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Columna
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Clavija y toma de corriente

Cuando algo no funciona se buscan soluciones. Pero cuando los que tienen que buscar las soluciones son la causa del mal funcionamiento, entonces, tenemos un problema

David Trueba
De izquierda a derecha, el director de escena Luis Luque, la concejala Andrea Levy, el alcalde José Luis Martínez-Almeida y Natalia Menéndez, en la presentación de esta última como nueva directora del Teatro Español y las Naves Matadero de Madrid.
De izquierda a derecha, el director de escena Luis Luque, la concejala Andrea Levy, el alcalde José Luis Martínez-Almeida y Natalia Menéndez, en la presentación de esta última como nueva directora del Teatro Español y las Naves Matadero de Madrid. Juan Carlos Hidalgo

Cuando algo no funciona se buscan soluciones. Pero cuando los que tienen que buscar las soluciones son la causa del mal funcionamiento, entonces, tenemos un problema. Hace unas semanas, los madrileños aficionados al teatro sufrieron un espectáculo curioso y no precisamente sobre los escenarios, sino detrás de ellos, en los despachos. La coalición de Gobierno tanto en el Ayuntamiento como en la Comunidad procedió al relevo de los directores de los teatros municipales y autonómicos. Ni siquiera eran compatibles entre ellos mismos, socios en el poder, así que recurrieron al hábito de poner y quitar en función de confianzas personales, gustos e intuiciones. Vaya usted a saber. Este problema, que es una disfunción política asombrosa en la Europa del siglo XXI, tendría un arreglo fácil. Que los elegidos como responsables decidieran por una vez no prestarse al juego. Pero eso sería pedir a los ciudadanos lo que los ciudadanos piden a los políticos, y, sinceramente, las exigencias que algunos hacen a los demás, no están capacitados para exigírselas a sí mismos. He ahí una tragedia shakespeariana para quien quiera observar con atención.

Pero como todo lo que afecta a la cultura en nuestro país provoca un desinterés marciano, convendría fijarse en lo que se considera asunto serio. La justicia nacional podría serlo. Pero tampoco pasa el examen. Hace ya un año que el presidente del Consejo General del Poder Judicial acabó su mandato. Sin embargo, la parálisis política ha impedido su sustitución. Durante ese tiempo de prórroga, en lugar de manejarse con la exigencia que él mismo reclama a los políticos, ha procedido a más de cuarenta nombramientos de magistrados. Según algunas asociaciones judiciales, el criterio de amiguismo y conveniencia no ha estado exento en la selección y por ello se han recurrido 22 nombramientos en lo contencioso-administrativo. Suena a verdadero disparate, que va a condicionar la justicia española durante décadas. Una de las razones de este desastre tiene que ver con el ya conocido como síntoma Cosidó. Cuando ya estaba pactado que el sustituto de Carlos Lesmes en el CGPJ fuera el magistrado Manuel Marchena, el portavoz del PP en el Senado, Ignacio Cosidó, se levantó por la mañana orgulloso de sus intrigas. Y colgó un mensaje en redes sociales internas diciendo que iban a dominar el Tribunal por la puerta de atrás. Salió a la luz y la misión lograda se fue al traste, porque el magistrado renunció para salvar la cara.

Algo tan grotesco ensucia nuestro ideal de Justicia. Sería bueno que la Unión Europea tomara cartas en el asunto, como ha hecho frente a la manipulación judicial en Polonia. Necesitamos su ayuda, porque no somos capaces de organizarnos solos. Esta impotencia, que ha caracterizado a la política española en los últimos ocho años, nos ha conducido a una situación incómoda. Vamos a tener que esperar a decisiones europeas para saber lo que es justo y lo que no lo es, puesto que en demasiadas ocasiones nuestro funcionamiento judicial no ha sido todo lo distante de la política que debería ser. Este daño ya está hecho. Pero volvemos al dilema inicial, porque quienes tienen que resolver el mal funcionamiento son, a su vez, la causa del problema. Como pasa con los enchufes, se necesitan dos socios para funcionar: la clavija y la toma de corriente.

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