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Sueños desahuciados

Este viernes se estrena 'Muchos hijos, un mono y un castillo', el documental que Gustavo Salmerón ha rodado sobre su madre

Elsa Fernández-Santos
En un momento del documental, el mono busca en la cabeza de Julita a ver si esta tiene pájaros rondando por ahí.
En un momento del documental, el mono busca en la cabeza de Julita a ver si esta tiene pájaros rondando por ahí.

Que a sus años aún la llamen por su diminutivo, Julita, debería darnos una primera pista sobre la protagonista de la hilarante –y en gran medida perturbadora– Muchos hijos, un mono y un castillo, el documental que el actor Gustavo Salmerón ha rodado sobre su madre y que se estrena el viernes 15 de diciembre con una expectación tan merecida como insólita. En 88 minutos se concentran décadas de una vida familiar gobernada por los caprichos de una mujer cuyos bienhumorados excesos no conocen límites. El título hace referencia a tres de esos “caprichos” que, cómo no, Julita consiguió. El menor de los seis hijos, Gustavo, decidió hace 15 años que las cosas que contaba su madre merecían grabarse; el gracioso mono no resultó un afable animal de compañía y el castillo… bueno, con el castillo llegó la crisis y la crisis se llevó por delante el gran sueño de Julita.

La película toca un tema pocas veces abordado con tanto arrojo y amor: el de la mujer-niña, la madre-niña, la madre como eterna compañera de juegos, la madre como princesa y monstruo de un castillo de naipes que ningún hijo puede derribar sin lastimarse

Premiada este verano en el festival de Karlovy Vary y después de peregrinar con éxito por otros tantos, se ha querido ver la película de la familia García Salmerón como una metáfora de España, un nuevo El desencanto aplicado a la generación de la bonanza económica, un álbum berlanguiano que con su filtro de vídeo casero encierra las claves de un país tragicómico, una temeraria semblanza de una falangista que soñó con hacer croquetas con la carne de José Antonio Primo de Rivera. Pero Muchos hijos, un mono y un castillo puede ser eso y mucho más. La película toca un tema pocas veces abordado con tanto arrojo y amor: el de la mujer-niña, la madre-niña, la madre como eterna compañera de juegos, la madre como princesa y monstruo de un castillo de naipes que ningún hijo puede derribar sin lastimarse. Hay que remontarse a un clásico como Grey gardens, la película de Albert Maysles sobre Edith Bouvier Beale y su madre, Edith Ewing Bouvier Beale, para encontrar una relación materno-filial tan extravagante, tóxica y, finalmente, hermosa como la que desnuda Salmerón en su película.

Desde que vi el documental mi única y obsesiva pregunta no es qué hubiese hecho yo con una madre así, sino qué tenemos todas de Julita. ¿Qué precio pagan los hijos por las fantasías de sus padres? ¿Por qué todos –hijos, nietos, el paciente marido– le siguen el juego hasta el final? ¿Por qué su hijo menor decidió filmarla en lugar de huir de ella y sus sueños? Rodó más de 400 horas. ¿Se imaginan? Decía Cassavetes, atrapado por una familia de identidad esquizofrénica, que una película debe ser una investigación sobre la vida. Los hijos de Julita conviven con su síndrome de Diógenes como si no fuese un grave problema, aceptan resignados su insoportable dependencia a los objetos, bromean con un trastorno obsesivo-compulsivo que tiene poco de broma. Y lo hacen porque la mujer de 82 años que conserva miles de cosas y trastos bizarros –imposible reproducir aquí su catálogo de disparates, donde lo inútil y superfluo convive con las cenizas de sus padres o las vértebras de su abuela asesinada en la Guerra Civil– aún juega sin descanso con ellos, les entretiene y divierte con su caos vital, con sus historias, con su inagotable bazar de sorpresas. Bajo su paraguas las Navidades (ella pone el Belén en estas fechas y no lo quita hasta entrado el verano) pueden ser eternas. Peter Pan, Alicia en el País de las Maravillas y hasta Charlie y la fábrica de chocolate están en Julita. Castellana y rolliza, vuela desahuciada hacia Nunca Jamás arrastrando detrás a los espectadores, a sus seis hijos, al mono y al castillo.

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Sobre la firma

Elsa Fernández-Santos
Crítica de cine en EL PAÍS y columnista en ICON y SModa. Durante 25 años fue periodista cultural, especializada en cine, en este periódico. Colaboradora del Archivo Lafuente, para el que ha comisariado exposiciones, y del programa de La2 'Historia de Nuestro Cine'. Escribió un libro-entrevista con Manolo Blahnik y el relato ilustrado ‘La bombilla’

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