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COLUMNA
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Aborto: un sentimiento de alivio

Una mujer cuando reclama el derecho de no ir a prisión por abortar, si esa es su voluntad, es alguien que celebra la alegría de la vida

Una protesta en Buenos Aires a favor del aborto legal.
Una protesta en Buenos Aires a favor del aborto legal. C. Smiljan (Getty)

“Las mujeres sienten alivio al abortar”. El sentimiento es ese realmente: alivio. La controversia sobre los efectos de un aborto en la salud mental o afectiva de las mujeres es tema permanente en el debate público sobre aborto — en la ausencia de evidencia científica que demuestre alguna razonabilidad en la criminalización del aborto, los profetas de la fe alardean que “a ninguna mujer le gusta hacerse un aborto” y en un salto, travisten religión de charlatanismo para ofrecer el diagnóstico de “aborto como un trauma”. Por lo que la ciencia indica, no hay trauma ni culpa, pues las mujeres viven el aborto como una decisión correcta para sus vidas.

Hay sentimientos que al ser pronunciados causan incomodidad en la moral hegemónica. Pronunciar alivio en relación con el aborto parece ser uno de ellos. El estudio que identificó relief [alivio] como el sentimiento más común y permanente de las mujeres después de un aborto y en los cinco años subsiguientes, recientemente publicado en Social Science and Medicine, ha sido el más exhaustivo realizado hasta el momento en la literatura biomédica. Desarrollado en Estados Unidos con 667 mujeres, la investigación las acompañó en el tiempo, con el fin de comprobar la creencia que afirma que el aborto es una experiencia nefasta en sus vidas. Las mujeres aliviadas con el aborto son mujeres jóvenes, de todos los colores y etnias, que describen el aborto como la decisión correcta para sus vidas. Son mujeres comunes y muchas de ellas con hijos, como ya otros estudios han identificado en diferentes países, por ejemplo la Investigación Nacional del Aborto en Brasil.

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¿Podríamos hablar también de “alivio” para las mujeres latinoamericanas que acceden a un aborto? Los efectos son experiencias particulares para cada persona, producidos por las individualidades que están en permanente tensión con las políticas de la vida. En el caso del aborto, los efectos sobre las mujeres son resistencias a la pedagogía de género que, en el reverso de la maternidad como un destino, profetiza el aborto como un trauma. La agonía entre la individualidad que rechaza el deber del embarazo a través del aborto y el patriarcado que naturaliza las normas de género para perseguir úteros y culpar almas, puede ser más intensa en países en donde la ley penal se mezcla con las religiones, al contrario de Estados Unidos donde el aborto es permitido. Aun así, sin tener certeza sobre cuál sería el sentimiento más común para las mujeres latinoamericanas que abortan, nos arriesgamos a decir que debe ser distante de los efectos que rodean la fantasía religiosa del “aborto como trauma”.

Basta mirar con atención para las centenas de miles de chicas y mujeres que ocuparon las calles de Buenos Aires durante la votación por la descriminalización del aborto en 2018 y que prometen regresar pronto con el anuncio de Alberto Fernández sobre la modificación de la ley penal. La marea verde no fue una multitud entorpecida por los dolores de un trauma propio o vivido por mujeres de las redes de afecto y solidaridad — era una ola modulada por la alegría de quien afirma el derecho de elegir el propio proyecto de vida. Es cierto que lanzamos un efecto aún más asustador a la moral cristiana para hablar de aborto: la alegría. La culpa es un sentimiento de sujetos melancólicos, entristecidos por la alienación de la voluntad. Una mujer cuando aborta o reclama el derecho de no ir a prisión por abortar, si esa es su voluntad, es alguien que celebra la alegría de la vida.

¿Por qué hablamos de alegría como sentimiento relacionado con el aborto voluntario? Porque solo una mujer convencida de su propia existencia y proyecto de vida se mueve contra la cadena y enfrenta el infierno para abortar en condiciones clandestinas en América Latina. El aborto es una necesidad de vida para las mujeres, por eso cuando una mujer aborta, se distancia de las normas de género como un destino para desafiarlas en una de sus tácticas de control del cuerpo de las mujeres — la reproducción biológica. Nos arriesgamos a decir que las mujeres que abortan no son frívolas, tampoco alienadas de las normas sociales de género que insisten en colonizar nuestros sentimientos con culpa, vergüenza o arrepentimiento. Al contrario: las mujeres que abortan viven la experiencia singular de enfrentar el patriarcado, y quitar la maternidad del campo del destino de la naturaleza para ponerlo en el campo de la norma social. Por eso, imaginamos a esas mujeres con la alegría de la esperanza y una sensación de alivio, y no siendo el aborto un trauma.

Debora Diniz es una antropóloga e investigadora brasileña de la Universidad de Brown.

Giselle Carino es politóloga argentina y directora del International Planned Parenthood Federation. 

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