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“Que sepan que en España hay cosas que no se pueden tocar”: el activismo LGTBIQ+ en tiempo de Vox

Este año las celebraciones del Orgullo LGTBIQ+ están condicionadas por la realidad de la pandemia, pero la causa está más viva que nunca. Siete activistas muestran sus conquistas, adversarios y asignaturas pendientes

Tom C. Avendaño
Samir Bargachi, Valeria Vegas, Carlos Barea, Luisgé Martín, Eduardo Rubiño e Iván Zaro son algunos de los activistas LGTBIQ+ con los que hemos hablado en este reportaje.
Samir Bargachi, Valeria Vegas, Carlos Barea, Luisgé Martín, Eduardo Rubiño e Iván Zaro son algunos de los activistas LGTBIQ+ con los que hemos hablado en este reportaje.Foto: Pablo Zamora

En las semanas previas al Día Internacional del Orgullo LGTBIQ+ ocurrieron estas cosas: Pablo Alborán salió del armario y provocó una serie de discusiones en redes y medios sobre si se trataba de una decisión valiente dada su condición de estrella de la música o, vistos los años que se había guardado el secreto, cobarde. Correos sustituyó temporalmente su tradicional amarillo corporativo por la bandera del arcoíris y Vox consiguió que sus seguidores protestaran por el gasto de la acción (12.500 euros). El PSOE publicó un argumentario sobre por qué las mujeres trans no son mujeres tan polémico que la diputada Carla Antonelli, socialista y trans, respondió con su muy comentado desacuerdo. Y Mili Hernández, de 61 años, legendaria activista y fundadora de Berkana, la histórica libería gay y lesbiana de Madrid, se sentó en una terraza en el Parque del Retiro y, bajo un sol de justicia y separando mucho cada frase, dijo: “Me pregunto dónde está el movimiento LGTBIQ+ ahora. ¿Quiénes lo dirigen? ¿En qué trabajan, qué hacen? Son unas siglas que cuando llega el Orgullo se vuelven locas a celebrar una gran manifestación y una gran fiesta, pero el resto del año, ¿qué hacen? ¿Lo pueden enumerar? ¿Se puede ver?”.

MIli Hernández fundó Berkana, la librería gay y lesbiana pionera en España, en Madrid en 1993.
MIli Hernández fundó Berkana, la librería gay y lesbiana pionera en España, en Madrid en 1993.Foto: Pablo Zamora

La causa LGTBIQ+ (la lucha por la igualdad de derechos de lesbianas, gais, transexuales, bisexuales, intersexuales, y todo aquel que no encaja en las reglas del sistema heteropatriarcal) está técnicamente mejor que nunca. Sus miembros tienen más derechos y menos miedo que nunca en la historia; su visibilidad mediática y política es inédita. También su división interna.

Quince años después del logro histórico de la ley de matrimonio homosexual, cuesta encontrar un frente común que movilice a activistas y asociaciones por igual, que cubra todas las siglas o satisfaga a un abanico cada día más complejo de identidades e ideologías. Asuntos como una ley nacional de protección de derechos trans o los problemas de quienes, además de ser LGTBIQ+, pertenecen a otras minorías raciales o sociales suscitan un interés limitado. Cada propuesta tiene una respuesta de otra asociación, celebridad, institución, o del adversario: la ultraderecha sigue ganando posiciones con el colectivo en el punto de mira. ¿A qué futuro se dirige el activismo LGTBIQ+?

“Me parece bien que vivamos con un cierto desenfado. Cuando ya no tienes que estar en la trinchera tampoco le puedes pedir a la gente que sufra todo el tiempo, que sea activista, que dé batallas difíciles. Pero sí que recuerde, que esté ahí, que permanezca atento”, explica Luisgé Martín, autor de El amor del revés y figura gay de referencia en el mundo de la cultura. Le sorprende que la discusión LGTBIQ+ imperante en 2020 sea con ciertas feministas y sobre el género de las personas trans, cuando la ultraderecha, la amenaza más retrógrada que se haya puesto delante de este colectivo en años, está tan cerca y tan visible. “Que Vox tenga esa representatividad parlamentaria quiere decir que esa gente que durante años sentía vergüenza de decir ‘maricones malos’ ahora la ha perdido”, lamenta.

