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Así funcionan los ‘rankings’ universitarios internacionales

La presencia en las clasificaciones internacionales refleja el prestigio de las instituciones, analizando aspectos que van desde la investigación y la reputación académica a la empleabilidad y la sostenibilidad

Interior de una biblioteca universitaria.
Interior de una biblioteca universitaria.Robert Bye
Nacho Meneses

Harvard, MIT, Cambridge, Oxford, Stanford... Cada vez que sale una nueva edición de cualquiera de los rankings internacionales de educación superior (ya sea el de Shanghái (ARWU), el QS o el Times Higher Education (THE), por citar tres de los más conocidos) destacando las mejores universidades del mundo, el hecho de no encontrar ninguna universidad española entre las 100 primeras levanta invariablemente muchas cejas, y la reflexión es siempre la misma: ¿dónde se esconden?

Tomando, como ejemplo, el ranking de QS, la primera institución académica española es la Universidad de Barcelona, en el puesto 149. Después vienen la Autónoma de Barcelona (164), la Complutense de Madrid (171) y la Autónoma de Madrid (199). Sería muy fácil argumentar que ello solo evidencia una falta de calidad académica y de relevancia internacional, pero sería una conclusión tan fácil de articular como profundamente errónea. ¿Los motivos? Son muchos, pero los trataremos de explicar a continuación.

Lo primero es poner los datos en una perspectiva correcta: “Si hay unas 20.000 universidades en el mundo con docencia e investigación reconocidas, estar en el Top 200 mundial es estar en el 1 % de las mejores. Y estar entre las 1.000 primeras es pertenecer al 5 % de las mejores”, explican desde CRUE Universidades Españolas. Una evaluación que comparten tanto en QS como en THE: “Aparecer en la lista ya es tener una posición fuerte, y estar en las 200 primeras es un logro espectacular. Pero lo mismo se puede decir del Top 500, donde hay 14 universidades españolas”, recuerda Ben Sowter, vicepresidente sénior de QS.

Otros indicadores sirven también para evidenciar la relevancia del sistema universitario español: es, para empezar, uno de los sistemas de enseñanza superior más sostenibles de Europa, con cuatro universidades en el Top 100. Además, si alrededor del 20 % de la investigación mundial se realiza, en la actualidad, gracias a la colaboración internacional, en España ese porcentaje se eleva al 50 %, ya que la mitad de su investigación se lleva a cabo con socios transfronterizos.

En lo que respecta a sus publicaciones científicas, el 30 % de los trabajos españoles se publica en el 10 % de las revistas académicas de mayor impacto, un 6 % más que la media mundial, según explican desde QS. Solo entre 2018 y 2022, España ha producido unos 420.000 artículos académicos y generado más de 2,5 millones de citas.

¿Para qué sirven los ‘rankings’?

La relevancia, para CRUE, es evidente, “dado que contribuyen a la reputación internacional de la institución y favorecen la movilidad académica y la atracción y captación del talento. No obstante, esto último, en el caso del profesorado, está muy condicionado por las contribuciones y recursos que puedan ofrecer nuestras universidades, que están lejos de las mejores universidades del mundo”. Así, mientras las universidades españolas tienen un gran atractivo entre el estudiantado internacional, no sucede lo mismo entre el profesorado de otros países. Y es que “España gasta, en sus universidades, del orden de un 20 % menos por estudiante sobre el PIB que la media de la OCDE. Y si hablamos del Top 150, entre tres y cuatro veces menos de media”, señalan desde CRUE.

¿Qué impacto tiene disponer de un claustro internacional? Para Sowter, un profesorado internacional planta la semilla necesaria para una colaboración académica entre universidades de distintos países, lo que a su vez mejorará la reputación académica internacional y atraerá un mayor número de citas.

De cara a los estudiantes, este tipo de clasificaciones puede constituir una valiosa herramienta a la hora de decidir dónde estudiar, ya sea en su propio país o en el extranjero. Para el profesorado, puede servir para buscar empleo en instituciones que perciben como más destacadas en sus respectivos campos. Para los Gobiernos, constituyen una fuente de información a tener en cuenta al dar forma a su política educativa. Y, en las instituciones, pueden promover un diálogo constructivo sobre su propio rendimiento: según una encuesta de liderazgo universitario elaborada por la OCDE, un 68 % los usa como una herramienta interna para implementar cambios organizativos, de gestión o académicos, además de ser instrumentales a la hora de identificar otras instituciones con las que asociarse.

¿Qué aspectos analizan?

Para elaborar estas tablas, las organizaciones responsables de los distintos rankings analizan una gran cantidad de información que va desde el prestigio internacional a la producción científica, la reputación académica, la empleabilidad e incluso la sostenibilidad de las instituciones. No todos lo hacen de la misma manera ni con el mismo enfoque: si la clasificación de Shanghái, para algunos la más relevante, se basa en métricas de producción y notoriedad científica (publicaciones, premios Nóbel, etcétera), en THE existe un enfoque más académico y de producción científica, y en QS se incorporan además indicadores relacionados con los resultados laborales y la sostenibilidad. En los dos últimos casos, una gran parte de la evaluación proviene de encuestas de reputación internacionales.

