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Reportaje:

Del monasterio al museo

Una exposición en el Museo Marès ilustra la historia de las obras salvadas del expolio del monasterio de Sant Pere de Rodes

A golpes de martillo. Así fue desmantelado el monasterio de Sant Pere de Rodes, espectacular enclave benedictino en el Alt Empordà y joya de la arquitectura románica catalana. Más de dos siglos después de su abandono y consiguiente expolio, la exposición La fortuna de unas obras. Sant Pere de Rodes, del monasterio al museo, abierta en el Museo Marès de Barcelona hasta el próximo 29 de abril, reúne las pocas obras de arte y elementos decorativos, que se conservan en colecciones públicas y privadas, y recorre sus avatares desde que fueron arrancadas de su contexto original. El Marès posee en su colección tres de ellas, incluida la más representativa del esplendor escultórico del monasterio, el Relieve de la aparición de Jesús ante sus discípulos en el mar, obra en mármol del siglo XII atribuida al Maestro de Cabestany, que Frederic Marès adquirió en 1958 al poeta de Figueres Carles Climent y que fue costeada mediante una suscripción pública entre cuyos donantes figuraban Oriol Bohigas, Alfons Serrahima y el vizconde de Güell.

"La causa de la ruina de Sant Pere de Rodes no fue el interés por la escultura románica ni la búsqueda de tesoros, aunque esta actividad se practicaba desde tiempos inmemoriales e incluso estaba reglada como regalía de la Corona. El monasterio fue destruido para aprovechar el material constructivo, sin tener en cuenta ningún tipo de valoración artística", afirma el arqueólogo e historiador Eduard Riu-Barrera, comisario de la exposición y responsable de la primera restauración integral del conjunto monástico, que se llevó a cabo entre 1989 y 1999. Fue entonces cuando, enterrados en un pozo, se halló un conjunto de capiteles desechados, que ahora lucen sus decoraciones junto a dos cornisas con inscripciones y la inquietante cabeza de san Pedro que presidía el portal. En total, se exhiben una veintena de piezas escultóricas, un relicario en plata repujada y media docena de dibujos (incluidos unos planos de Lluís Domènech i Montaner), que evocan una historia larga y compleja, recogida también en el libro que acompaña la exposición.

Falta la gran estatua gótica de san Pedro, en piedra policromada, que no ha sido prestada por la parroquia de El Port de la Selva, donde es objeto de culto desde que, en 1842, fue llevada "por 14 hombres y un carro sin ruedas", según cuentan los anales de la época. Otro reciclaje devocional fue el de la cruz del cementerio de Llançà, formada por tres capiteles y un fuste de columna profusamente esculpido, que a principio de la década de 1970 fue desmontada y sus elementos dispersados. "Un buen ejemplo de la ineficacia de las medidas de protección institucional", señala Riu-Barrera, quien ha podido incluir el fuste en la exposición. La revuelta antifeudal, que impulsó a los habitantes de la zona a saquear el monasterio, no impidió a los más sensibles a la belleza de la iconografía románica reutilizar fragmentos de obras para decorar sus viviendas. Tal como publicó en 1918 Puig i Cadafalch, un conocido capitel de la lucha entre leones se colocó en la entrada de un viñedo, y, según Jaime Barranchina, director del Museo del Castillo de Peralada, todavía existen engastes decorativos inéditos en el interior de algunas casas de El Port de la Selva.

El interés por el patrimonio de Sant Pere de Rodes apareció a principios del siglo XIX coincidiendo con el movimiento del romanticismo. "Fueron monjes quienes lo entregaron al furor enemigo, a la tea del bandido y al azadón de la codicia, se describe con desolación romántica en Recuerdos y bellezas de España", cita la directora del Museo Marès, Pilar Vélez, quien, coincidiendo con el 60º aniversario de la creación del centro, ha concebido la exposición como un homenaje a la labor del coleccionismo privado en la recuperación del patrimonio.

"El gusto por las ruinas desde una perspectiva arqueológica y artística, y más adelante la toma de conciencia de la existencia de un patrimonio histórico y cultural para proteger, permitieron la salvación de un gran número de obras, sobre todo por parte de coleccionistas particulares como Esteve Trayter, el conde de Peralada, el pintor Oleguer Junyent y posteriormente el escultor Frederic Marès", concluye la directora.

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