El escritor Luisgé Martín, autor de novelas como ‘El amor del revés’, con chaqueta Emporio Armani.
El escritor Luisgé Martín, autor de novelas como ‘El amor del revés’, con chaqueta Emporio Armani.Foto: Pablo Zamora

“Nunca debemos aceptar que la extrema derecha nos defina como un lobby preocupado solo de generar chiringuitos”, defiende alguien que comparte su inquietud: el senador Eduardo Rubiño, uno de los diputados más conocidos de Más Madrid y una de las caras más mediáticas de la lucha por los derechos LGTBIQ+ en España. “Somos un lobby, pero uno que ha conseguido que en este país tengamos un matrimonio igualitario; que no seamos ciudadanos de segunda; que tengamos derecho a adoptar; que las personas trans tengan unos mínimos derechos, que todavía tienen que ampliarse mucho, pero por los que también hubo que pelear; un país que consiguió que se despenalizara la homosexualidad y transexualidad. Somos quienes lograron todo eso. No podemos dejar que se imponga ese otro relato, porque es contrario al relato histórico de nuestro país”.

Eduardo Rubiño, diputado en la Asamblea de Madrid por Más Madrid y senador.
Eduardo Rubiño, diputado en la Asamblea de Madrid por Más Madrid y senador.Foto: Pablo Zamora

Las discusiones públicas entre activistas y agrupaciones, sin embargo, suelen ir por otro lado. Según el día, pueden versar sobre interpretaciones de teoría queer, lo nuevas que son las nuevas masculinidades o si en las relaciones entre gais jóvenes y mayores hay desigualdad de poder. “Hemos estado viendo muchos debates dentro del movimiento por cuestiones que no sé si valen la pena, por ejemplo en torno a determinadas etiquetas, que a veces parecen incluso nominalistas, cuando el movimiento LGTBIQ+ ha sido siempre antiesencialista”, sigue Rubiño. “No podemos caer en discusiones en las que parece que lo que hacemos es hipostatizar esas palabras y tomárnoslas tan en serio que parece que lo más importante es con qué etiqueta o cómo se define el otro. Enfrente tenemos a la extrema derecha, que amenaza con quitarnos derechos independientemente de la sigla con la que nos identifiquemos. Pero más allá de algunos debates estériles, que haya quien cuestione a las personas trans desde determinados sectores del feminismo me parece muy grave, se me cae el alma a los pies: los derechos trans son derechos humanos, y ya están bastante vulnerados como para que se vean amenazados por quienes deberían compartir lucha”.

“El activismo ha perdido en la última década una parte de idealismo y se ha convertido en una especie de feria de vanidades”, observa Martín. “Hay algunos líderes o aspirantes a serlo que lo que quieren es eso: ser líderes y salir en los periódicos. Eso es peligroso”.

Los frentes más urgentes tienen en común que no afectan a hombres gais blancos de clase media. Las personas trans no cuentan con una ley nacional que proteja sus derechos. Y los incontables LGTBIQ+ que no son blancos ni de clase media tienen problemas muy distintos de quienes sí lo son. El apoyo del gay blanco acomodado es esencial, y su atención, difícil de mantener.

Samir Bargachi ha creado Kif Kif,una asociación para inmigrantes LGTBIQ+. Chaqueta Hermès.
Samir Bargachi ha creado Kif Kif,una asociación para inmigrantes LGTBIQ+. Chaqueta Hermès.Foto: Pablo Zamora

“Está surgiendo una comunidad LGTBIQ+ de primera clase y otra de segunda. Yo soy de segunda”, explica Samir Bargachi. Nacido hace 32 años en Nador (Marruecos), vive en España desde 2000. “Marsha P. Johnson y Sylvia Rivera [las dos mujeres transexuales de color que tiraron la primera piedra en Stonewall en 1969 y dieron lugar a la primera revuelta de la comunidad contra la brutalidad policial] nos advirtieron de que esto iba a pasar: que el hombre de mediana edad, blanco, rico o de clase media, se iba a apropiar del movimiento. Y está pasando hoy. Los inmigrantes LGTBIQ+ vemos muchas discusiones de la escena que ni nos planteamos, porque estamos pensando en tener papeles o en pagar el alquiler”, protesta.

