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Reportaje:LIBROS | Perfil

De Hollywood al sitio de Leningrado

Los hay con suerte y David Benioff es uno de ellos. Su sonrisa es impecable y todo lo que le acompaña. Belleza y simpatía que harían de él un firme candidato a actor, ese que ya se despierta todas las mañanas con una de las caras más bonitas de Hollywood, Amanda Peet, a su lado. Pero en la industria del cine, Benioff es un rostro en la sombra oculto tras los libros, escribiendo guiones para otras estrellas y novelas para el resto del público como es el caso de La última hora (Umbriel) y ahora su segunda novela, Ciudad de ladrones (Seix Barral). "No lo llamo suerte. No digo que no exista pero lo que hace a un escritor es la perseverancia de sentarse a escribir. Los hay con mucho talento pero no tienen la paciencia o la disciplina necesaria", se sonríe paladeando uno más de esos cafés con leche y hielo del Coffee Bean que tiene cerca de casa, en Sunset Boulevard (Los Ángeles), y que tanto le gustan. Este neoyorquino de 37 años recuerda en sus palabras a los protagonistas de su último trabajo, el pequeño Lev y el echado para delante de Kolya, amigos a la fuerza en busca de una docena de huevos frescos en el asedio de Leningrado (actual San Petersburgo) durante la II Guerra Mundial. El tesón es lo que les mueve en medio de las situaciones más dantescas donde son capaces de encontrar el humor. A Benioff también le gusta bromear. Ser escritor fue su verdadera pasión, "al menos a partir de los 14", cuando quedó claro que nunca sería un buen jugador de béisbol (deporte del que es forofo de sus adorados Yankees) y que "no tenía talento para ser un rockero de los que ligan". Pero los momentos dantescos tampoco se los quita nadie. "Cuando empiezas una novela no le ves final. Es un túnel sin luz, una página en blanco que no sabes si te llevará años llenar", recuenta de su trabajo como escritor, eso que sólo se llamó una vez publicada su primera novela, La última hora, la misma que le convertiría en guionista cuando Spike Lee le contrató para adaptarla. A partir de ese momento se llama novelista o guionista indistintamente. El trabajo es el mismo: en su estudio, en casa a puerta cerrada para evitar distracciones, y por la noche, cuando Amanda y la hija de ambos, Frances (una A y una F tatúa cada una de sus muñecas), se van a dormir. Así hasta las cuatro de la madrugada, lo que justifica la cantidad de café. "Lo que cambia, y mucho, es el proceso. Es igual de adictivo, pero un guión es un proceso de grupo, incesantes reuniones con productores, estudios y con una fecha de entrega que normalmente son semanas. Además, está todo ese espacio en blanco en la página que te da el diálogo. En una novela trabajas solo, te tiras horas y no llevas ni media página", suspira cansado.

"Lo que cambia, y mucho, es el proceso. Es igual de adictivo, pero un guión es un proceso de grupo y en una novela trabajas solo"

Ciudad de ladrones le llevó siete años de principio a fin. "Con grandes descansos", puntualiza. "Pero mi agente me decía que nunca la acabaría. Y yo también me puse nervioso. Me pregunté si me habría olvidado de cómo escribir una novela".

Si le quedaba alguna duda la crítica las borró cuando recibió este relato con la misma calidez con la que Benioff se queda mirando a un pequeño mocoso que pasa por la calle vestido de Spider-Man. Embobado, no oculta que le gustaría tener más hijos -"queda sitio en la muñeca para el tatuaje", dice mostrando sus venas-. Piensa seguir escribiendo, aunque, asegura, "no hay tantas ideas merecedoras de ser escritas". Los guiones le llegan de forma más fluida, y mientras Lev y Kolya buscaban los huevos frescos en un Leningrado congelado, Benioff hizo doblete como guionista con Troya, Tránsito, Cometas en el cielo o Brothers. Otros trabajos se hicieron más de rogar. "Wolverine siempre fue mi héroe, el tío que me hubiera gustado tener", dice de ese cómic de la Marvel que de niño esperaba cada semana y del que ahora ha hecho guión para X-Men: Origins. "Desde que se estrenó la primera película de los X-Men les perseguí para que contaran conmigo", se ríe de un antojo donde le secunda un público que nunca leerá sus novelas.

Otros héroes de juventud fueron Martin Scorsese, Woody Allen o Spike Lee. "Malas calles, Taxi Driver, Manhattan o Do the right thing me influyeron tanto como Hemingway, Scott Fitzgerald o los grandes autores con los que crecí", admite. Hemingway fue uno de sus referentes en Ciudad de ladrones, en especial Por quién doblan las campanas, un guión en el que trabajó hace dos años para una nueva versión cinematográfica, esta vez bajo la dirección de Michael Mann, con Leonardo DiCaprio en el papel del americano y un reparto enteramente español. ¡Ya tenía las maletas preparadas para vivir un par de años en España! "Es el país con los mejores museos", dice el que siempre suspendió español en el colegio. El proyecto nunca llegó a arrancar pero el guión todavía da vueltas por Hollywood. "Javier Bardem sería un perfecto Pablo pero Penélope (Cruz) sería muy mayor para María", añade como si no hubiera más actores en España. Para lo que no tiene planes cinematográficos es para su propia novela. Novios no le faltan pero es suya. "Ésta no la entrego porque pierdes el control", dice aferrándose al café. No está descontento de cómo quedó su otra novela en cine, pero para Ciudad de ladrones quiere más. Por algo tiene ese punto autobiográfico con el que se ha permitido jugar en esta obra de ficción. "Si ésta se lleva al cine seré yo quien la dirija, algo para lo que todavía tienen que pasar unos cuantos años. Además, en Estados Unidos es difícil encontrar financiación para una película que no transcurre en este país. Y desde luego Ciudad de ladrones no es Batman", se ríe quien tiene suerte pero también toda la perseverancia del mundo. -

Ciudad de ladrones. David Benioff. Traducción de Francisco Lacruz Muntadas. Seix Barral. Barcelona, 2008. 352 páginas. 16,50 euros.

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