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Rescate financiero
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Rescate a España: los malos de la película

Se cumplen 10 años de aquel “crédito en condiciones ventajosas” que pidió Rajoy en junio de 2012. Bruselas y Berlín impusieron duros ajustes, que dejaron cicatrices, y una reforma financiera integral

Wolfgang Schäuble, en una imagen de archivo en el año 2010.
Wolfgang Schäuble, en una imagen de archivo en el año 2010.Omer Messinger
Claudi Pérez

Los economistas y sus ráfagas de pseudoempirismo suelen decir que la memoria económica dura 10 años. Las grandes crisis, sin embargo, dejan cicatrices más profundas, que al cabo de esos 10 mágicos años siguen ahí. Las democracias liberales occidentales, valga la doble o triple redundancia, son intrínsecamente asépticas y suelen cauterizar bien las heridas por profundas que sean, pero esas cicatrices son un recordatorio infalible del daño padecido y el malestar asociado. España y su rescate lo demuestran con creces.

Hace 10 años, el thriller existencial de Lehman Brothers se tradujo en Europa en una crisis oceánica que arrasó Grecia, Irlanda y Portugal hasta llegar a España. Zapatero negó esa crisis hasta que le explotó la mayor burbuja del Atlántico Norte. Con los mercados al acecho, aquello estuvo a punto de llevarse por delante a todo el sector financiero español (y al PSOE, tras aquel “me cueste lo que me cueste” de ZP, pero esa es otra historia). Rajoy ganó las elecciones en 2011 con la promesa de la mayor rebaja de impuestos jamás contada, pero aprobó la mayor subida fiscal de la historia (sus sucesores vienen prometiendo lo mismo aunque todo el mundo sabe que eso no va a ocurrir, pero me temo que también esa es otra historia). “No gastaremos ni un euro en los bancos”, decían entonces Rajoy y Guindos: la verdad —esa bestia escurridiza e inasible, más aún 10 años después— es que España ha gastado ya 73.000 millones en su sector financiero.

En esas llegó el 9 de junio de 2012. Y Rajoy, que había jurado y perjurado que nunca pediría un rescate porque estaba convencido de que con él los mercados recuperarían la confianza por arte de birlibirloque, se vio obligado a solicitar hasta 100.000 millones. “Rescate a España”, tituló El PAÍS, a pesar de que Guindos profundizó en la querencia por las milongas de aquel Ejecutivo y, frente a la suciedad de los hechos, lo denominó “crédito en condiciones ventajosas”. “No es un rescate, es apoyo financiero”, llegó a afirmar con la prima de riesgo en llamas.

Eran días de gran ajetreo en Bruselas. La capital europea es una especie de circo de tres pistas en el que si uno se descuida se pierde los leones, los payasos y la trapecista jugándose el pescuezo. España era los tres números en uno. Y el rescate llegó con cicuta: dureza para la banca, y unas condiciones macroeconómicas que eran como un dolor de muelas.

Las dos hojas de la tijera alemana, ajustes y reformas, fueron algo más suaves que en Grecia, Irlanda y Portugal, porque España era demasiado grande para un rescate completo y porque los tecnócratas veían ya que la austeridad supuestamente expansiva, un error de política económica patrocinado por Berlín que se estudiará en los libros de historia, no acababa de funcionar. Pero Merkel tenía sus propios planes. “Aeropuertos sin aviones, autopistas sin coches, continuos casos de corrupción: ¿qué han hecho ustedes con el dinero europeo?”, se preguntaba furibunda aquellos días ante un grupo de corresponsales estupefactos. El Gobierno de Zapatero, el Banco de España y después Guindos habían metido la pata con medidas profilácticas para las cajas, y las necesidades de financiación, con los mercados cerrados a cal y canto, acabaron abocando a Rajoy a doblar la rodilla, con Bruselas y Fráncfort jugando a subir el fuego de la prima de riesgo para forzar esa decisión.

Una vez solicitado el dinero, España fue una especie de conejillo de indias. Se obligó a pasar por caja por primera vez a los tenedores de deuda de mala calidad: los preferentistas pagaron parte del pato, en un primer ensayo de lo que después ha sido el modelo europeo de resolución bancaria. Alemania y sus intereses, cómo no, estaban tras esa novedad: “Finlandia, Austria y Holanda presionaron, pero fue Alemania quien impuso las condiciones porque quería proteger a sus grandes bancos, que venían del roto que les dejaron las hipotecas basura de EE UU”, según el economista Carlos Martínez Mongay.

