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HISTORIAS DE VINOS

Rosado es más que un color

Ekaterina Molchanova (Getty Images)

Es el vino de moda, el que mejor luce en Instagram. Su atractivo latente ha llevado a grandes y pequeños productores a renovar la categoría con ambiciosos proyectos.

EL VINO QUE MEJOR luce en Instagram ha dejado de ser cosa menor. El renovado interés por la categoría no solo ha llevado a subir el listón para buscar el “gran rosado”, sino que ha traído buenas dosis de diversidad, originalidad y diversión.

El rosado más viejo que he probado es un Sexto Año de López de Heredia de la década de los setenta. Tras la decadente nariz con aromas a champiñón y tierra húmeda que parecían anunciar una muerte casi segura, el paladar superaba airoso la prueba a base de nervio y viveza. “Hubo una época en la que nadie apreciaba los vinos viejos. Los rosados de 10 y 20 años me los he bebido con mis amigos”, reconocía con tristeza en una cena María José López de Heredia, cuarta generación de la bodega riojana que más tercamente ha mantenido las formas de hacer de antaño y que cumplirá 150 años en 2027.

Que un rosado fuera un vino fino que además pudiera envejecer era una idea inconcebible hace solo una década. El perfil más extendido era el de un producto tecnológico que debía oler ostentosamente a fruta roja y ser lo suficientemente ligero para poder beberse generosamente en los meses de calor. Un vino joven pensado para tomar en el año, porque a medida que se acercaba la siguiente cosecha empezaban a desvanecerse sus atributos frutales y decaía el color.

Su versión rural eran los claretes que se elaboran mezclando uvas blancas y tintas y en los que la maceración con las pieles podía tener mayor protagonismo. En su origen, eran el mero reflejo de la convivencia de variedades de diferente tonalidad en la viña. Ocurría así en Cigales; en el entorno de Aranda, en la Ribera del Duero, antes de que la tempranillo colonizara totalmente el viñedo; o en el valle del Najerilla, en Rioja. No es casualidad que el clarete más famoso de esta última región sea el de Cordovín, el único municipio de la denominación en el que se cultivan casi igual número de hectáreas de variedades blancas que tintas.

El renacimiento actual del rosado tiene mucho que ver con su ascenso internacional. Aunque la curva de crecimiento estaba empezando a frenarse antes de la llegada de la covid-19, es una de las grandes historias de éxito reciente del vino junto a la de los espumosos. Ha tenido dos grandes aliados. El primero, el acceso al mercado del lujo liderado por la nueva hornada de vinos de Provenza, la región rosa por excelencia con inquilinos tan ilustres como Brad Pitt y Angelina Jolie. El segundo, el efecto amplificador de Instagram, la red social perfecta para reproducir sus sofisticadas presentaciones y asociarlas a un estilo de vida feliz y despreocupado.

En España, donde el consumo de rosado es bastante menor que en Francia y otros países, la onda expansiva se manifestó primero por la vía del color y la obsesión por reproducir los tonos pálidos de la región francesa, ya fuera por imposición de importadores y mercados o por miedo a quedarse fuera de la tendencia. Pero tras unos años de vacilaciones y duplicidades (muchos productores optaron por ampliar la gama y sumar a su rosado de siempre otro con el nuevo color políticamente correcto), los ejemplos más interesantes han venido desde la búsqueda de la calidad, la revisión de los estilos tradicionales, la identificación de terruños y variedades con mejores aptitudes para expresarse en versión rosa y, en muchos casos, envejecimientos similares a los que se practican con blancos y tintos.

Que firmas o figuras de peso como Marqués de Murrieta, Bertrand Sourdais, Marqués de Riscal, Cellers Scala Dei, Muga o Ramón Bilbao hayan decidido tener rosados de primera línea, con precios de entre 20 y 50 euros, a menudo innovando en técnicas y variedades y buscando capacidad de envejecimiento, habla de la ambición de la categoría. Que jóvenes productores exploren caminos menos trillados —­incluso arriesgados— es un pasaporte seguro a la diversidad. Hoy, en España, casi cualquier tipo de elaboración o estilo tiene una expresión rosa: espumosos, crianza en madera, hormigón, tinaja y hasta bajo velo de flor.

Durante este tiempo, López de Heredia ha seguido fiel a su filosofía. Pero en el actual contexto el Viña Tondonia Gran Reserva, único rosado que se elabora con esta categoría de envejecimiento y que solo sale al mercado en las mejores añadas, es pura modernidad y vino de culto.

Arbayún Rosado de Guarda 2019. Navarra. Baja Montaña Viñedos y Bodegas. Garnacha. 13,5%. Precio: 9 euros.

El rosado navarro de garnacha de siempre llevado a las alturas por el gran especialista Fernando Chivite, fallecido recientemente. Tras firmar el popular Gran Feudo y el ambicioso Colección 125, en Arbayún quiso demostrar la capacidad de guarda trabajando con garnachas viejas de montaña capaces de aportar estructura y delicadeza a la vez. El resultado es un vino fragante, jugoso, equilibrado y de fantástica textura a un precio que es un auténtico regalo. Para explorar la evolución en botella es recomendable el formato mágnum.

Les Prunes Blanc de Mandó 2019. Valencia. Les Filles d’Amàlia (Celler del Roure). Mandó. 12%. Precio: 11 euros.

No hay nada convencional en este vino elaborado con mandó, una variedad tinta de vibrante acidez que se está recuperando con entusiasmo en Valencia y otras zonas de España. Se elabora como un blanco (de ahí el nombre) con el primer mosto flor que sale del prensado y se cría en la antigua bodega de tinajas de Celler del Roure. Encandila por la frescura de la fruta roja ácida, los toques de hierbas silvestres y la sapidez de su paladar levemente salino. Una de las puertas que se abren para dibujar las nuevas fronteras de los rosados españoles.

Pícaro del Águila Clarete Ecológico 2018. Ribera del Duero. Dominio del Águila. Tempranillo, albillo y otras. 14%. Precio: 23 euros.

Uno de los productores más destacados de la nueva generación del vino español, Jorge Monzón, luchó para poner la palabra “clarete” en la etiqueta de este rosado y dignificar así este estilo tan nuestro cuyo rasgo distintivo es la mezcla de uvas blancas y tintas. Trabajado en madera, el vino tiene la estructura de un tinto, la frescura de un blanco y un muy buen desarrollo en botella (la añada 2016 que aún se puede encontrar en algunos lugares es la mejor prueba de ello). Una fantástica respuesta a las modas y tendencias internacionales.

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