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Guggenheim: cómo un buque de titanio revolucionó la economía de Bilbao

El museo, que cumple 25 años en octubre, ha transformado la ciudad. Desde su inauguración suma 23,7 millones de visitantes. El año pasado generó una actividad económica de 197 millones de euros

25 años museo Guggenheim Bilbao
Museo Guggenheim Bilbao, del arquitecto Frank Gehry.Fernando Domingo-Aldama
Mikel Ormazabal

El Museo Guggenheim Bilbao se ha consolidado como uno de los activos económicos más potentes del País Vasco. Además de su imagen icónica, su capacidad para traspasar fronteras, el magnetismo que transmite…, es un imán. Donde antes había abandono e incertidumbre, ahora hay prosperidad y confianza; el polvo de las acerías y las forjas ha dado paso al brillo del titanio; de aquellos astilleros sumergidos en la depresión ha renacido un trasatlántico cultural. En octubre de este año cumplirá 25 años desde su apertura. “El arte inspira futuro” es el lema elegido para conmemorar las bodas de plata. “El museo del mañana”, asegura su director general, Juan Ignacio Vidarte, “tiene que seguir manteniendo la esencia que le ha llevado hasta aquí. Debe conservar el espíritu de reinvención permanente, porque el buen hacer del pasado no garantiza el éxito del futuro”.

Es el mayor proyecto público que se ha abordado en Euskadi. No hay otro con esta dimensión, ni con la misma proyección internacional. En 2021, un año con restricciones de aforo y movilidad por la pandemia de la covid-19, recibió 531.000 visitas (en 2019 fueron 1,1 millones de visitantes) y su actividad económica tuvo un impacto de 197 millones de euros en el PIB vasco. Jon Azua, presidente y fundador de EnovatingLab y vicelehendakari del Gobierno vasco cuando se gestó el museo bilbaíno, opina que “más allá de los indicadores económicos, de la riqueza que ha aportado, la cantidad de actividades que van asociadas, su apuesta por otras áreas de conocimiento…, el Guggenheim Bilbao ha conseguido que hoy nadie cuestione la cultura como elemento de tracción económica, algo que antes en Europa estaba en duda. Es un proyecto de éxito”.

El gran sueño se hizo realidad en octubre de 1997 y al mismo tiempo comenzó a dar sus frutos. El primer año ya se llegó al millón de visitantes. Desde su inau­guración se han contabilizado 23.745.913 visitas hasta el pasado 31 de diciembre, de las que el 61,36% eran de extranjeros —principalmente franceses (17,2%), británicos, alemanes y estadounidenses, por este orden—. Juan Mari Aburto, alcalde de la capital vizcaína, define el Guggenheim como “una gran aventura” en la que hubo que hacer una inversión importante por parte de las Administraciones y lograr una combinación inédita entre lo público y lo privado. “Todo fue innovador, desde la técnica constructiva hasta los materiales. Fue un sueño con los pies en el suelo, porque la inversión se ha recuperado con creces”, destaca. El prodigio de titanio se construyó en cuatro años tras una inversión pública de 140 millones. En estos 25 años ha montado 131 exposiciones temporales y presentado en 71 ocasiones la colección permanente (143 obras de 79 artistas).

Ubicación

“La primera gran aportación del Guggenheim fue en términos de territorio y de medio ambiente”, afirma Roberto San Salvador, catedrático de la Facultad de Ciencias Sociales y Humanas y director de la cátedra Cities Lab de la Universidad de Deusto: “La elección del lugar, en Abandoibarra, fue importante porque era la periferia de Bilbao y aún acogía actividad portuaria y ferroviaria decadente. Seguramente, si se hubiera seguido el criterio de Jorge Oteiza y [el arquitecto] Francisco Javier Sáenz de Oiza de ubicarlo en la Alhóndiga, no habría tenido la función de apertura y ampliación que ha tenido con su actual ubicación. Abandoibarra es hoy un barrio central de Bilbao y probablemente, con el tiempo, se prolongará hacia Zorrozaurre con los proyectos que hay en marcha”, asegura. “El Gug­genheim, además, introdujo un nuevo concepto de urbanismo, antes basado en la ocupación industrial y el desarrollo de viviendas que obligaba a usar el coche, mientras que ahora nos encontramos con que el Guggenheim y su entorno se han convertido en un espacio con mayor presencia de lo verde, de zonas peatonales y para las bicis…”, añade San Salvador.

