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Columna
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El valor geopolítico del CETA

El tratado comercial de la UE con Canadá es un buen acuerdo para la gobernanza de la globalización

Federico Steinberg
Activistas protestan contra el CETA.
Activistas protestan contra el CETA.Steffi Loos (Getty Images)

La negativa del PSOE a apoyar la ratificación del CETA ha puesto los acuerdos comerciales en la primera línea mediática. Es sin duda positivo que la opinión pública se interese (por fin) por estos temas. El comercio internacional es la infraestructura de la globalización, genera ganadores y perdedores y, además, como los acuerdos modernos como el CETA versan más sobre estándares y normativas que sobre niveles arancelarios, son esenciales para construir la cada vez más necesaria gobernanza de la globalización. Sin embargo, debatir sobre temas tan técnicos en la plaza pública obliga a un ejercicio de transparencia y rigor que, desgraciadamente, todavía no hemos alcanzado.

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El CETA no es perfecto, pero es un buen acuerdo tanto para la UE como para España. Tiene el potencial de aumentar el comercio y el crecimiento (aunque no demasiado dada la escasa intensidad de la relación económica bilateral); no reduce los estándares laborales o medioambientales europeos porque Canadá es, en muchos temas, más europeo que Europa; e incorpora un nuevo mecanismo de arbitraje en caso de conflictos entre inversores y Estados (que es el tema que más preocupa a la opinión pública y al PSOE) que ofrece más garantías que los actualmente existentes y que pretende ser un modelo para futuros tratados. Pero más allá de todo esto, el auténtico valor del CETA es geopolítico. En un contexto en el que EE UU ha tomado una deriva nacionalista y está haciendo esfuerzos por socavar la credibilidad del sistema multilateral de comercio, aquellos países como Canadá o los miembros de la UE que se sienten cómodos con un orden económico liberal y abierto basado en reglas, deben dar un paso adelante para proteger y renovar el sistema. De lo contrario, el riesgo de deriva hacia una globalización salvaje que acabe dando lugar a guerras comerciales que nos harán a todos más pobres, aumentará.

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En todo caso, defender el CETA no equivale a negar que el libre comercio genere perdedores. Aunque el cambio tecnológico destruye mucho más empleo que la liberalización comercial, quienes se quedan en la cuneta porque las importaciones destruyen sus puestos de trabajo, que además suelen ser los mismos a quienes las políticas de austeridad han golpeado con mayor virulencia, necesitan del apoyo público para reinventarse. Sociedades ricas como las europeas tienen recursos suficientes para establecer estos programas de apoyo que, además, son cada vez más necesarios para evitar la deslegitimación de la globalización. Sin embargo, es exigible que, al igual que es la UE quien negocia los acuerdos comerciales en nombre de sus Estados miembros, sea también la Unión la que establezca estos mecanismos de compensación a nivel europeo. Por eso una unión fiscal, con un pilar social, es cada vez más necesaria en Europa.

Federico Steinberg es investigador del Real Instituto Elcano y profesor de la Universidad Autónoma de Madrid.

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