Personajes de Hopper
La autoconsciencia debería servirnos para discutir qué nos conviene como familia, como especie, de qué manera conservar los equilibrios básicos para la vida
Los gatos, los perros o las liebres no pueden repensarse como especie, no saben lo que es una asamblea. Nosotros, en cambio, sí. Pero no lo hacemos, no nos repensamos. No nos sentamos a negociar qué nos conviene para continuar siendo un éxito evolutivo o biológico. Vamos solos por la calle, como el hombre de la foto. Vamos solos por la vida incluso cuando nos hallamos en medio de manifestaciones multitudinarias. Nos parecemos a los personajes de los cuadros de Hopper sentados a la barra de las cafeterías. Simulacros de comunicación no nos faltan, ahora contamos con el de las redes sociales, donde un “me gusta” o un retuit nos provocan un sucedáneo de emoción. Una emoción basada en nada porque al final la gente se muere sola delante de la tele, viendo y dejándose ver por un programa de entretenimiento.
La autoconsciencia debería servirnos para discutir qué nos conviene como familia, como especie, hacia dónde dirigirnos, de qué manera conservar los equilibrios básicos para la vida. Lo más parecido a esos intentos han sido las cumbres sobre el clima, cuyos acuerdos, además de escasos, ni siquiera se han llevado a la práctica. La pandemia, fruto de nuestras malas relaciones con el medio, dan una idea de hasta qué punto llevamos en el tuétano la ruina. Esa cafetería vacía, oscura, fúnebre, y ese hombre solo, al otro lado del cristal, sugieren, si no una imagen del fin del mundo, sí el retrato de una extinción de la que solo hubiera sobrevivido un individuo, pobre, que sigue con la mascarilla puesta, por si los muertos todavía fueran capaces de exhalar aerosoles.
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