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Madera entre las manos

Los talleres para fabricar muebles dirigidos a profesionales y aficionados toman fuerza en españa como tendencia

El ebanista y usuario del taller Nicholas Chandler.
El ebanista y usuario del taller Nicholas Chandler.© Juan Millás (EPS)
Almudena Ávalos

Un botón del pánico. Esto es lo que hay que pulsar en una nave de un polígono industrial de Alcorcón (Madrid) si se necesita a la policía, a los bomberos o una ambulancia. Por el momento, nadie lo ha activado. Tocan madera al decirlo, pero lo cierto es que todas las personas que entran aquí están bien aleccionadas. “Estas máquinas son como dinosaurios. Mejor no meter la mano donde no se debe. Si no sientes seguridad al usarlas, lo hacemos por ti”, dice el inglés Warren Batt a un grupo de alumnos que aprenden a construir un taburete en Made de Madera, su coworking de ebanistas. “Yo trabajaba en inversiones en un banco. Tenía todo lo que quería, pero odiaba lo que hacía. Así que en 2008 abrí mi propio taller y en 2012 lo cerré por la crisis”, cuenta. No fue el único.

“El 60% de los negocios que trabajaban la madera cerraron en esos cuatro años. La gente mayor con experiencia se jubiló y se creó un hueco entre quien tenía el conocimiento y quien quería aprender”, añade. En 2018, inspirado en los talleres compartidos que conocía en Estados Unidos o Alemania, decidió montar el suyo. Consiguió inversores, encontró una nave amplia con buena luz en un polígono industrial de Alcorcón, la equipó con las mejores herramientas del mercado y a finales de 2019 abrió Made de Madera. Desde entonces, habitan este lugar profesionales de la ebanistería que alquilan espacio y maquinaria para desarrollar su actividad y también aficionados. “Cada uno tiene su habilidad y todos compartimos conocimiento”, apunta Warren. El mejor ejemplo es Juan Manuel Alonso, que dejó su carrera política en Alcorcón para volcarse en la artesanía y ahora trabaja como ebanista y mano derecha de Warren. “Esto es una comunidad donde no hay secretos. Se hacen cosas increíbles como bicicletas de madera, instrumentos musicales, y gente que empieza sin tener ni idea crea su propio proyecto con clases particulares. Todos nos ayudamos”, añade.

Planos para el proyecto del taller de iniciación a la ebanistería en Made de madera.
Planos para el proyecto del taller de iniciación a la ebanistería en Made de madera. © Juan Millás (EPS)

Hoy es sábado y un grupo de aficionados aprende a hacer taburetes en uno de los cursos monográficos que oferta Warren. Cuesta 120 euros con comida incluida, dura ocho horas y las plazas vuelan en cuanto lo anuncia en su Instagram. El perfil de los alumnos es muy diverso. Algunos parten de cero y otros repiten.

“Soy consultora, me paso el día delante del ordenador y necesito crear algo con mis manos”, dice una chica al presentarse. La rodean una arquitecta, un técnico de sanidad, una ejecutiva de cuentas y dos diseñadores. “Enseñamos a usar las máquinas necesarias y les damos confianza para que sepan que pueden hacerlo”, añade Warren. A las seis de la tarde, los alumnos posan para una foto alzando su propio taburete terminado como un trofeo. Para algunos será el inicio en la ebanistería; para otros, una buena experiencia que recordar.

A más de 600 kilómetros, el mismo espíritu colaborativo impregna el ambiente de unas naves industriales recuperadas en el barrio de la Verneda, en Barcelona. Llevaban años abandonadas hasta que Pedro Pineda, que venía de crear espacios de fabricación nómadas en ferias de diseño europeas y abrir un coworking en la capital catalana, impulsó la mudanza de TDMC a este lugar. “En 2018 alquilamos estas naves vacías y las hemos ido acondicionando. Empezamos con 900 metros cuadrados y ahora contamos con 2.500”, explica. “Los talleres de carpintería en Barcelona suelen ser estrechos, oscuros, en los bajos de los edificios y con muchas limitaciones por las molestias a los vecinos. Para nosotros era importante un sitio donde poder hacer ruido, generar polvo, tener luz natural, espacio donde movernos, y esto solo lo conseguíamos si nos uníamos muchos”, explica. En TDMC son 110 usuarios, la mitad profesionales y la otra aficionados. “Funciona como un gimnasio con una cuota y depende de las necesidades que tengas pagas más o menos. La básica son 81 euros al mes, que dan derecho a 20 horas de uso, explica. “Hoy en día somos uno de los coworking para fabricantes más grandes de Europa”, asegura. Tienen 1.300 metros cuadrados de taller compartido y 1.200 de parcelas personales para los que quieren su propio espacio, y maquinaria para trabajar metal, madera y plástico a nivel industrial. “Por aquí ha pasado desde un juez que quería hacer los juguetes a su nieto hasta chavales que crean su propio monopatín, arquitectos que construyen casas modulares o el que viene con la furgoneta y se la camperiza [que se adaptan como autocaravanas]”, cuenta. Los usuarios de TDMC también son de muchas partes del mundo. “Alguien que no sabe nuestro idioma igual no podría ser abogado, pero carpintero sí”.

Mesa de trabajo de la cooperativa sevillana T11.
Mesa de trabajo de la cooperativa sevillana T11.© Juan Millás (EPS)

La mayoría de estos talleres colaborativos, asentados ya en otros países, emergen en ciudades españolas como Barcelona, Madrid, Valencia o Sevilla pensando también en el tejido social de su entorno. Si Made de Madera se abre a becarios de la escuela pública de arte La Palma de Madrid para que aprendan cómo funciona un negocio, en espacio T11 de Sevilla las vecinas del barrio de San Gil acuden a cortar trozos de madera para sus casas. “T11 comenzó en un corralón artesano de Triana en 2013 cuando varios carpinteros y otras iniciativas nos unimos para coger un espacio y comprar maquinaria entre todos para abaratar costes y que así otros profesionales pudieran usarla”, cuenta José María Sánchez-Laulhé, uno de los cooperativistas de T11 y experto en fabricación digital. En 2018 se mudaron a una antigua fábrica de sombreros del siglo XIX abandonada en el centro histórico de Sevilla. “Podríamos habernos ido a un polígono, pero queremos estar aquí por compromiso con la ciudad y para mejorar nuestro alrededor”, cuenta. Además, imparten cursos como el de introducción a la carpintería para aprender el uso básico de cada máquina. “Así la gente puede interactuar con ella para buscar soluciones relativamente asequibles a la hora de montar sus muebles”, aclara. Y asegura tener todo tipo de público. “Hacemos un servicio de equipamiento a nivel barrio porque en la ciudad no tenemos esa cultura de garaje tan habitual en EE UU o en la España rural. Aquí es difícil encontrar lugares donde fabricarte tus cosas y este tipo de espacios es la solución”, reflexiona.

En la misma fábrica, además de los espacios de construcción, hay otros de oficina en los que conviven arquitectas, ONG o proyectos de impacto ambiental. Todos saben que, igual que sucede en ebanistería, la unión hace la fuerza.

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