Con un presupuesto operativo que en 2022 asciende a 30,2 millones, la demanda generada por la actividad del museo bilbaíno en 2021 fue de 197 millones de euros, según un estudio sobre el impacto económico elaborado por la propia institución. De esa cifra, el 13% (25,6 millones) se gastó dentro del museo (entradas, visitas guiadas, tienda, eventos especiales…) y el resto se consumió fuera del recinto cultural, principalmente en la hostelería y la restauración (133 millones) y el comercio local (22,3 millones). Beatriz Plaza, catedrática de Economía de la Universidad del País Vasco (UPV) y autora de varias publicaciones internacionales sobre el Guggenheim, cita los principales valores que envuelven al museo vasco: “Es una obra singular por su diseño y ha adquirido una visibilidad mundial que ni siquiera imaginaba su autor, Frank Gehry. Se abrió cuando internet comenzaba a despegar, y eso también mejoró su posicionamiento internacional. Bilbao dejó de ser una ciudad desconocida. Contribuyó al crecimiento económico del país, se instaló el turismo cultural, contribuyó al desarrollo de las ingenierías y espoleó los servicios avanzados a las empresas y el empleo de calidad”. El año pasado se contabilizaron 3.694 empleos asociados al Guggenheim Bilbao; 101.716 personas y 111 corporaciones son miembros de la denominada Comunidad de Amigos del Museo.

En 2021, el museo aportó unos ingresos adicionales para las Haciendas vascas de 26,8 millones, según el citado informe interno. Azua recuerda que cuando comenzaron las negociaciones con la Fundación Guggenheim “las condiciones que se predefinieron contemplaban que el museo de Bilbao tenía que ser un elemento tractor de la recuperación, internacionalización y modernización de la economía de nuestro país. Era más que un museo. Si se hubiese pensado solo en un museo tradicional y clásico, como los existentes, desde las instituciones no lo habríamos abordado. En la situación de crisis que se vivía entonces, las restricciones económicas no permitían afrontar un proyecto así. Pero se contempló un plan que con el paso de los años se ha consumado. Efectivamente, ha supuesto un acelerador de otros proyectos de la ciudad, un estímulo para la recuperación económica, una apuesta de futuro por la innovación, una apertura al ámbito internacional y un empujón para la autoestima del País Vasco”.

Proyecto en Urdaibai

El Guggenheim quiere replicar su éxito en el área de ­Urdaibai, un espacio natural en Bizkaia declarado reserva de la biosfera por la Unesco. Es un proyecto que se empezó a fraguar en 2008, aunque ha estado varios años encallado. El boceto museístico contempla un edificio de servicios generales en Gernika, un recorrido natural de cinco kilómetros y un centro expositivo en Murueta. “Si el de Bilbao ha sido el museo diferencial del siglo XX”, afirma Jon Azua, presidente de EnovatingLab, “estoy convencido de que será el modelo de los museos y organizaciones culturales del siglo XXI”. “No es ampliar físicamente el de Bilbao, no es construir otro gran edificio, otra joya arquitectónica, sino crear un espacio con obras abiertas, en proceso, que permitan un intercambio cultural entre artistas y público”, añade el también exvicelendakari, quien se muestra seguro de que “sería un catalizador de numerosos proyectos innovadores”. 
Juan Ignacio Vidarte, director del Guggenheim, precisa que este proyecto con casi 15 años de maduración “es una ampliación cualitativa del museo de Bilbao”. “Es una antítesis y un complemento”, explica. Bilbao es un museo urbano y tradicional, de “visita rápida”. En cambio, Urdaibai está concebido como “un museo relacionado con la naturaleza” y pensado para hacer “una visita más lenta”. Tendrá “un compromiso con la sostenibilidad” y hará “énfasis en la relación entre el arte, el paisaje y la ecología”. Aún no hay fechas ni plazos previstos para su lanzamiento porque no existe un acuerdo interinstitucional que garantice la viabilidad financiera.

Desde una perspectiva más intangible, apunta Vidarte, es un escaparate para el exterior: “Es un elemento simbólico muy importante. Por ejemplo, la presencia de noticias relacionadas con el museo en el mundo está en torno a las 20.000 referencias todos los años, que llegan a 4.000 millones de lectores. Esas noticias transmiten la imagen del museo, pero también de la ciudad y del país”. El bum del Guggenheim, añade Vidarte, no se ha dado como consecuencia de un evento aislado, una olimpiada o una exposición universal, como ha podido ocurrir en otras ciudades, sino “gracias a un proyecto surgido del deseo de cambio de la sociedad vasca”.