En el caso del ranking de Times Higher Educacion (THE), un 33 % de la puntuación proviene precisamente de una encuesta de reputación académica internacional que sirve para analizar tanto el entorno de aprendizaje como la calidad y cantidad de su investigación. Aquí se examina el prestigio percibido en la enseñanza de las instituciones (por ejemplo, un alto porcentaje de estudiantes de posgrado es indicativo de educación efectiva en los niveles más altos). Un 30 % adicional analiza la influencia de su investigación en trabajos académicos de otras partes del mundo (es decir, cuántas veces aparecen citados). Mientras, en el QS, un 30 % corresponde a la reputación académica percibida y un 20 % a la reputación de los empleadores.

“Las citas nos muestran cuánto contribuye cada universidad a la suma del conocimiento humano: nos dice qué investigaciones han destacado, cuáles han sido recogidas y desarrolladas por otros académicos y, lo que es más importante, destaca aquello que se ha compartido más globalmente para expandir los límites de nuestro conocimiento, independientemente de la disciplina que se trate”, cuenta Phil Baty, director de Asuntos Globales en THE. Solo en su ranking se examinaron 121 millones de citas en 15,5 millones de publicaciones de distinto tipo.

Los ‘rankings’ importan, pero hay más

Uno de los aspectos que conviene tener en cuenta a la hora de considerar estas clasificaciones es que no se trata (ni pretenden ser) el único baremo al que acudir, como recuerda Sowter: “No son ninguna autoridad en la elección individual de nadie. Deberían tomarse como una fuente de información más entre muchos otros factores que usen [por ejemplo] los estudiantes a la hora de tomar la decisión correcta y que son personales para cada uno de ellos (…). Se trata de que la opinión que se formen de la calidad de una determinada institución se base en su propia definición, y no en otra universal para todos elaborada por una organización de rankings que puede hallarse a miles de kilómetros de ellos”.

Por otro lado, las organizaciones responsables de elaborar estos rankings tienen también en cuenta la sensibilidad y los intereses tanto de los alumnos como de la sociedad en general. Por eso, tanto QS como THE incluyen en sus distintas clasificaciones aspectos como la sostenibilidad o la inserción laboral [si bien desde QS afirman ser los únicos que incluyen dichas consideraciones en su ranking principal]: “Esta es una generación de estudiantes que se enfrentan a un mercado laboral muy difícil y a numerosas fuerzas disruptivas; una generación muy concienciada con la sostenibilidad y con la necesidad de que tanto las instituciones a las que acudan, como la educación que reciban, reflejen esos valores”, añade Jessica Turner, CEO de QS.

Cómo mejorar en las clasificaciones

En lo que respecta a las universidades españolas, cabe preguntarse qué pasos podrían tomar para mejorar su posición de cara al futuro. Pero lo cierto es que no hay una única estrategia para ello. No se trata, por un lado, de simplemente publicar más, sino de que la calidad de esas publicaciones sea lo suficientemente buena como para tener un impacto en la comunidad académica global. Por otro lado, “se puede contratar más profesores, o comunicar con mayor eficiencia las capacidades y la reputación de cada universidad... Pero realmente no tiene sentido enfocarse solo en los aspectos medidos por los rankings, ya que hay muchas otras cosas que se interrelacionan con ellos. Así que la mejor manera de mejorar en una clasificación es mejorar la propia universidad, no según los baremos de ningún ranking, sino según el que cada institución haya elaborado para ellos mismos”, reflexiona Sowter.

Entre esos factores, precisa, las peculiaridades de cada universidad constituyen una dimensión crítica que se acabará viendo reflejada en las clasificaciones. “Nosotros usamos dos grandes encuestas universitarias para evaluar la reputación de cada universidad. Y esas encuestas responden no solo a la destreza y el prestigio, sino también a la innovación y a la existencia de un carácter distintivo, según el cual las instituciones entiendan en qué son mejores y sean capaces de ofrecer una identidad propia a su comunidad y a cualquier parte interesada”.

En cualquier caso, como recuerdan desde CRUE, es importante no perder de vista si una universidad realmente contribuye, y en qué medida, “a una verdadera transformación social que mejore la calidad de vida de las personas, con una mayor equidad y sostenibilidad”.

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Sobre la firma

Nacho Meneses
Coordinador y redactor del canal de Formación de EL PAÍS, está especializado en educación y tendencias profesionales, además de colaborar en Mamas & Papas, donde escribe de educación, salud y crianza. Es licenciado en Filología Inglesa por la Universidad de Valladolid y Máster de Periodismo UAM / EL PAÍS

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