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Los catalanes ricos viven hasta 12 años más que los de rentas bajas

Un hombre de clase alta tiene una esperanza de vida similar a la de un ciudadano suizo, mientras que la expectativa de vida de uno pobre es parecida a la de una persona de Ruanda

Jessica Mouzo
Una pareja de ancianos en el barrio del Raval de Barcelona.
Una pareja de ancianos en el barrio del Raval de Barcelona.ALBERT GARCIA

La situación socioeconómica de los individuos pasa factura a su salud. Tanto, que condiciona incluso su esperanza de vida. Según un estudio publicado en la revista científica Preventive Medicine, un catalán de nivel socioeconómico alto tiene una esperanza de vida similar a la de un ciudadano suizo. Sin embargo, un catalán de renta baja tiene una expectativa de vida parecida a la de una persona de Ruanda. La investigación, que ha cruzado datos socioeconómicos, de diagnóstico y mortalidad de seis millones de catalanes, apunta a que la esperanza de vida es hasta 12 años mayor en las rentas altas con respecto a las bajas.

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“Encontramos un fuerte patrón social de esperanza de vida y mortalidad”, sostiene el estudio, que ha cruzado los datos de salud y socioeconómicos de todos los residentes en Cataluña mayores de 18 años. Esta investigación cristaliza la brecha de esperanza de vida que hay en Cataluña según el nivel socioeconómico de los ciudadanos. El estudio apunta que los catalanes identificados con las rentas más bajas tienen una esperanza de vida hasta 12 años inferior a la de aquellos que tienen un estatus socioeconómico elevado. Por géneros, la brecha entre mujeres es de nueve años y entre hombres, de 12. “Cuanto más bajo es el estatus socioeconómico, mayores son las probabilidades de muerte, independientemente de la edad y el sexo”, sostiene la investigación.

A través de una base de datos anonimizada del Servicio Catalán de la Salud (CatSalut), los investigadores estudiaron la renta de todos los catalanes incluidos en el estudio y desglosaron el estatus socioeconómico en cuatro grupos según sus ingresos: desde más de 100.000 euros al año —las rentas altas— hasta menos de 18.000 euros anuales —condición socioeconómico bajo—. El indicador de renta “muy bajo” correspondía a aquellos individuos que reciben ayudas o asistencia social por parte de la Administración.

El 66% de la muestra eran personas de bajo nivel socioeconómico, el grupo más numeroso; el 28% eran de nivel medio; el 4%, de estatus muy bajo; y apenas el 1% correspondía a las rentas altas. Los resultados arrojaron que la esperanza de vida a los 18 años es de 64,9 en los hombres de clase alta y de 70,2 entre las mujeres del mismo estatus social —a estas cifras hay que sumarle la edad de 18 desde la que parte la población analizada—. En los catalanes de clase baja, sin embargo, la esperanza de vida a los 18 años desciende a los 52,9 años en los hombres y a los 60,8 en las mujeres.

Para dar contexto a los datos analizados, los investigadores sostienen que la esperanza de vida de los hombres catalanes de clase alta (64,9 años) es superior a la de Suiza —en 2016, cuando se recogieron los datos, era el país con la mayor esperanza de vida a los 18 años—. En cambio, el grupo de hombres de condición socioeconómica más bajo tienen una expectativa de vida (52,9 años) similar a la de Ruanda o El Salvador. Entre las mujeres, las catalanas de rentas altas viven tanto (70,2 años) como las japonesas, mientras que las mujeres de Cataluña con un nivel socioeconómico más desfavorecido tienen una esperanza de vida (60,8 años) similar a la de Sri Lanka u Honduras, “dos países con la esperanza de vida más baja del mundo”, matizan los científicos. “Estas diferencias también se han reportado en los Estados Unidos, donde los estratos más bajos tienen una esperanza de vida similar a la de Pakistán o Sudán”, agrega el estudio.

Los resultados de esta investigación siguen la línea asumida ya hace tiempo por la Organización Mundial de la Salud (OMS) acerca de la influencia de los determinantes sociales en la salud: según la OMS, parámetros como la vivienda, el trabajo, los ingresos o el entorno social, entre otros, están detrás de la mayoría de las inequidades sanitarias. Sin embargo, matiza el cardiólogo Miguel Caínzos-Achirica, epidemiólogo cardiovascular del hospital de Bellvitge de Barcelona y autor del estudio, hay elementos “que llaman la atención”. “En un entorno como este, con todos los factores protectores como la esperanza de vida más alta del mundo y acceso universal a la salud, hay una diferencia de 10 años. Es una diferencia muy grande”, avisa el cardiólogo.

El equipo de Caínzos-Achirica ya ha estudiado en otras ocasiones la influencia de los factores socioeconómicos y, en patologías concretas, como la insuficiencia cardíaca, la brecha se dispara. “La gente con menos renta desarrolla más enfermedades y su evolución es peor”, sostiene. En un estudio publicado hace unos meses, el cardiólogo demostró que, en pacientes con insuficiencia cardíaca, las rentas más bajas se asociaron con una esperanza de vida más corta a los 50 años (de 22,2 años en clases altas y 12,8 en rentas bajas).

El ‘efecto salmón’ de los inmigrantes rebaja las muertes

Los investigadores admiten ser conservadores con los datos y, de hecho, la mortalidad en las rentas más bajas podría ser mucho mayor de lo que se expone en el estudio. Esto se explica, aducen los expertos, por el "efecto salmón": "Los inmigrantes se enferman y regresan a sus países de origen, lo que puede sesgar las estimaciones de mortalidad en esta subpoblación".
Los científicos alegan que este subgrupo poblacional se encuentra, generalmente, entre los individuos de rentas más bajas, donde la mortalidad ya es mayor, así que se estaría subestimando el número de muertes.

Con todo, y pese a un eventual sesgo conservador, los expertos defienden que la brecha de esperanza de vida caracterizada en el estudio abre la puerta a revisar agendas políticas “en las que la protección de grupos altamente vulnerables, como las personas con estatus socioeconómicos bajos, debería ser una prioridad”, apuntan.

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Jessica Mouzo
Jessica Mouzo es redactora de sanidad en EL PAÍS. Es licenciada en Periodismo por la Universidade de Santiago de Compostela y Máster de Periodismo BCN-NY de la Universitat de Barcelona.

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