forbes, y mueve unos 80 millones de euros al año, con expectativas de que el mercado crezca hasta un 144% para 2025, de acuerdo con Allied Market Research. Esta firma también apunta que el mercado español es el quinto mayor de toda Europa —por detrás de Alemania, el Reino Unido, Francia e Italia— y que el número de españoles que hacen yoga va al alza (el precio medio en Madrid y Barcelona de una clase de yoga es de 20 euros).

En la Asociación Española de Practicantes de Yoga hay 800 instructores inscritos. Una de ellos es la zaragozana Conchita Morera, que lleva más de 40 años dando clases de esta disciplina. Ella considera un problema que el yoga haya dejado de “ser lo que era” para convertirse en un producto de “mercadeo” que ha relegado las tradiciones filosóficas de esta práctica.

Cuando tenía 18 años, Morera comenzó a hacer yoga porque buscaba “un poco de estabilidad mental” y, después de menos de un año, decidió que quería dedicarse a eso y abandonó la carrera de Derecho. Tiene su centro de yoga en Zaragoza y trata de profundizar en el contenido espiritual de la práctica y alejarse de otras “tendencias modernas”. Morera, que además es teóloga de la Universidad Pontificia de Salamanca, cree que cualquier persona, religiosa o no, puede practicar yoga, pero que no se pueden ignorar los elementos místicos de esta disciplina.

Esta devota de la práctica tradicional es tajante en su diagnóstico: “En este yoga moderno la gente está más enfocada en la parte física, en la competitividad y en tener un dominio del cuerpo, ignorando la parte interior y convirtiéndolo en exhibiciones circenses de una cultura que busca ensanchar el ego por el cuerpo. Lo que quieren decir es: ‘Yo me enorgullezco porque soy capaz de hacer esto”.

Como ella, otros veteranos desaprueban el surgimiento de nuevas tendencias del yoga, pero está claro que esto no va a frenar a quienes buscan romper los esquemas con ideas para mezclar posturas orientales con tablas de surf, tratamientos faciales o, incluso, con animales (desde perros hasta cabras, algo que fue tema de conversación hace ya unos años en Estados Unidos, y que se propone para mantener un mayor contacto con la naturaleza).

Pero ¿por qué pasó todo esto con el yoga y no con alguna otra tradición oriental? Agustín Pániker lo tiene muy claro: captó a los occidentales porque es “más física y energética” que otras prácticas. “Además, el yoga en particular tiene efectos directos visibles y beneficios para el cuerpo. Ahora tiene poco o nada de religioso, pero sin duda existen beneficios corporales, mentales, emocionales y de salud en general”, concluye al académico.

Un grupo de mujeres, en una clase de aeroyoga en el centro Cuerpo y Alma, en Madrid.
Un grupo de mujeres, en una clase de aeroyoga en el centro Cuerpo y Alma, en Madrid.Ximena y Sergio

El cielo es el límite

El aeroyoga es una marca española, literalmente. Esta práctica de yoga suspendido con columpios en el aire fue patentada por el español Rafael Martínez y ha ido ganando adeptos en los últimos años.

Cristina Condés es una de ellos. Vio una fotografía de Martínez hace una década en la que aparecía colgado en un columpio y decidió buscarlo. Poco después empezó a practicar aeroyoga y asegura que le aportó innumerables beneficios. Condés tenía en aquel momento una hernia lumbar que le ocasionaba un dolor permanente y esta práctica la ayudó a poder lidiar con este padecimiento.

Decidió hace siete años abandonar su trabajo y formarse como instructora. Saltó directamente al aeroyoga sin haber sido antes instructora del yoga común, aunque ahora ejerce ambas disciplinas. Tiene su centro en Madrid, llamado Cuerpo y Alma.

Al principio, cuenta, era difícil porque pocas personas estaban familiarizadas con el aeroyoga y había un coste adicional al tener que preparar la estructura con cuerdas y columpios que requiere. En las clases, además, caben menos alumnos porque necesitan tener el espacio para los movimientos en el aire.

Se comienza con respiración, calentamiento y estiramiento adaptados a las acrobacias que se deben hacer en los columpios. “Como todo el yoga, no se queda en la parte física, sino que trae beneficios mentales y emocionales, pero la diferencia con el yoga tradicional es que al cargar el peso de tu cuerpo en el columpio los estiramientos son mayores, la columna se descomprime y la presión no cae sobre el cuerpo, sino sobre el columpio”.

Practicantes en Barcelona de paddle yoga, una de las novedosas variantes yoga que se están popularizando.
Practicantes en Barcelona de paddle yoga, una de las novedosas variantes yoga que se están popularizando.Ximena y Sergio

Balanceado como el agua

Como tantas modas y tendencias, el paddle yoga nació en Estados Unidos. Cristina de Andrés ya era instructora cuando descubrió que el yoga también se podía hacer sobre una tabla en el agua. Fue hace nueve años, y se sintió cautivada porque era la forma perfecta de canalizar su pasión por el movimiento.

