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en primera persona

Porno ‘guay’ para niños

Expliquemos, filtremos y contextualicemos las pelis para adultos que sí o sí van a ver los chavales

Patricia Gosálvez
Portada del libro noruego para niños sobre pornografía 'Sesam Sesam' de la autora Gro Dahle.
Portada del libro noruego para niños sobre pornografía 'Sesam Sesam' de la autora Gro Dahle. Cappelen Damm

No estoy preparada para la adolescencia. Me cuesta poner freno a la ingesta de galletas, ¿qué voy a hacer cuando las chuches sean drogas recreativas? Me ahogo en una pataleta, ¿cómo voy a lidiar con una bronca teen? Vivo en el pavor de que mis niños cumplan 15. ¿O debería decir 14? ¿13? ¿¡12!? Tic, tac, tic, tac…

La más reciente de mis angustias futuras es el porno. Es culpa del New York Times y de la escritora feminista Virginie Despentes.

A principios de mes The New York Times Magazine publicó un extenso reportaje titulado “Lo que están aprendiendo los adolescentes del porno online”. Va sobre un taller de Porn Literacy, algo así como “Alfabetización porno”. Está lleno de testimonios adolescentes y de datos. Los menores hablan de las enormes expectativas que les genera que su única educación sexual venga de lo que ven en Internet. “Se te mete en la cabeza”, dice un niño de 15 años, “si a la chica del vídeo le gusta [el sexo duro] quizás eso es lo que quieren la mayoría de las chicas”. “En el porno, el tío solo se preocupa por sí mismo”, explica una alumna de 16, “[antes del taller] solía pensar más en si lo estaba haciendo bien o mal”.

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Los datos y estudios citados en el reportaje dejan claras tres cosas: a partir de 13/14 años la mayoría de los chavales ven porno (en EE UU el 93% de los chicos y el 62% de las chicas lo han hecho antes de los 18 años); no se ha encontrado una relación causa efecto directa entre ver porno y tener más estereotipos machistas o relaciones menos afectuosas, aunque sí una correlación y el aumento de ciertas prácticas sexuales (como sexo anal, eyaculaciones en la cara y asfixiamientos simulados); y, sobre todo, los padres no tienen ni idea de nada. Ay.

El taller del reportaje versa, según su organizadora, “sobre el análisis crítico de contenidos sexuales explícitos”. “No trata sobre cómo tener sexo, no queremos ser vistos como promotores de nada con lo que los padres se sientan incómodos”, explica. Los talleres no explican cómo se pone un condón o dónde está el clítoris, sino que diseccionan el porno, sin juzgarte por verlo, como una industria y una escenificación. Hablan de los estilos, cuentan que los actores usan Viagra y mamporreros fuera de cámara, o que las actrices cobran 300 dólares por una felación, 1.000 por un anal, 1.200 por una doble penetración… Ya, yo tampoco lo sabía.

Esto no va de educación sexual. Tiene que ver, pero es otra cosa. Claro que los padres deberían hablar de sexo con sus hijos. Claro que sería fundamental que hubiese clases de educación sexual en los colegios. Claro que el porno no debería sustituir la educación sexual. Pero al margen de que la hubiese, verían porno, ¿no merece el tema una discusión propia?

Con el reportaje fresco en la mente, me mandaron a entrevistar a Despentes, firme defensora de la pornografía y directora de la adaptación de su novela Fóllame, filme que fue censurado por su explícito contenido en varios países. Entre las chopocientas preguntas que le hice a la gurú de Teoría King Kong, le planteé la duda que me rondaba. El porno, fenomenal, vale, pero ¿y para los niños, Virginie? La respuesta larga: “El problema es que el porno llega a los jóvenes de manera muy intensa y sin ningún discurso detrás. Se comen horas de porno online, pero no encontrarás un libro dirigido a ellos que se lo explique. Lo están viendo con 12 años, pero no pueden poner una sola palabra sobre lo que han visto. Por favor, hablemos de la industria, de cómo se construye, financiemos películas mejores, distintas, positivas, variadas… El problema no es el porno sino la sexofobia, el gueto. Si los niños lo ven, lo más lógico sería tener un portal de porno para adolescentes. Hay porno menos difícil de ver, hay muchas pornografías no solo una, y hasta yo a veces veo cosas que digo, ¡Shit, qué fuerte!... Así que deberíamos ofrecer a los chicos y chicas un porno que puedan ver con calma y con discurso. ¡Hagamos un porno guay para ellos!”.