San Salvador, especialista en el desarrollo de las ciudades, sostiene que, desde el punto de vista social, el Guggenheim es un proyecto con “la intencionalidad de llegar a todos los públicos” y que culturalmente ha introducido “elementos creativos totalmente novedosos”, que han sido aceptados por quienes lo criticaron en sus inicios y tildaron el proyecto arquitectónico de “americanización de la ciudad o invasión de la cultura yanqui”: “Sin querer, forma parte del patrimonio arquitectónico de la ciudad”. Ha adquirido un carácter emblemático y queda emparentado con otros símbolos de la ciudad, como el puente de la Salve, la catedral de Santiago, la Alhóndiga o el campo de San Mamés, que son reconocibles por todo el mundo y pertenecen a la iconografía urbana de Bilbao.

A esto se suma, apunta la economista Plaza, que “ha tenido un efecto directo en la mejora de la oferta de servicios de Bilbao, de su gastronomía, del comercio…, y ha influido también en la mentalidad de la gente”. Y advierte de que el principal reto al que se enfrenta Bilbao es que “la subida de precios asociada al tirón turístico no afecte a la productividad de la ciudad, y eso se consigue con el impulso de nuevos sectores económicos y tecnológicos basados en la innovación”.

Plaza opina que “en la economía son fundamentales los estados de ánimo”, y así se entiende que el tirón que tuvo en sus inicios el Guggenheim “contagió al resto de sectores y dio lugar a todo un plan de creación de centros tecnológicos, planes de innovación, exportación… que ha sido clave, un revulsivo para la economía vasca”.

La apertura del museo, señala José Antonio Garrido, presidente de la asociación Bilbao Metrópoli-30, supuso “un paso importante hacia la centralidad cultural que contribuyó a proyectar internacionalmente la imagen de Bilbao como una metrópoli pujante, con fuerza e identidad propia, así como un lugar reconocido entre las ciudades de la cultura y el arte. Este museo fue producto de una decisión estratégica, una inversión clave y capaz de marcar un punto de inflexión hacia la modernización del País Vasco”.

Programas educativos

El único “pero” que pone San Salvador es el siguiente: “El Guggenheim tiene que ser la punta del iceberg de toda una trama de actividad cultural pegada a la ciudadanía. Todavía podría trabajar más en la socialización y descentralización de la cultura, para que esta llegue a cada barrio, distrito o municipio del área metropolitana con acciones pedagógicas y de fomento de la creación cultural, porque tiene fuerza y contenido para hacerlo. En definitiva, sacar el museo de su espacio para convertirlo en un agente de empoderamiento y generador de creación y consumo cultural”. Según datos del museo, el año pasado 5.182 escolares y 4.938 familias participaron en programas educativos impulsados por el Guggenheim, y 6.003 personas se beneficiaron de la iniciativa cultural TopARTE.

El Guggenheim ha cimentado su identidad como museo especializado en arte contemporáneo, pero abierto a otras épocas, como un divulgador de la obra de los clásicos de la modernidad. Vidarte, su director desde el primer día, concibe así el futuro de la instalación: “El museo del mañana tiene que mantener el ADN que le ha llevado hasta aquí. Para ello tiene que conservar un espíritu de reinvención permanente y reforzar su vocación de garantizar la sostenibilidad financiera y operativa, además de ser ejemplo de la sostenibilidad medioambiental”. Azua insiste en que estamos ante un “excelente museo”, que ha hecho las cosas “muy bien desde el punto de vista museístico y fundacional”. Pero considera que es “mucho más que un museo” al uso, porque se ha erigido en “un elemento acelerador de cambios sociales y de transformación de país”, y esto “hay que cuidarlo”.


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Sobre la firma

Mikel Ormazabal
Corresponsal de EL PAÍS en el País Vasco, tarea que viene desempeñando durante los últimos 25 años. Se ocupa de la información sobre la actualidad política, económica y cultural vasca. Se licenció en Periodismo por la Universidad de Navarra en 1988. Comenzó su carrera profesional en Radiocadena Española y el diario Deia. Vive en San Sebastián.

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