Misterios del alma
Si preguntáramos al personal qué clase de espectáculo provoca en estas monjas esas expresiones de arrobo, nadie respondería que un concierto de los Rolling Stone, por poner un ejemplo bobo; tampoco uno de los Beatles, ni siquiera un recital de Raphael, por ir acercándonos a los gustos más convencionales que nos vienen a la cabeza. Tal vez, dirían algunos, escuchan al Papa o se les está apareciendo la Virgen en compañía de esa multitud con la que participaban de un rezo colectivo. El caso es que ahí las tienen, en la primera fila de un acontecimiento que se nos escapa. Pero son tan angelicales sus sonrisas, tan significativo el gesto de sus manos unidas en oración, que solo nos atreveríamos a especular con la idea de que asisten a una manifestación de carácter religioso en la que el grupo está a punto de alcanzar el éxtasis.
Pues nada de eso. No.
Ese delirio místico está provocado por la presencia de Donald Trump, un personaje que, curiosamente, encarna todo lo que condena el Evangelio. He ahí un político que odia a los pobres, a los negros, a los latinos, que separa cruelmente a los hijos de sus madres, que es misógino y machista hasta el tuétano, que no siente piedad ni compasión por nadie, que adora al becerro de oro, un hombre que miente más de lo que habla, que levanta falsos testimonios, que utiliza en vano el nombre de Dios, que ni santifica las fiestas ni honra al padre ni a la madre, que ha fornicado a diestro y siniestro, que ha robado a manos llenas y que codicia, evidentemente, los bienes ajenos. ¿Qué aplauden entonces las beatas? Misterios del alma. —eps
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