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El ganador del Nobel que no encuentra editorial para publicar sus tres novelas

El científico Joachim Frank, galardonado en Química, narra con frustración su fracaso literario

Manuel Ansede
El biofísico Joachim Frank posa tras la entrevista en un hotel de Valencia.
El biofísico Joachim Frank posa tras la entrevista en un hotel de Valencia.Mónica Torres

Antes de aplaudir el bombardeo de un país presuntamente malvado, es bueno pensar en el biofísico Joachim Frank. Nació el 12 de septiembre de 1940 en Siegen, una de las sedes de la industria pesada de la Alemania nazi. No era un buen sitio ni un buen momento para nacer. “Mi primer recuerdo es mi casa en llamas”, rememora entornando los ojos, como si volviese a estar allí, entre el caos y la destrucción. “Normalmente una persona no tiene muchas memorias de cuando tenía tres años y medio, pero yo recuerdo estar en la puerta de mi casa, viendo cómo se quemaban los edificios de alrededor, mientras nuestro tejado ardía por las bombas incendiarias lanzadas por los aliados”.

Más de 70 años después, Frank se reunió con otros dos de aquellos niños de la Segunda Guerra Mundial, pero nacidos en el otro bando: el británico Richard Henderson y el suizo Jacques Dubochet. Los tres, ya septuagenarios, recogieron el Premio Nobel de Química de 2017 por inventar el criomicroscopio electrónico, una revolucionaria herramienta para fotografiar moléculas fundamentales para la vida, a temperaturas de unos 180 grados bajo cero. Si la generación de sus padres se dedicó a destriparse en los campos de batalla, ellos optaron por trabajar juntos y parieron una tecnología que abre las puertas a nuevos fármacos, al iluminar procesos biológicos como el cáncer y el alzhéimer.

“Mi primer recuerdo es mi casa en llamas”, afirma el biofísico, nacido en Alemania durante la Segunda Guerra Mundial

Tras enterarse de que había ganado el Nobel, Joachim Frank escribió unos versos en su web: “Jesus Christ / Holy Cow / I’m a different person now”. Son expresiones malsonantes imposibles de traducir literalmente, pero vendrían a decir algo así como: “La hostia, ahora soy otra persona”. Tras ser galardonado “todo cambió, incluyendo las relaciones con otras personas”, explica sentado en una cafetería de Valencia, por donde pasó recientemente para formar parte del jurado de los Premios Rey Jaime I.

Frank comenta con entusiasmo sus logros científicos, pero agria el rostro y entristece su voz cuando habla de su vida paralela: la de escritor frustrado. Ha terminado tres novelas, pero no encuentra ninguna editorial que se las publique. En su cuenta de Twitter, su biografía se reduce a una frase, “Quiero ser escritor”, sin aclarar que además es profesor de Biología en la Universidad de Columbia, en Nueva York.

Sus tres libros inéditos están relacionados con la ciencia. Uno de ellos, titulado El observatorio, narra la pelea de un astrónomo de Bonn para recuperar el antiguo observatorio de la ciudad alemana, convertido en un prostíbulo con club de estriptis. El protagonista se enfrenta, además, al divorcio de su mujer y a la defenestración profesional. Finalmente, acaba liado con su antigua secretaria y empieza a trabajar para ella como contable en una peluquería.

Una de sus novelas narra la pelea de un astrónomo para recuperar un observatorio convertido en prostíbulo

Otra de sus novelas, Narcis, transcurre en un futuro postapocalíptico en el desierto de Nuevo México, donde el Gobierno de EE UU gestiona un inmenso archivo digital. El objetivo de la instalación es que su ordenador central evite los experimentos con animales al poner a prueba las hipótesis de los científicos mediante un Filtro de la Verdad, que nunca va en contra del conocimiento ya existente. “Cucarachas amantes de la música, del tamaño de una persona, deambulan por el desierto”, añade la sinopsis.

Frank cuenta que comenzó su carrera literaria hace más de 35 años, cuando se apuntó a un curso del escritor estadounidense William Kennedy, posteriormente ganador del Pulitzer. De aquella experiencia nació su primera novela, Aan Zee, en la que un científico acude a una conferencia en los Países Bajos y se encuentra con un túnel del tiempo en su viejo hotel.

“Como escritor y como científico estoy en ligas completamente diferentes. Con dos de mis novelas he recurrido a un agente literario, pero no he llegado a ninguna parte”, lamenta Frank con desilusión. “La antigua manera de publicar un libro prácticamente ha desaparecido. Ahora el único objetivo es el beneficio económico. Y necesitas conexiones”, afirma. “Incluso un Premio Nobel no vale para nada en otra disciplina. Dicen: Un Nobel, ¿y qué? ¿Cómo se atreve este tío a intentarlo?”.

Frank ganó el Nobel de Química de 2017 por desarrollar el criomicroscopio electrónico

Frank viaja a menudo a España para, entre otras cosas, visitar a su antiguo discípulo José María Carazo, del Centro Nacional de Biotecnología, en Madrid. En una playa española, precisamente, el biofísico se inspiró para escribir su poema favorito en 1994. “En Sitges, en la Costa del Sol / conocí a una pareja en la empinada escalera de mi hotel. / Él la vigilaba con la mirada de un matador de toros. / Ella me rozaba con su codo al pasar y me miraba furtivamente / con sus labios entreabiertos”, arrancan los versos. “A él le desafiaré a una carrera a nado hasta Mallorca, / a ella le diré que me espere en el bar San Sebastián”, concluye el poema. “La historia es inventada”, asegura entre risas.

Aunque Frank fue galardonado con el Nobel de Química en 2017, sus principales logros científicos llegaron entre 1975 y 1986, cuando desarrolló una herramienta para fusionar las imágenes borrosas en dos dimensiones obtenidas con los microscopios electrónicos, que utilizan electrones en lugar de luz visible. Su técnica permite juntar las piezas para generar una sola imagen nítida en tres dimensiones. Frank compara su método con una serie de fotografías de su perra Daisy y sus diferentes sombras en el suelo en un día soleado.

Sus investigaciones pioneras, sumadas a las aportaciones de Henderson y Dubochet, han eclosionado en el último puñado de años. En septiembre de 2018, el Ministerio de Ciencia español anunció una inversión de ocho millones de euros para instalar en el Centro Nacional de Biotecnología el primer criomicroscopio electrónico de última generación de España. “Se trata de una técnica que permite observar las células con un nivel de detalle nunca logrado antes, como la entrada de un virus en una célula. Visualizar estos procesos tan complejos es clave para el desarrollo de nuevos fármacos”, aseguraba el Ministerio. Frank, fracasado por el momento en las letras, ha conseguido la gloria en las ciencias.

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Sobre la firma

Manuel Ansede
Manuel Ansede es periodista científico y antes fue médico de animales. Es cofundador de Materia, la sección de Ciencia de EL PAÍS. Licenciado en Veterinaria en la Universidad Complutense de Madrid, hizo el Máster en Periodismo y Comunicación de la Ciencia, Tecnología, Medioambiente y Salud en la Universidad Carlos III

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