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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El hechizo de Gustave Moreau

Con el comisariado de Marie-Céline Forest, directora del Museo Nacional Gustave Moreau de París, esta importante muestra del célebre pintor simbolista francés, nacido en 1826 y muerto en 1898, es reseñable no sólo por ser, que yo recuerde, la primera monográfica que se le dedica en nuestro país, sino por su notable envergadura, muy acreditada ésta en el número de las obras acopiadas para la ocasión, más de 150, entre pinturas, pasteles, acuarelas y dibujos, lo cual ha implicado la involucración total en el proyecto del Museo Moreau, que no en balde atesora el noventa por ciento de la obra conservada del artista, pero también, aunque en menor medida, de otros museos franceses. Dotado de fortuna personal y un espíritu generoso, Moreau pudo entregarse a la práctica artística sin las cortapisas de tener que sobrevivir a costa de ella, algo que explica su real independencia, así como el formidable legado testamentario que hizo al Estado francés al donar toda su obra y su propia casa. Quizá por el encanto finisecular de esta suntuosa mansión del pintor, los organizadores de la presente muestra han querido evocar en el montaje el ambiente original, lo cual, aun reconociendo el bienintencionado trasfondo de su intención, no me parece una idea feliz, no sólo porque la teatral carpintería dispuesta para la ocasión, por muy enlucida de rojos profundos que simulan los vuelos cromáticos de los terciopelos carmesíes, no dejan de ser torpes remedos de un original inimitable, sino, sobre todo, porque le dan a este maravilloso pintor el indeseable tono apolillado que se trata de evitar con esta oportuna reivindicación.

GUSTAVE MOREAU

'Sueños de Oriente'

Fundación Mapfre

General Perón, 40. Madrid

Hasta el 7 de enero de 2007

Discípulo de Théodore Chassériau, un muy competente maestro del ultraclasicismo tardío, tocado con las ínfulas del exotismo orientalista, Gustave Moreau fue asimismo un rendido admirador del fogoso colorista Delacroix, con lo que en su destino se cruzaron las dos principales corrientes antitéticas de romanticismo francés, la más dibujística y conceptual y la más cromática y sensual. Moreau, en suma, lo dominaba todo; pero, siendo, sin duda, un incomparable virtuoso, lo finalmente más notable es que poseía una tan fuerte personalidad y una tan vastísima cultura que le permitieron hacer volar su feraz imaginación hasta insólitos y refinadísimos dominios. A partir de este bagaje, no es extraño que Moreau, llegado el momento, se rebelase contra el achatado mundo de los naturalistas e impresionistas y se convirtiera en el principal y más temprano heraldo del simbolismo, una fascinante corriente cultural que, durante el último tercio del XIX, plantó cara a los partidarios de la desespiritualización o desliteraturación de la pintura, aunque en absoluto volviendo la espalda a los grandes aciertos formales innovadores que aportaban éstos. De todas formas, aunque ni Moreau, ni muchos otros de los grandes simbolistas fueron, ni por asomo, unos "academicistas", pagaron el pato de no seguir al dictado las consignas de la entonces vanguardia dominante, que los marginó por atreverse a seguir no sólo narrando historias, sino, además, inspiradas en refinadas fábulas exóticas. En el caso concreto de Moreau, este "pecado" pictórico de lesa literatura se tiñó con los hermosos oropeles de Salambõ, de Flaubert, y de las mórbidas ensoñaciones de las criaturas hiperestésicas y diabólicas, como Salomé, que recrearon los cerebros decadentes de los esteticistas, como Wilde y otros colegas contemporáneos, por lo general, extraordinarios poetas, novelistas y dramaturgos. Todos estos delirios fantásticos se ajustaban a la perfección a la naturaleza intelectual y sensible de Moreau, que les sacó un brillo plástico incomparable.

Aunque en la cuantitativamente generosa selección que ahora se exhibe en la muestra madrileña, habiendo en ella ejemplos de todas las etapas, técnicas y temas más característicos del artista, no están, sin embargo, lógicamente, todas sus obras maestras, ni, por supuesto, como se suele decir, las más emblemáticas, nos ofrece un conjunto muy representativo, que, finalmente, merece ser calificado de apabullante. Porque tal es el poder de encantamiento de Moreau que, quien cae bajo su hechizo, no se libra ya jamás de él.

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