Asentí de acuerdo en todo, pero por dentro, imaginando a mis angelicales retoños surfeando como expertos por Pornhub en unos pocos años, solo podía pensar: ¿Un porno guay para niños? Shit, shit, shit, ¿estoy preparada?

Cuesta (tiempo y muchas veces dinero) encontrar porno guay. Porno feminista, con cuerpos diversos y donde el eje erótico no sea el martillo hidráulico de ellos y el contorsionismo de ellas. En el río pornográfico de Internet un adulto que sabe lo que significa hardcore, fisting o bukake puede evitar clicar en aquello que no quiere ver. Pero, ¿qué hace un niño o una niña cuando se lo encuentra? Y se lo encuentran. Aquí no vale el argumento “eso siempre ha pasado”. No, no es igual que antes. Los recuerdos de mi generación son revistas Private, el Víbora, pelis mainstream del Canal+, machistas, sí, más o menos bestias, vale, pero eran cosas que encontrabas o que te costaba conseguir. No teníamos un acceso fácil y 24 horas a un chorro sin freno de pornografía explícita para todos los gustos, incluidos los más excéntricos y los más violentos. Ahora hay filtros, se puede controlar… me dirán algunos. Mira, no. Al ritmo que van mis niños con la tecnología, para 2020 me están hackeando la declaración de la Renta.

Es necesario que aprendan a leer, a descodificar el porno. Expliquemos, filtremos y contextualicemos la pornografía que sí o sí van a ver los chavales. 

En una búsqueda rápida en Google, encuentro solo dos libros para niños sobre el tema (para padres hay muchos). Ambos tratan sobre un niño que se topa por error con un contenido pornográfico en Internet (que los niños busquen activamente porno parece impensable). En el libro estadounidense Good Pictures, Bad Pictures, “la mamá y el papá explican a su hijo qué es la pornografía, por qué es peligrosa y cómo rechazarla”. Las cursivas en la descripción de Amazon dejan bastante claro de qué palo va. El otro libro, Sesam Sesam, está en noruego y la madre le explica al pequeño que el porno es “un juego para adultos bueno y útil”, según traduce Google. Su premiada autora, Gro Dahle, ha abordado otros temas espinosos con una transgresora visión que le ha propiciado tantas alabanzas como críticas.

Entre los miles de consejos online de educadores, sexólogos, sociólogos, sacerdotes, periodistas y padres del montón sobre cómo hablar de porno con tus hijos, me interesa la visión de alguien de la propia industria, Erika Lust, directora de porno feminista y madre de dos niñas, que montó hace unos meses una página con herramientas específicas para tener The Porn Conversation, como se llama la web.

Por su parte, los talleres de alfabetización porno han llegado hasta a Vitoria, donde un par de hermanos vascos plantearon hace poco una Porno Eskola extrescolar. Sin embargo, la idea fue abortada el pasado diciembre incluso antes de nacer por la presión de las AMPAS.

Para encontrar estas cuatro referencias he tenido que vadear docenas de webs XXX que Google escupía al teclear cualquier combinación de las palabras porno, libro, adolescentes, escuela, niños o sexo. Ello debería bastar para comprender que tenemos que ponernos las pilas y empezar a hablar ya del tema. Tic, tac, tic, tac...

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Sobre la firma

Patricia Gosálvez
Escribe en EL PAÍS desde 2003, donde también ha ejercido como subjefa del Lab de nuevas narrativas y la sección de Sociedad. Actualmente forma parte del equipo de Fin de semana. Es máster de EL PAÍS, estudió Periodismo en la Complutense y cine en la universidad de Glasgow. Ha pasado por medios como Efe o la Cadena Ser.

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