En 2004, Bargachi creó Kif Kif, una asociación para ayudar a inmigrantes LGTBIQ+. “España es el mayor receptor mundial de personas LGTBIQ+. En torno al 25% de quienes piden asilo aquí lo hacen debido a esa condición. Pero a una persona trans de Honduras la pueden alojar en el mismo centro que alguien de Afganistán: huye del infierno para ir a otro todavía peor. Y las políticas públicas no nos contemplan. A los LGTBIQ+ se nos percibe como una comunidad poderosa, pero somos muy vulnerables”, explica.

La periodista Valeria Vegas luce un vestido procedente del archivo de Jean Paul Gaultier.
La periodista Valeria Vegas luce un vestido procedente del archivo de Jean Paul Gaultier.Foto: Pablo Zamora

 Valeria Vegas, periodista trans cuya biografía de La Veneno es la base para la serie de reciente estreno de Javier Calvo y Javier Ambrossi, ha notado algo parecido. Las personas trans han pasado los últimos años en boca de todos, pero sin grandes cambios en su vida práctica. “El foco se nota mediáticamente, pero no sé hasta qué punto se nota a pie de calle… Te cruzas con alguien y te sigue mirando, analizando. Lo noto en amigas mías y, a veces, en mí misma. Me he acostumbrado a decirme que no, que me miran porque mido 1,82”.

Y explica: “La causa trans es la identidad. La condición, que es lo que ocurre con los hombres gais, va por otro lado. Cuando rompes con la identidad que te ha venido dada y reafirmas la tuya, estás rompiendo con muchas cosas. Socialmente parece que reniegas de tu familia. La persona trans tiene que estar tan bien armada psicológicamente. Hay que tener una entereza de la que a veces no soy consciente. Una persona que anímicamente esté mal en cualquier momento y sea una persona trans… Hay una tasa de suicidios muy alta”.

La desmemoria histórica no oprime, pero es más fácil oprimir a quien no recuerda. Es la diferencia entre sentirse parte de un colectivo marginal a saberse dentro de una comunidad que ha superado adversidades históricas inimaginables. Un número cada día mayor de activistas se obsesiona en reconstruir, pedazo a pedazo, la deslavazada historia LGTBIQ+, una asignatura hasta ahora olvidada. “Ha habido poca literatura, y más de ensayo que novela. Poca atención académica, poco cine, poca transmisión. Un chaval de 20 años hoy no sé si sabe quién es Pedro Zerolo y hablamos de algo que ha ocurrido hace 15”, sopesa Martín.

Iván Zaro, activista por la desestigmatización del VIH, con chaleco Jean Paul Gaultier.
Iván Zaro, activista por la desestigmatización del VIH, con chaleco Jean Paul Gaultier.Foto: Pablo Zamora

Iván Zaro, escritor y activista centrado en el estigma del VIH y en la prostitución masculina, notó que algo estaba cambiando. El mito del Nueva York de los ochenta y noventa, ese lugar oscuro y hostil de las muertes por sida, donde el activista Larry Kramer gritaba desesperadamente en televisión y el artista seropositivo David Wojnarowicz exhibía retratos del cadáver de su novio, empezó a verse en pantallas y libros. “Habíamos estado 30 años sin poder mirar de frente a esos días, yo creo que por vergüenza”, celebra.

Este revival cultural –la serie Pose o la película 120 pulsaciones por minuto, por ejemplo es una excelente noticia para quienes pedían una historia LGTBIQ+ más viva. También subraya lo difícil de hablar de días más cercanos. “Esa época es indeleble por el dolor que causó, pero también porque no tenemos otros referentes”, sigue Zaro. “Hoy en España no hay personas seropositivas que salgan a la luz. ¿A cuántos famosos españoles conoces con VIH? Y los hay, claro. El VIH afecta a personas anónimas y famosas. Pero no tenemos referentes que digan: mira, se puede ser una persona sana y ser seropositiva. Se puede tener hijos seronegativos, la esperanza de vida es la misma, y no son personas cadavéricas. Por eso nos vamos a los ochenta y a los noventa”.

Si el Nueva York de Wojnarowicz es un mito recién descubierto, la España del siglo XX es uno por conquistar. "Todos sabemos quiénes son Marsha P. Johnson y Sylvia Rivera, pero la mayoría no conocemos el nombre Silvia Reyes, o las demás transexuales que fueron a la primera manifestación del Orgullo, en Barcelona en 1977. La influencia americana nos ha ayudado mucho, pero miremos aquí también. El otro día un chico gay, bien formado, me dijo que no sabía que Luis Cernuda era gay”, protesta Carlos Barea, escritor y activista cultural. Del franquismo, y los campos de concentración para reformar homosexuales en Huelva y Badajoz, al VIH español, faltan grandes trabajos de documentación.

