_
_
_
_
_
Reportaje:

Ver con la mente

Topálov, el 'número uno' mundial, y Judit Polgar, la única mujer en la élite, asombran en un duelo de ajedrez a ciegas en el museo Guggenheim de Bilbao

Leontxo García

El asombro es inevitable cuando un neófito observa una partida de ajedrez a ciegas como las seis que van a disputar en tres días, en el museo Guggenheim de Bilbao, el búlgaro Véselin Topálov, el número uno del mundo, y la húngara Judit Polgar, la única mujer que ha alcanzado la élite del deporte mental desde el siglo XVI. Sin ver las piezas, los jugadores logran una calidad muy alta. Pero eso no es nada si se compara con las exhibiciones que confirman la potencia desaprovechada del cerebro humano: el récord está en 52 partidas simultáneas.

"Esto es de alucine", decían dos jóvenes en el descanso entre las dos partidas de ayer: Topálov ganó la primera y la segunda acabó en tablas, por lo que domina a Polgar por 1,5 a 0,5 puntos. "Pensaba que esto tenía truco, pero he podido comprobar que hay juego limpio. Es uno de los espectáculos mas impresionantes que he visto", comentaba un visitante que no pudo resistirse a entrar en el auditorio, donde ambos ajedrecistas comenzaron con vendas en los ojos -para que las fotos fueran de mayor impacto-, aunque luego se las quitaron para ver el reloj y administrar su tiempo. Entre los dos, un tablero desnudo, sin piezas. Aquél al que le tocaba jugar tecleaba su movimiento o, si fallaba el sistema informático, como ocurrió, lo decía de viva voz.

Esa fascinación ya se producía en el siglo IX: el maestro Said Jubain se sentaba de espaldas al tablero, uno de sus esclavos le dictaba los movimientos de sus cuatro adversarios y él jugaba casi tan bien como en la modalidad normal. Ruy López de Segura, considerado como el primer campeón del mundo oficioso, en el XVI, también causaba un pasmo general en la corte de Felipe II. Dos siglos más tarde, François André Danican Philidor garantizaba el lleno en los cafés de París cuando se enfrentaba con los ojos vendados a varios rivales a la vez. Esas exhibiciones apenas se ven ahora porque el agotamiento que producen exige varias semanas de reposo absoluto: los grandes maestros soviéticos jugaban a ciegas como entrenamiento, pero con la prohibición de disputar más de seis partidas simultáneas. Y, sobre todo, porque el listón de las marcas está muy alto: el húngaro Flesh lo puso en 52 partidas a la vez, con buenos resultados, en 1960.

Salvo en casos excepcionales, la memoria de los ajedrecistas no es fotográfica, sino lógica. Deducen la posición de las piezas a partir de sus relaciones de ataque y defensa. Las excepciones son sencillamente increíbles si no fuera porque se realizaron ante numerosos testigos. El estadounidense Harry Pillsbury (1872-1906) dio una exhibición memorable contra 12 rivales en el club Metropolitan, de Nueva York. Antes de empezar le leyeron una lista de 30 palabras muy complicadas y asociadas a números aleatorios. Entre ellas: "Antiphlogistine, periosteum, takadiastase, plasmon, threlkeld y streptococcus". Tras concluir con ocho victorias, dos empates y dos derrotas, Pillsbury repitió todas ellas varias veces en distinto orden. Considerado como uno de los grandes genios malogrados del ajedrez, murió de sífilis a los 38 años.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Sobre la firma

Leontxo García
Periodista especializado en ajedrez, en EL PAÍS desde 1985. Ha dado conferencias (y formado a más de 30.000 maestros en ajedrez educativo) en 30 países. Autor de 'Ajedrez y ciencia, pasiones mezcladas'. Consejero de la Federación Internacional de Ajedrez (FIDE) para ajedrez educativo. Medalla al Mérito Deportivo del Gobierno de España (2011).

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_