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La extraña vida del falsificador de cuadros de Basquiat obsesionado con las pistolas

Retrato de Alfredo Martínez.
Retrato de Alfredo Martínez.Fotografía de James Bizon, titulada ‘Work in Progress I: Alfredo Martinez’
Ana Vidal Egea

Pintor, falsificador, preso, fabricante de armas…, la vida del puertorriqueño Alfredo Martínez da para varios libros

Alfredo Martínez no es solo un ser humano entrañable y extravagante a partes iguales, sino que es uno de esos genios fascinantes que tienen el don de caer bien a todo tipo de personas, incluso cuando hablamos de uno de los mayores falsificadores del mundo del arte. Dealers, artistas y coleccionistas lo adoran. Para los que no lo conozcan, Alfredo Martínez no es un indigente, sino un excéntrico pintor de origen puertorriqueño cuya obra ha aparecido en exposiciones colectivas en MOMA PS1, que ha tenido dos exposiciones individuales en Nueva York y sobre cuyo trabajo como curador se ha hablado en The New York Times. Es un genio que, sin haberse llegado a graduar en el instituto, es capaz de diseñar armas de fuego de forma autodidacta, porque las armas le fascinan y se dedica a dibujarlas y construirlas: en 20 minutos construyó la pistola con la que disparó con un perdigón a su marchante de arte en una feria de arte del Gramercy Park Hotel, en los años noventa, porque este le dijo que sus pistolas no funcionaban. Acabó comprándoselas.

Martínez, que por entonces pesaba 140 kilos, fue a la cárcel en 2002, arrestado por el FBI y condenado a tres años de prisión por falsificar 17 cuadros de Jean-Michel Basquiat (así como los certificados de autenticidad) con los que había ganado 185.000 dólares (unos 160.000 euros). Cuando los coleccionistas descubrían que los cuadros eran falsos, lo llamaban una primera vez para desahogarse y después una segunda para pedirle que hiciera más cuadros, a un precio menor: habían sido engañados y ahora ellos querían engañar a otros. Martínez afirma que fue un coleccionista al que no quiso vender más cuadros porque pagaba tarde, Leo Malca, quien lo delató al FBI. Pero como confesaría después, la jugada no le había salido tan mal; llevaba 18 años falsificando y lo habían descubierto a los 36 años.

Una vez en la cárcel pasó a la historia por hacer una huelga de hambre de 55 días porque no le facilitaban materiales para pintar y tenía que dibujar sobre papeles que hacía él mismo con ayuda de un gánster ruso, utilizando como pigmentos granos de café y mermelada. “Hubiera retado a Basquiat a que copiara mis cuadros con esos recursos”, asegura. Un juez le dio la razón, y a partir de entonces la cárcel cuenta con un programa artístico. Alfredo salió de la cárcel pesando 83 kilos y habiendo participado en cuatro exposiciones.

Después se fue a vivir a China, se hizo amigo de Ai Weiwei y acabó en la cárcel por haber sido descubierto fabricando armas. Regresó a Estados Unidos y fue uno de los artistas participantes en el experimento documental We live in public que estrenó el pionero de Internet Josh Harris en 2009 ganando el Premio del Jurado en el Festival de Sundance.

Ahora Alfredo Martínez se vuelve a pasear por las calles de Nueva York buscando comida. El resto es leyenda. 

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Sobre la firma

Ana Vidal Egea
Periodista, escritora y doctora en literatura comparada. Colabora con EL PAÍS desde 2017. Ganadora del Premio Nacional Carmen de Burgos de divulgación feminista y finalista del premio Adonais de poesía. Tiene publicados tres poemarios. Dirige el podcast 'Hablemos de la muerte'. Su último libro es 'Cómo acompañar a morir' (La esfera de los libros).

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