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Columna
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Entre país y causa

Con el deshielo entre Teherán y Washington promovido por Obama y Rohani empezó el camino de la normalización, pero la guerra fría de Trump otorga de nuevo el protagonismo a los ultras

Lluís Bassets
El vicepresidente de Estados Unidos, Mike Pence, este miércoles en Varsovia (Polonia).
El vicepresidente de Estados Unidos, Mike Pence, este miércoles en Varsovia (Polonia). KACPER PEMPEL (REUTERS)

Extraña cumbre la que ha organizado el trumpismo en Varsovia, en la que destacan las ausencias y el bajo nivel de los delegados. Estará, naturalmente, el secretario de Estado estadounidense, Mike Pompeo y le acompañará el vicepresidente Mike Pence. También Netanyahu. Y poco más. Todo el resto ministros representantes del mundo árabe antaño calificados de moderados, un epíteto que suena especialmente inmerecido en determinados casos, como es Arabia Saudí, el país que asesina a periodistas y tortura feministas.

La estrella es Jared Kushner, el yernísimo encargado por Trump de los asuntos de la región y auténtico protagonista de la fiesta. Le corresponde plenamente, dado el título de la conferencia sobre "el futuro de la paz y la seguridad en Oriente Próximo", en concordancia con el desconocido y misterioso plan de paz entre palestinos e israelíes que le prometió a su suegro. Lo más notable es que la reunión solo trata de Irán, en la semana misma en que Teherán celebra los 40 años de la revolución jomeinista, como si fuera una amenaza de liquidación justo en los días en que los ayatolás celebran la fiesta de su continuidad.

La Casa Blanca quiere agrupar fuerzas en la guerra fría que mantienen Arabia Saudí e Israel con la república islámica, incrementar las sanciones y desanimar a los firmantes del acuerdo nuclear con Irán que persisten en cumplirlo —como es el caso de los europeos—, en vez de seguir el ejemplo de Trump, que lo rompió unilateralmente. A pesar de las consecuencias de las sanciones para la población, el régimen no ha movido ni una sola centrifugadora, de forma que sigue cumpliendo con los compromisos firmados en 2015 después que los incumpliera el principal firmante.

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La ruptura del acuerdo levantó en su día los temores a una reanudación del programa nuclear que condujera a una escalada de represalias militares. Pero no ha sido así. Si bien Irán, y sobre todo sus guardianes de la revolución, persisten en sus ambiciones hegemonistas y han proseguido con su política de inmiscuirse en Siria, Irak y Yemen, el gobierno ha optado por la paciencia estratégica y quiere esperar a 2020, un año antes de las presidenciales iraníes, para ver si, todavía con el reformista Hassan Rohani de presidente, regresa un demócrata a la Casa Blanca y resucita el acuerdo nuclear ahora difunto.

Irán no ha decidido aun si quiere ser un país o una causa. Fue Henry Kissinger quien estableció hace diez años el dilema al que se enfrentaba Teherán, justo cuando se cumplían 30 de la revolución y empezaba a perfilarse la posibilidad de un acuerdo diplomático para neutralizar el peligro de su programa nuclear. Con el deshielo entre Teherán y Washington promovido por Obama y Rohani empezó el camino de la normalización, pero la guerra fría de Trump otorga de nuevo el protagonismo a los ultras, que en Irán y en todas partes son siempre los partidarios de las causas. 

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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