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Una excursión por el valle del Lozoya entre neandertales y lagos glaciares

La orilla sur del embalse de Pinilla, en el noroeste de Madrid, es uno de los pocos lugares donde se han exhumado restos de ‘Homo neanderthalensis’ en Europa. Tras visitar el parque arqueológico El Valle de los Neandertales, en la zona también esperan puentes medievales y un insólito abedular

Vista de la laguna glaciar de los Hoyos de Pinilla, en Pinilla del Valle (Comunidad de Madrid).
Vista de la laguna glaciar de los Hoyos de Pinilla, en Pinilla del Valle (Comunidad de Madrid).ANDRÉS CAMPOS

Una manada de leones se relame y sestea en la orilla del río después de devorar una cría de rinoceronte. Las hienas merodean, aguardando para llevarse los despojos a su cercano cubil. Desde un alto rocoso, un cazador pelirrojo escudriña el valle en busca de grandes trofeos (donde vive, cerca de ahí, hay una sala llena de tremendas cornamentas que hacen las delicias de sus amigos, también cazadores y también pelirrojos). Aunque lo pueda parecer, la escena no sucede en África, sino en el noroeste de la Comunidad de Madrid. No es hoy ni ayer por la mañana, sino hace 75.000 años. Y no es un Homo sapiens, sino un Homo neanderthalensis. El lugar preciso: el valle del Lozoya. O, como lo bautizaran los paleontólogos: el Valle de los Neandertales.

El Lozoya ya no es el río salvaje que acabamos de ver. En la Edad Media surgió a su vera un pacífico pueblo de ganaderos, Pinilla del Valle (¡Ay, si las vacas que pululan desde entonces por doquier llegan a tropezarse con un león de aquellos que sesteaban aquí hace 75.000 años!). Y en 1969, su curso fue detenido para formar un embalse. Pero en su orilla sur sigue descollando aquel alto rocoso que servía de mirador y refugio a los rubicundos neandertales. Se trata del Calvero de la Higuera, donde un equipo liderado por Juan Luis Arsuaga, el Sabio de Atapuerca, ha descubierto en las últimas décadas varios yacimientos importantes, de los pocos que contienen restos del Homo neanderthalensis en España y en Europa.

La visita al parque arqueológico El Valle de los Neandertales (guiada, de dos horas de duración y con un coste de 2 euros) comienza en Pinilla del Valle, desde donde se avanza a pie por una buena pista de tierra que se acerca a los yacimientos rodeando la cola del embalse. De postal son las vistas de la presa y de las montañas que la rodean, señoreadas todas ellas por Peñalara, la madre del Lozoya. En media hora se llega a la zona de los yacimientos, donde destaca el abrigo de Navalmaíllo, de unos 300 metros cuadrados y capaz de acoger a una veintena larga de ocupantes. Este se ha revelado como uno de los campamentos de neandertales de mayor entidad de la península Ibérica, testimonio de un amplio periodo del Pleistoceno Superior (hace entre 200.000 y 40.000 años), cuando a finales de verano subían manadas de uros, bisontes, équidos, cérvidos, cápridos y rinocerontes buscando los frescos pastos del valle del Lozoya y, tras ellos, los grandes depredadores: leones, leopardos, cuones o perros rojos, lobos, osos, hienas… Y, por supuesto, los mayores depredadores de todos: los neandertales.

Momento de la excavación en la cueva Des-Cubierta, en el parque arqueológico del Valle de los Neandertales, en la Comunidad de Madrid.
Momento de la excavación en la cueva Des-Cubierta, en el parque arqueológico del Valle de los Neandertales, en la Comunidad de Madrid. EIPV

Otro yacimiento impactante es la cueva Des-Cubierta. Aquí se han exhumado los restos delicadamente dispuestos de una criatura de tres años (bautizada como la Niña del Lozoya) y grandes cornamentas de bisonte, uro y ciervo asociadas con pequeños hogares. Todo ello hace sospechar que quizá esto fuera un santuario donde se enterraba y velaba a los muertos y donde los trofeos de caza eran expuestos y venerados a la luz de las hogueras.

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Después de ver cómo vivían (y morían) los neandertales madrileños, uno puede quedarse a pasear junto al embalse de Pinilla: todo él se puede rodear por buen camino, excepto un pequeño tramo en que hay que avanzar por la orilla arenosa. Son 15 kilómetros (unas tres horas y media) de paseo dulcísimo, para el que no se necesita ir cargado con agua, pues la del Lozoya da de beber a Madrid desde 1858.

También podemos quedarnos a comer en los dos restaurantes que hay, uno en cada orilla. El embalse, por último, es un magnífico lugar para hacer piragüismo o paddle surf: si uno vuelca disfrutará del agua más pura de Madrid. Para remar hay que ir al pueblo de Lozoya, en la orilla nororiental del pantano, que es donde el centro de multiaventura Meridiano Raid alquila las barcas. En esta localidad está también el Horno de Lozoya, donde Amador elabora un excelente pan con masa madre, harina de cereales ecológicos y el calor de la leña de encina. Lo elabora y enseña a elaborarlo en cursos de un día. A los excursionistas, él les recomienda su pastel de montaña de chocolate y naranja, que es la pila de Duracell de las barritas de cereales. Su energía dura y dura y dura…

Abedular en el entorno de la localida de Canencia.
Abedular en el entorno de la localida de Canencia.Alamy Stock Photo

Dos excursiones más

Otro día (porque uno no da para más), subiremos de Lozoya al puerto de Navafría por la carretera M-637 y, tras aparcar en el área recreativa de las Lagunillas, nos echaremos a andar en busca de las lagunas de Hoyos de Pinilla. Son unas charcas glaciares preciosas que se esconden a casi 2.100 metros de altura, al pie del pico del Nevero, mil veces menos conocidas y visitadas que otras del valle del Lozoya, como la Grande de Peñalara o la de los Pájaros. Tres horas se tarda en ir y volver por una senda evidente.

Cerca también de Pinilla y de su embalse se halla el pueblo de Canencia. El arroyo de Canencia, afluente del Lozoya, enhebra tres puentes medievales de fantasía, que parecen sacados del Amadís de Gaula y que pueden visitarse dando un sencillo paseo. Canto, Cadenas y Matafrailes se llaman los puentes, y se tarda dos horas y media en recorrerlos, yendo desde el pueblo y volviendo por el mismo camino. Por lo menos, hay que acercarse al primero, que está pegado a la población y es hermosamente asimétrico, con rasante en lomo de asno, dos arcos de distinto tamaño y un balconcillo en el que suelen fotografiarse las parejas.

El puente medieval Canto, en la villa madrileña de Canencia.
El puente medieval Canto, en la villa madrileña de Canencia.ANDRÉS CAMPOS

Otro paseo memorable es el que, desde el puerto de Canencia, atraviesa un hermoso abedular relicto —testigo de los bosques que colonizaron la sierra de Guadarrama en los días mucho más fríos y húmedos de la última glaciación— y lleva hasta la chorrera de Mojonavalle, donde el arroyo del Sestíl del Maillo se descuelga un centenar de metros por cascadas y toboganes. En otoño es un lugar de 10.

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