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NAVEGAR AL DESVÍO
Columna
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Patrias y patrias que tuve y perdí

Manuel Rivas

Podemos encontrarnos en el país de las ausencias y preguntarnos quiénes faltan y no quiénes sobran

LA GLOBALIZACIÓN, abracadabra del siglo XXI, parece haber sido muy exitosa para el tráfico de dinero, drogas y armas. En cuanto a los seres humanos, ha situado en la agenda política y de forma con frecuencia dramática y perversa la diferencia entre pertenencia a un lugar y la migración. La extrema derecha contagia de inhumanidad al resto conservador e impone un relato que comienza con la contraposición entre nosotros, los de la pertenencia, los de casa, y los otros, los impertinentes, los “nómadas”.

Ese relato, y especialmente en España, es parte de una avería óptica estrepitosa: somos, en el pasado y en el presente, un país de emigrantes. Un país con millones de ausentes y que, en muchos casos, sufren problemas de rechazo e incomprensión por los socios o colegas de “nuestros” cancerberos de fronteras. Por supuesto, la xenofobia que comparten es aporofobia. La raza que no les gusta es la de los pobres.

Así que a estas alturas de siglo podríamos dar un giro positivo a ese dilema peligroso de pertenencia-migración. Podemos encontrarnos en el país de las ausencias. Preguntarnos quiénes faltan y no quiénes sobran.

Hay un poema de Gabriela Mistral que es puro desa­sosiego a compartir: País de la ausencia. Un país de “patrias y patrias que tuve y perdí”.

Hay otro poema inolvidable y muy próximo. El que escribió Luis Cernuda en el exilio, Bien está que fuera tu tierra, en homenaje a Galdós, y que en una estrofa dice más que mil discursos de mano fantasma:

Hoy, cuando a tu tierra ya no necesitas, / aún en estos libros te es querida y necesaria, / más real y entresoñada que la otra: / no ésa, mas aquélla es hoy tu tierra, / lo que Galdós a conocer te diese, / como él tolerante de lealtad contraria, / según la tradición generosa de Cervantes, / heroica viviendo, heroica luchando / por el futuro que era el suyo, / no el siniestro pasado donde a la otra han vuelto.

Ese es todo un programa. Ser tolerante de lealtad contraria. La tradición generosa de Cervantes.

Leo hoy las declaraciones de un hombre que presume de culto, y siento de golpe la ausencia de la tradición generosa de Cervantes. Como un personaje de apropósito de Carnaval, José María Aznar se erige en aduanero del constitucionalismo, y en su paroxismo deprimente expulsa de España a la mitad de España. Para él, que reconoció no haber votado la Constitución, el Partido Socialista se ha situado fuera de la Constitución. He ahí alguien que se considera ajeno a la ley de la gravedad. Sus ideas cotizan hoy al alza, escoran a la derecha hacia su extremo de la balanza histórica, como un déjà vu de todas las pifias de España. ¿Queríais unidad? Pues ahí tenéis la gran secesión. Los separadores atizando el separatismo. Cataluña como disculpa para reproducir la política del enemigo, la mitad de España señalada con el estigma de anti-España.

El padrino Aznar y sus discípulos reclaman e instan al Gobierno central a una nueva aplicación, más dura, sin contemplaciones, del artículo 155, que supondría, en la práctica, la sustracción de la autonomía catalana, en el marco de la recentralización que desde años defiende la FAES aznarista, ese think tank liberal muy subvencionado por el Estado. En la forma en que se plantea, la presunta solución es un Estado de excepción permanente. Solo el antiguo adoctrinamiento de la intolerancia y el autoengaño puede hacer creer que esa política deconstructivista daría lugar a una normalización incruenta. Es de temer que el siguiente paso, con padrino o sin él, sería dejar el país a merced de los aprendices de brujo.

La “tradición generosa de Cervantes” es el diálogo. La escucha. Casi todos los días hay propuestas para crear nuevas materias en la enseñanza. A mí me parece urgente la implantación de la asignatura de saber escuchar. Sobre todo, escuchar la palabra contraria que se rebela ante la injusticia. Hay un libro en forma de opúsculo de Erri de Luca que lleva ese título: La palabra contraria. Una autodefensa escrita cuando fue procesado por su activa oposición a las obras de un tren de alta velocidad que suponía la perforación de montañas de los Alpes repletas de amianto, y que la compañía constructora denunció como incitación al “sabotaje”. Erri de Luca, autor de maravillas como Los peces no cierran los ojos, descerrajó con palabras el montaje para acallarlo. “Voy a ser procesado por ejercer mi derecho a la palabra contraria”, dijo. Y añadió: “Si mi opinión es un delito, no voy a dejar de cometerlo”. La causa, que al principio pintaba mal por la dureza de la fiscalía, fue finalmente sobreseída.

La palabra contraria, la que nombra las injusticias, ese es el lenguaje común del país de la ausencia. 

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