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Cinco claves para entender Eurovisión: de la geopolítica pop a la candidatura de Chanel

El acontecimiento no deportivo más visto del mundo es un cúmulo de contradicciones. Se autodenomina el apolítico certamen de la canción europea, pero no todos sus participantes son europeos y hasta su fundación fue política.

Chanel Eurovisión 2022
La cantante Chanel actúa durante la gala de entrega de los Premis RNE Sant Jordi 2022, a 26 de abril de 2022, en Barcelona, Catalunya (España). Lorena Sopêna / Europa PressLorena Sopêna (Europa press)
Héctor Llanos Martínez

Ya todo está listo para saber qué país se hará con el micrófono de cristal, el galardón del Festival de Eurovisión. Este año se celebra en Turín los días 10, 12 y 14 de mayo tras la victoria de los italianos Måneskin en 2021. El evento, seguido por cientos de millones de personas cada año, es un cúmulo de contradicciones. Se autodenomina el apolítico certamen de la canción europea, pero no todos sus países participantes están en Europa y mucho de lo que ocurre en él, comenzando por su propio nacimiento, es pura geopolítica. Por primera vez en mucho tiempo, España parte entre las favoritas a premio. Y eso que la elección de nuestra candidata, Chanel, fue tan polémica que llegó al Congreso de los diputados.

La representante de España en Eurovisión 2022, Chanel (c), en su última actuación en Madrid antes de viajar a Turín (Italia). Foto: EFE/ Kiko Huesca | Vídeo: BELÉN H. GÓMEZ-MANSILLA/ CARLOS MARTÍNEZ
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Europeo, pero no del todo

Reunificar Europa tras la Segunda Guerra Mundial y hacerlo con algo tan universal como la música. Esa fue la misión del festival cuando celebró su primera edición, en la ciudad de Lugano (Suiza) el 24 de mayo de 1956. El evento, en el que participaron tan solo siete países, era también una forma de aprovechar ese invento llamado televisión para crear un acontecimiento internacional que abarcara varios mercados al mismo tiempo, a través de las diferentes cadenas públicas del continente.

Pero no es necesario ser europeo para cantar en él. Por ejemplo, la canadiense Céline Dion lo ganó en 1988, representando a Suiza con el tema Ne partez pas sans moi. De hecho, no es necesario ser una nación europea para participar en él. Marruecos participó una única vez en 1980. Otros como Israel y Armenia siguen haciéndolo. Y también Australia, que llegó al certamen en 2015, tras años demostrando tener una enorme base de eurofans desde Oceanía. La norma establece que la emisora estatal del país debe formar parte de la Unión Europea de Radiodifusión (UER), aunque no se encuentre dentro de las fronteras físicas europeas.

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Fenómeno de audiencias

Eurovisión es el acontecimiento no deportivo más visto del mundo. La UER confirmó que la edición de 2021 logró una audiencia global de 183 millones de espectadores Y en 2016 su emisión superó los 200 millones. En los países escandinavos es un auténtico fenómeno cultural. Una media de 3,7 millones de espectadores suecos han seguido el espacio en algunas ediciones, siendo muchos más los que conectaron con la emisión al menos durante un minuto. Son cifras impresionantes para un país de 10 millones de habitantes.

En cambio, el público español mantiene con él una relación de amor-odio. Su nivel de interés fluctúa mucho más que en la gente del norte. En los últimos 20 años, ha pasado de los 12,8 millones y un 80% de cuota de pantalla de la participación de Rosa López a los 4 millones y el 29% de Blas Cantó del año pasado. Depende del candidato. Aun así, siempre logra datos muy superiores a la media de La 1 de Televisión Española.

En ocasiones, tal exposición mediática también tiene su efecto en la industria musical. Es el caso de los más recientes ganadores, los italianos Måneskin. Llevan los últimos 12 meses colando canciones en las listas de éxitos de medio mundo, incluidos los complicados mercados estadounidense y británico, con temas como Beggin, I wanna be your slave y la canción con la que vencieron, cantada en italiano, Zitti e buoni. Pasar por el certamen de la canción europea también contribuyó al éxito internacional de nuestros Raphael y Julio Iglesias, además de otros números uno como los suecos ABBA y la propia Céline Dion.

