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TORMENTAS PERFECTAS
Columna
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La cabeza del tirano

El régimen sirio nada espera de esta negociación, a excepción de ganar tiempo

Lluís Bassets

La negociación no siempre es lo contrario del enfrentamiento. A veces es su complemento. Eso es lo que sucede en la conferencia de paz que ha empezado esta semana en Suiza con el objetivo de terminar la guerra civil en Siria bajo los auspicios de Naciones Unidas y la presencia de representantes tanto del régimen de Bachar el Asad como de parte de la oposición armada.

El régimen nada espera de esta negociación, a excepción de la compra de tiempo. Lo compró cuando usó las armas químicas con el efecto de una resolución de Naciones Unidas para su destrucción que ha bloqueado la eventualidad de un ataque como el que terminó con Gadafi. Y lo compra ahora cuando va a sentarse con la oposición para rechazar la idea de un Gobierno de transición que no se halle presidido por el propio asesino en jefe que es Asad.

Su partida es para la oposición un requisito previo, objetivo que coincide con el de Arabia Saudí y Catar, y por supuesto Estados Unidos y la Unión Europea. La cabeza de El Asad es una baza de enorme valor, hasta el punto de que su aparición en la mesa de juego ha impedido la presencia de Irán. Para que el régimen de los ayatolás fuera admitido en Ginebra era imprescindible que aceptara la deposición del responsable máximo de los 130.000 muertos, los ataques químicos, los millones de desplazados y del horror de las imágenes de esos 11.000 cuerpos salvajemente torturados que Catar ha documentado en vísperas de la conferencia.

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Hasan Rohaní, el presidente aperturista de Irán, no ve las cosas así, tal como ha explicado en el Foro de Davos, en la misma Suiza, donde ha proseguido la ofensiva diplomática que acompaña a su hasta ahora exitosa negociación nuclear y al progresivo levantamiento de las sanciones occidentales. Rohaní actúa bajo la vigilancia de los poderes fácticos, es decir, el líder supremo, Alí Jamenei, y los Guardianes de la Revolución, preparados para ceder por intereses económicos en el programa nuclear, pero no a perder su área de influencia en Siria y Líbano. Su interés es una alianza de todos contra el terrorismo de Al Qaeda, cada vez más poderoso dentro de la oposición armada. Está visto que nada sirve mejor a El Asad que el sangriento protagonismo yihadista.

La eventual creación de corredores humanitarios, los intercambios de prisioneros y la declaración del alto el fuego en determinadas ciudades bastan para justificar la conferencia. Pero lo que reúne a los 40 países participantes es la cabeza del tirano, unos para salvarla y otros para cortarla. En cuanto pierda valor ante quienes lo sostienen, Rusia el que más, se convertirá en moneda de cambio y permitirá el desenlace del conflicto. Y esto, al final, es solo cuestión de tiempo. El problema es saber cuánto le queda a Siria para que no se hunda en el vendaval de sangre y fuego de esta guerra civil que va a cumplir ya tres años.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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