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DIETARIO VOLUBLE
Columna
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Elogio del chisme

Enrique Vila-Matas

1La hijita de Luis XV jugaba con una sirvienta. De pronto le cogió una mano y la observó, incrédula. "¿Cómo? ¿Tienes cinco dedos, igual que yo?".

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Aquí donde estoy, en esta agradable ciudad caribeña, no paro de oír chismes, todo tipo de relatos. El chisme y las novelas (y en parte también los relatos de ficción) han estado siempre emparentados. Y yo aquí, en el Festival de Cartagena de Indias, ando rodeado de cuentistas y novelistas, de modo que no es extraño que oiga chismes a todas horas. Pero uno de ellos -el de la hijita de Luis XV- no me ha llegado por vía oral, sino que lo he encontrado en Museo del Chisme, el libro del argentino Edgardo Cozarinsky. Acaba él de regalármelo, aquí en el patio del hotel Charleston, donde no hace ni dos minutos, me han hablado, también en plan chisme, de un boxeador y escritor cartagenero que no ha sido invitado al festival porque, según ellos, es como una mosca pegajosa y siempre lo será, y por eso nadie puede andar bien con ella metiendo siempre la nariz donde no la llaman.

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Llega Javier Cercas a Cartagena de Indias y nos dice, así como de pasada, que le duele una muela. Al día siguiente, situado entre el público de la platea del romántico teatro Heredia, deja repentinamente de escuchar el coloquio (extraño coloquio, por cierto, pues la moderadora lo hace girar en torno a cómo nos vestimos los escritores para escribir) y pide los primeros auxilios. Al principio, creemos que pide ayuda porque no quiere seguir oyendo disparates. Pero no se trata de eso. Sin que lo sepamos, le llevan directamente de la platea a una odontóloga del centro, y allí la dentista le convence de que lo mejor es extirpar, sin más contemplaciones, la muela. En menos que canta un gallo, se la arrancan. Y, poco después, vuelve al teatro Heredia, disimulando su dolor íntimo. Al día siguiente, en un periódico de Cartagena, puede leerse este titular: "Llega escritor español y pierde muela".

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El chisme, me dice Cozarinsky, es, ante todo, relato transmitido. Puede concebirse que se cuente una trivialidad de un alguien prestigioso, o un algo insólito de un sujeto oscuro, pero difícilmente una trivialidad de un desconocido.

El chisme tiene una gran categoría, ya lo decía mi abuela. Y a mí ahora se me ocurre que Pedro Páramo, la novela de Juan Rulfo, es en realidad un sobrio conjunto de chismes contados por muertos. Y viene a mi memoria Borges: "Cierta vez, una niña argentina proclamó que aborrecía los chismes y que prefería el estudio de Marcel Proust; alguien le hizo notar que las novelas de Marcel Proust eran chismes, o sea (aclaro yo, tardíamente) noticias particulares humanas".

Me encanta la costumbre popular del chisme, una práctica muy viva que es el reverso de esa idea putrefacta que sugiere que hay que abstenerse de comentar la conducta ajena. No meterse en la vida de nadie es una corriente de pensamiento que trata en realidad de evitar que se metan contigo. Claro está que siempre envidié a Samuel Beckett, de quien se dice que no hablaba mal de nadie, que ignoraba la función higiénica de la malevolencia, sus virtudes saludables. Sin embargo, ¿no era Beckett un gran admirador de Proust? ¿Y no es Esperando a Godot un gigantesco chisme sobre la condición humana?

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Invitado a la mesa de una distinguida anfitriona, el elegante poeta Paul Valéry sintió surgir, imperiosa, la emisión del gas, inevitablemente sonoro, imposible de reprimir. En el momento fatídico movió su silla para que el ruido de las patas sobre el parqué cubriese el de sus entrañas. El ardid, desde luego, fracasó. Ninguno de los invitados, imperturbables, se permitió una mirada, menos aún una sonrisa, pero minutos más tarde la dueña de casa, literata y femme d?esprit, comentó: "A veces hasta a un gran poeta le resulta difícil encontrar una rima".

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Cuenta Alfonso Reyes que le contó Gisèle Freund que, cuando Victoria Ocampo recibió en su casa de Buenos Aires, a pan y cuchillo, a Roger Caillois, le ordenó que se bañara todos los días. Un día, la criada se descuidó, abrió la puerta del lavabo, y descubrió que Caillois, sentado junto a la bañera y leyendo un libro, hacía ruido agitando el agua con una mano para hacer creer que se bañaba.

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El calor y la humedad del trópico son asfixiantes a esta hora del mediodía. Apenas lo remedia el gran ventilador blanco que gira muy lentamente en el techo con una mosca muy negra, casi dormida en un aspa. También yo estoy medio adormilado cuando veo en la televisión, con gran sorpresa, que nieva en Barcelona. Como no en balde estoy a 100 metros de la casa de García Márquez, me acuerdo inmediatamente de cuando los habitantes de Macondo descubrieron el hielo. También veo en la televisión el chisme que, con métodos picarescos, le han grabado al antojadizo ministro Sevilla que ha llamado charnego al ministro Montilla. Y confirmo que en todas partes cuecen chismes. Siguen luego más "noticias particulares humanas" a las que los medios españoles dan una cobertura exagerada, como es el caso del Estatuto. Y leo poco después unas declaraciones de Fernando Trueba: "Lo único que puedo decir es que me gustaría ser catalán. Probablemente es Cataluña el lugar donde mejor se vive del mundo. Es una sociedad muy equilibrada, que tiene lo mejor del norte, lo mejor del sur y lo mejor del Mediterráneo, y creo que lo que el resto de España tiene que hacer es aprender de Cataluña".

Por momentos, creo que estoy (o quiero estar) en Barcelona, y sólo el pegajoso calor y el lento y gran ventilador blanco me devuelven a la realidad. Sigo en mi Macondo particular y humano. Recuerdo chismes que me contaron ayer. Y, en fin, me digo que, como decía mi abuela, la tendencia humana de interesarse en minucias ha conducido a grandes cosas.

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