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Reportaje:

Lo mejor de David Lynch

Mañana, junto con EL PAÍS, el DVD y un libro de 'El hombre elefante'

Hace años, en el transcurso de una entrevista, me preguntaron qué era para mí un clásico cinematográfico. Seguramente, tardé unos instantes en encontrar las palabras exactas para expresar lo que se me vino a la cabeza, pero recuerdo haber dicho finalmente algo así como "lo clásico en cine se refiere a aquello que trasciende el tiempo". Seguro que no es una respuesta pedante y además nada unánime, pero lo cierto es que entonces, y también ahora, "clásico" no es, desde mi entendimiento, un término peyorativo -para más de uno y de dos, referido a cine, es sinónimo de antiguo, aburrido y formalmente irrelevante-.

Admiro profundamente las películas por las que no vuelan los años, el cine de una pieza, ese cine en el que la imagen y el texto van de la mano. Y me importa un bledo si es novedoso o no, si tiene afán de experimentar o no lo tiene, o si se sirve de planos imposibles y además complicadísimos.

Anthony Hopkins interpreta un papel preciso hasta el milímetro

Confieso que me he sentado a ver de nuevo El hombre elefante (1980) con miedo a encontrarme con una película machacada por los casi treinta años que han transcurrido desde que su director la rodó. Pero no. He disfrutado más que cuando la vi en cine por primera y única vez. Definitivamente, se ha convertido en un clásico.

La película es un cuento hermoso y cruel, como lo son muchos cuentos tradicionales, esos que repetimos de generación en generación. Y como tal está rodado, sin alardes que equivoquen, sin más pretensión que narrar sin estorbos visuales que desvíen la atención de lo importante: qué le ocurre a ese infeliz John Merrick, el protagonista que reclama ser tratado como un ser humano a pesar de su animalesco aspecto. David Lynch eligió el blanco y negro para este cuento, y esa elección ha terminado por ser otro de los elementos que contribuyen a que la película sea de ayer, de hoy y de seguro que también de mañana. Porque desde lo estrictamente formal, el color y sus posibilidades ponen a veces sello de fecha y hora a las películas.

La historia fluye magníficamente, el guión no se detiene en ningún momento y consigue que no puedas ni quieras perderte un fotograma. Y, para rematar, se apoya en unos intérpretes extraordinarios. Hoy seguimos disfrutando del talento de muchos de ellos. Pero hacía años, lo digo en serio, que no veía a un Anthony Hopkins como el de El hombre elefante, preciso hasta el milímetro en un papel que no le permite estridencias, que no deja escapar ni un gesto de más, capaz de sumergirse en el papel como si de su propia piel se tratase.

Ya sé que, cuando se habla de David Lynch, son otras de sus películas -especialmente Blue Velvet (1986)- las que le han convertido en un director de culto. Y soy consciente de que, con toda probabilidad, en esta ocasión no coincido con la mayoría. Pero, en mi opinión, El hombre elefante es el mejor Lynch, el más sencillo, el más directo. En definitiva, el más emocionante.

John Hurt, en <i>El hombre elefante, </i>de David Lynch.
John Hurt, en El hombre elefante, de David Lynch.

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