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Geopolítica pop

A pesar de lo kitsch, de lo hortera, de lo frívolo que pueda resultar esta competición musical fallidamente autodenominada como apolítica, lo que ocurre sobre su escenario explica en gran medida lo que está pasando en Europa. Sin ir más lejos, las casas de apuestas dan este año como favoritos a los representantes de Ucrania, Kalush Orchestra, con amplia diferencia sobre el segundo clasificado. Además, la organización expulsó a Rusia de la competición el pasado mes de febrero.

Otro claro ejemplo de esta conexión han sido los resultados que ha obtenido en los últimos años Reino Unido, durante décadas una de las grandes potencias musicales de este concurso, con cinco victorias. Aunque sus participaciones en Eurovisión estaban siendo mediocres desde hace tiempo, votar a favor del Brexit en 2016 le ha costado caro en el concurso. Ha resultado antepenúltima clasificada en 2018 y última clasificada en las ediciones de 2019 y 2021 (en 2020 no hubo competición por primera vez en su historia por el coronavirus). En estos últimos años, los representantes británicos soportan con estoicismo el desdén del resto de participantes. Recordemos que las votaciones se componen por los puntos designados por un jurado de expertos de cada país participante y las votaciones populares de la audiencia de esos países.

Mahmood, que a punto estuvo de ganar en la edición de 2019, recibió un apoyo extra al ser un miembro de la comunidad LGTBI+ de procedencia árabe representando a la Italia de Matteo Salvini. Ese mismo año fue el de la polémica presencia de la bandera palestina durante la multimillonaria emisión televisiva, en la que participaba Israel como concursante. La banda islandesa Hatari y Madonna, invitada a actuar en la final, la ondearon en algún momento de la gala. Por no hablar de los años en los que la Unión Soviética no era bienvenida al certamen. Decidió crear el suyo propio: Intervisión. Y Vladimir Putin fantaseó hace unos años con revivirlo.

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El caso Chanel

Esa relación de amor-odio de España con el concurso ha quedado claro como casi nunca antes con el proceso de selección de la candidata de este año. RTVE revivió en enero el Festival de Benidorm y el asunto llegó al Congreso de los diputados. Chanel, la representante española, arrancó su participación como una absoluta desconocida. Tras su actuación en directo con el tema SloMo durante la semifinal logro colocarse entre las candidatas con opciones a la victoria, solo por detrás de las favoritas de la audiencia Tanxugueiras y Rigoberta Bandini. De no haber sido por el excesivo apoyo del jurado profesional creado por RTVE, Chanel no hubiera resultado seleccionada. Eurofans, sindicatos y partidos políticos pidieron explicaciones. Pero lo cierto es que su propuesta a lo Beyoncé se encuentra entre las cinco favoritas de las casas de apuestas, tras Ucrania, Italia, Suecia y Reino Unido, en el que puede ser el año del perdón tras su salida de la Unión Europea.

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Mirada al futuro

Por muy anacrónico que resulte para buena parte de la ciudadanía, el festival parece gozar de buena salud. Su versión estadounidense acaba de lanzarse en Estados Unidos. El American Song Contest ha preferido presentarse como un talent show, al estilo de La voz y Operación Triunfo. Durante ocho semanas compiten los 50 estados del país, Washington D.C. y 5 territorios estadounidense. La final se emite este lunes 9 de mayo. La propuesta, muy diferente a la original, no ha tenido mucho éxito, con datos de audiencia muy discretos en la cadena NBC. Pero todavía no se ha descartado una nueva edición para 2023. Ya se prepara una versión canadiense para ese año, al tiempo que se barrunta una edición asiática, aunque de momento no ha llegado a materializarse.

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Sobre la firma

Héctor Llanos Martínez
Redactor especializado en nuevas narrativas audiovisuales (streaming, pódcast, redes sociales) y en el género documental, con varios años como autor del blog 'Doc&Roll'. Formado en Agencia Efe y elmundo.es, antes de llegar a Verne y la sección de Madrid de El País, escribió desde Berlín para BBC, Deutsche Welle, Cineuropa, Esquire o Yorokobu.

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