La moralina con Grecia había sido brutal: los despilfarradores tenían que purgar sus pecados, y ahí Berlín se cobró su libra de carne. Después, el cuento moral dio paso al interés propio. Los alemanes llevaban años reciclando sus enormes superávits comerciales en las finanzas irlandesas, en las subprime estadounidenses, en las cédulas hipotecarias españolas, en casi cualquier mercado burbujeante. En EE UU tuvieron que rascarse el bolsillo: Washington manda más que Berlín. Pero en Irlanda y España, Alemania impuso su ley: el rescate puso a salvo la formidable exposición de sus bancos al ladrillo español. “El euro es una competición económica de la que Alemania ha salido vencedora”, zanjó Jean Pisani-Ferry en El despertar de los demonios.

El muy olvidable José Manuel Barroso, el ultraortodoxo Olli Rehn (reciclado ahora en banquero central paloma, sorpresas te da la vida), Jean-Claude Juncker y más tarde el supuesto socialdemócrata Jeroen Dijsselbloem, al frente de las instituciones encargadas de tutelar aquel rescate, siguieron a pies juntillas el diktat de Merkel y su poderoso ministro Wolfgang Schäuble, una especie de Moriarty de andar por casa. Schäuble era quizás el más duro en público, ayudado en la sala de máquinas por tecnócratas como el austriaco Thomas Wieser, con el cuchillo entre los dientes en el Euroworking Group (una célula de trabajo aún más oscura que el Eurogrupo), y el enviado del FMI, Paul Thomsen, un danés de lengua afiladísima, el más negro de los hombres de negro. Servaas Deroose, con experiencia en la purga de Grecia, fue el elegido por la Comisión Europea. Ese tipo de halcones proliferaba por aquel entonces: Declan Costello era el jefe del rescate griego y protagonizó varios episodios tremendos; hoy, ojo, se ocupa de España con los fondos del Next Generation.

Pero los Wieser, Thomsen, Deroose y compañía seguían instrucciones: nada de lo que ocurrió hubiese sido igual sin un ministro de Hacienda alemán que en realidad era un abogado ordoliberal (Schäuble), sin un débil y asustadizo presidente de la Comisión (Barroso), sin un BCE que durante la era Trichet fue un completo desastre y sin un Eurogrupo en el que cada uno miraba por lo suyo.

Nada de lo que presumir

El resultado final está plagado de claroscuros. España acabó arreglando sus bancos, pero ni Bruselas ni el FMI ni el Gobierno de entonces tienen mucho de qué presumir. La economía acumulaba dos décadas de fuertes desequilibrios a pesar del “España va bien” de Aznar y del negacionismo de ZP, y tardó años en salir del agujero, con una devaluación interna que dejó sacudidas políticas y sociales. “Buena parte de mi tarea consistió en explicar de la que nos habíamos librado”, escribió Guindos en España amenazada. España, es cierto, se libró del rescate completo, pero en realidad tuvo que acometer una reforma bancaria, un ajuste de pensiones y una durísima reforma laboral, además de un fuerte recorte del déficit y una rebaja de salarios: el equivalente al dichoso rescate completo sin el dinero del rescate completo. Incluso con la ayuda concedida, solo aquel whatever it takes de Draghi evitó males mayores. El historiador Adam Tooze deja algún que otro dardo sobre la gestión española en su imponente Crash: “Rajoy no era precisamente un visionario”, y “Schäuble fue reticente a apoyar a Guindos” a pesar de una visita a la desesperada del ministro a Berlín. Guindos reescribió esa historia a su manera antes de ir al BCE: “Schäuble es admirable en lo personal y ha sido un apoyo de España en los momentos difíciles”.

Diez años después, en fin, puede que la memoria falle, pero las cicatrices —y las libretas de notas de este excorresponsal— siguen ahí. Y hay tres lecciones que no conviene olvidar. Una: que los empachos de deuda originados por superburbujas de crédito suelen acabar mal. Dos: que se puede subyugar a un país de dos maneras, con la espada y con la deuda, pero pese a todas las reglas escritas en bronce siempre es posible encontrar una salida si hay voluntad política. Y tres: que desde un punto de vista abstracto siempre se puede atender una deuda, pero hay un umbral de dolor político, moral, social incluso, más allá del cual esa opción se hace inaceptable. Algún ministro alemán debería llevar tatuada esa frase. Quienes patentaron aquella milonga del “crédito en condiciones ventajosas”, también. La frase es de Jack Boorman: uno de los líderes intelectuales del diseño de los paquetes de rescate del FMI.

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Sobre la firma

Claudi Pérez
Director adjunto de EL PAÍS. Excorresponsal político y económico, exredactor jefe de política nacional, excorresponsal en Bruselas durante toda la crisis del euro y anteriormente especialista en asuntos económicos internacionales. Premio Salvador de Madariaga. Madrid, y antes Bruselas, y aún antes Barcelona.

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