El activista Carlos Barea, autor del libro ‘Bendita tú eres’ (Egales), en la Rosaleda de El Retiro.
El activista Carlos Barea, autor del libro ‘Bendita tú eres’ (Egales), en la Rosaleda de El Retiro.Foto: Pablo Zamora

Barea es conocido, además de por su novela Bendita tú eres, por rescatar en redes sociales vidas de personas LGTBIQ+ caídas en el olvido. “Pepe Espalíu fue un artista que exponía por todo el mundo. El 1 de diciembre de 1992, escribió en EL PAÍS la primera carta en la que alguien de su éxito salía del armario como homosexual y como persona con VIH. Murió en 1993. Fue un espaldarazo enorme. ¿Dónde está la memoria de ese hombre? Alberto Cardín: traductor, antropólogo, y el responsable de crear la primera colección de literatura LGTBIQ+ en España, Laertes. Hoy nadie lo reivindica. La historia la escriben los vencedores. Ahora es el momento de los perdedores”.

Una idea cada vez más extendida es que decir "comunidad LGTBIQ+" es un oxímoron, que con el tiempo cada sigla ha ido cobrando una identidad y unas prioridades distintas que la alejan del todo indivisible de años atrás. En The Pink Line, un libro reciente, Mark Gevisser usa una metáfora para hablar de la enorme abstracción que es esta causa: la línea rosa, una línea de batalla imaginaria. Reúne las microagresiones y traumas personales de cada individuo y el trasfondo político de cada país. De la linea rosa pueden salir gais aburguesados y entrar heterosexuales con familiares LGTBIQ+. Es lo que queda del activismo pasado. También es lo que hay por delante.

A Mili Hernández le falta algo en su línea rosa: “La educación. Llevan años discutiendo si religión sí o religión no en las aulas, ¿cómo introducimos nosotros el debate de hablar de la transexualidad, homosexualidad, diversidad, a los niños desde pequeñitos? No solucionamos nada hablando de sexualidad a partir de los 14. A mi librería entran unos cuantos profesores con pánico cada año, a pedir libros infantiles que hablen de diversidad para explicarle a los niños de la clase que Fulanito tiene dos papás. Un crío que con ocho años se siente diferente y tiene miedo a serlo para que no le den de hostias en el colegio: eso es lo que hay que evitar”.

“Yo creo mucho en los espacios individuales, íntimos: alguien que en su grupo de amigos es capaz de levantar la voz cuando hay que levantarla es una idea acojonante”, explica Luisgé Martín. "Esa idea de que ponerte la mascarilla y lavarte las manos es algo que tiene un efecto multiplicador social es aplicable a todo esto. Defender en tu espacio lo que hay que defender y conocer de dónde venimos y tu propia historia es fundamental”.

Rubiño, acostumbrado a las miradas de Vox cuando les da la réplica en los plenos del Senado, tiene su propia imagen de la linea. Ruidosa y ambiciosa, como siempre han sido triunfos históricos LGTBI. “No me gusta ese lema frente a la extrema derecha que dice: 'Ni un paso atrás'. La mejor garantía frente a los discursos de odio es coger carrerilla y ampliar todas las conquistas. Para eso, teniendo una coyuntura política que lo permite, esta legislatura hay que aprovecharla. La mejor garantía ante esos discursos es que consigamos avanzar lo suficiente para que esos pasos sean irreversibles. Y que el día de mañana incluso nuestros adversarios tengan que aceptar que hay cosas en este país que no se pueden tocar sin perder la partida”.

 

Estilismo: Silvia Ballester Cussac. Maquillaje y peluquería: Vicente Guijarro. Asistente de fotografía: Orlando Gutiérrez. Agradecimiento: Florida Park.

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Sobre la firma

Tom C. Avendaño
Subdirector de la revista ICON. Publica en EL PAÍS desde 2010, cuando escribió, además de en el diario, en EL PAÍS SEMANAL o El Viajero, antes de formar parte del equipo fundador de ICON. Trabajó tres años en la redacción de EL PAÍS Brasil y, al volver a España, se incorporó a la sección de Cultura como responsable del área de Televisión.

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