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¿Es la geoingeniería la gran solución o un flotador pinchado?

La creación de costosas plantas para capturar el dióxido de carbono abre el debate de cómo debe combatirse el cambio climático

La planta islandesa Orca de Climework, capaz de capturar 4.000 toneladas anuales de dióxido de carbono. Fotografía proporcionada por la compañia.
La planta islandesa Orca de Climework, capaz de capturar 4.000 toneladas anuales de dióxido de carbono. Fotografía proporcionada por la compañia.Climeworks

Elon Musk anunció a principios del año pasado un premio de 100 millones de euros para quien fuera capaz de eliminar el dióxido de carbono del aire. En ese sentido, a 35 kilómetros de Reikiavik (Islandia) se encuentra Orca, la mayor instalación de captura de aire que convierte el dióxido de carbono en roca. Otros proyectos de eliminación del carbono se materializarán de aquí a unos pocos años en Escocia, EE UU y Noruega. La geoingeniería está de moda. Pero no todos piensan igual: para las grandes organizaciones medioambientales, lejos de la luz al final del túnel, forma parte del capitalismo del desastre.

El informe del Panel Intergubernamental del Cambio Climático de las Naciones Unidas de 2018 reconoció por primera vez que, para lograr mantener las temperaturas globales por debajo de los 1,5 grados, es necesario no solo limitar las emisiones sino eliminar las ya existentes. Desde entonces, los adalides de la geoingeniería tienen un consenso científico al que agarrarse. Y a las pequeñas iniciativas de captura de carbono que se dieron hace casi una década —actualmente existe una veintena de estas plantas en todo el mundo— les sigue ahora una avalancha de tecnologías más innovadoras que, según sus defensores, reducirán sus costes astronómicos.

No todas las tecnologías que eliminan el carbono del aire son iguales. La planta islandesa Orca de Climework es capaz de capturar 4.000 toneladas anuales de dióxido de carbono, lo cual equivale a tan solo tres segundos de las emisiones globales. Pero es la única en el mundo en convertir en roca el carbono capturado. Sin embargo, según un informe de Amigos de la Tierra y Global Witness, el 81% del carbono capturado hasta la fecha se ha utilizado para extraer más petróleo. “El carbono se bombea al subsuelo para empujar hacia arriba los combustibles fósiles antes inalcanzables”, indica el estudio.

Para Christopher Jones, investigador de cambio climático en la Universidad de Mánchester, es necesario distinguir esas tecnologías que son un eslabón más de la industria petrolera de aquellas como Orca que, en su opinión, son seguras y necesarias. Aunque advierte: “Al beneficiarse de una energía geotérmica con bajas emisiones [Orca], es un caso bastante único, muchos países no tienen esas características”.

El movimiento ambientalista se opone a esta tendencia de grandes plantas. En julio del año pasado, 500 organizaciones de Estados Unidos y Canadá pidieron a los responsables políticos frenar la captura y el almacenamiento de carbono. Más allá de su elevado gasto energético, rechazan que la tecnología sea la única salvación del planeta. En una entrevista a The Guardian el pasado octubre, el climatólogo Michael Mann agradeció a Bill Gates —inversor de Carbon Engineering, una de las empresas que se dedican a la captura de carbono— su plataforma para debatir sobre el cambio climático, pero discrepó de él en cuanto a la receta: “Gates escribe que no conoce la solución política al cambio climático. Pero la política es el problema, amigo”.

La física y activista india Vandana Shiva describe, en su blog, “un choque de civilizaciones”: a un lado, la visión del mundo en el que la Tierra, “muerta e imperfecta”, será arreglada por “costosos experimentos de ingeniería”; al otro, quienes consideran que la Tierra “está viva” y quieren trabajar con ella para que “su manto verde siga enfriando el planeta como ha hecho durante milenios”. No le vale el silencio, llama a tomar posiciones: “Todos y cada uno de nosotros tenemos que decidir qué visión del mundo apoyaremos”.

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