Una clase, según De Andrés, es exactamente igual al yoga común y corriente: también implica la meditación, el estar en el presente y la armonía con el cuerpo. Pero, por supuesto, hay que adaptar los movimientos a la tabla. “Aprendes a moverte mejor, de una forma mucho más eficiente y más técnica”, explica la instructora, que da clases a grupos de máximo ocho personas con SUP Yoga Barcelona en Poblenou y con SUP Yoga Madrid ubicado en la Casa de Campo.

Para De Andrés, esta práctica trata sobre el contacto con la naturaleza, el no estar encerrado al practicar yoga. “Tu cuerpo se mueve y tiene que reaccionar y encontrar un balance. Tu mente tiene que estar presente porque o estás aquí y ahora o caes en el agua. No hay opción”.

A pesar de que saber nadar puede parecer un requisito obvio, De Andrés apunta que también le ha dado clases a personas que necesitan usar el chaleco flotador; el único requisito es “no tener miedo al agua”.

Dos mujeres, en una sesión de acroyoga en Madrid.
Dos mujeres, en una sesión de acroyoga en Madrid.Ximena y Sergio

Acrobacias para generar una conexión

Susann Mayer estaba llevando una formación de yoga en Puerto Rico cuando vio un cartel que anunciaba algo completamente desconocido para ella: “acroyoga”. Leyó lo que era y le pareció que podía ser divertido.

“Y para mí el acroyoga fue la gloria”, rememora. Esta tendencia consiste en la mezcla de yoga y acrobacias, de ahí su nombre, y se realiza en parejas o grupos, usualmente en espacios abiertos que permitan la movilidad. Después de su experiencia en Puerto Rico, Mayer buscó talleres en Berlín y en Barcelona y se comenzó a formar en esto. Ahora lleva 12 años dando clases de acroyoga, y ocho más impartiendo clases de yoga corriente.

“Se comienza haciendo un círculo de sabiduría para conectar a la gente. Damos nuestros nombres y hacemos juegos para romper el hielo. Es importante hacer calentamientos de fuerza, equilibrio e integración. Todo siempre en equipos, apoyándonos unos a otros”.

En el acroyoga el vuelo requiere siempre de alguien que haga de apoyo y de otro más que haga de volador, por eso el énfasis en generar confianza entre los participantes.

“Conecta a las personas, es divertido, crea alegría y risas, y sobre todo, la gente se sorprende con lo que puede hacer. De repente, estás con la cabeza abajo y ver desde otra perspectiva te genera una gran sensación”, explica.

Sesión en el Centro Bibō Yoga Facial en Barcelona.
Sesión en el Centro Bibō Yoga Facial en Barcelona.Ximena y Sergio

Yoga del cuello para arriba

Es posible practicar yoga sin tener que hacer más que tocar tu propia cara. El yoga facial es una especie de cruce entre los campos de la estética y el mindfulness.

La instructora Raquel Rodríguez lo descubrió hace más de una década mientras buscaba una solución para sus padecimientos de la piel. Investigando su problema, encontró este tipo de masajes y decidió estudiarlos y llevar cursos. Eventualmente pensó en experimentar e intentar combinar lo que aprendía con su conocimiento de instructora de yoga. Así creó su propio tipo de terapia, y el resultado fue su centro Bibō Yoga Facial, ubicado en Barcelona. Este funciona también como un centro de estética convencional, pero lo que lo hace especial son las clases que imparte Rodríguez de esta disciplina inusual de masajes en la cara.

Durante las clases, los estudiantes se sientan mirando a la instructora y simplemente van imitando sus gestos y movimientos. “Se les dan luego por escrito las indicaciones para que lo hagan en casa. Sin disciplina, no hay resultados”.

“Es como ir al gimnasio, pero solo en el rostro. Le das firmeza a la musculatura de una forma que es simplemente imposible de lograr con masajes normales o cremas para la piel”.

Rodríguez incorpora en su clase los conocimientos del yoga con las sesiones de respiración, meditación y programación mental. Hace hincapié en que no es un simple ejercicio o masaje porque involucra toda esta parte mental que pertenece al mundo del yoga, que es precisamente por lo que sus clientes la buscan, asegura.



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Sobre la firma

Armando Quesada Webb
Periodista costarricense. Escribe en El País Semanal y colabora con el suplemento Ideas. Antes de incorporarse a EL PAÍS pasó por varios medios de comunicación en Costa Rica. Cursó el máster de Periodismo UAM-El País en la promoción 2021-2023.

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