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Entrevista:STANISLAW NAGY | Cardenal de Cracovia y amigo de Karol Wojtyla | EL FIN DE UN PAPADO | Reacciones en Polonia

"La huella que deja en el mundo civil es enorme"

"El cardenal Wojtyla, Juan Pablo II, fue el principal autor del orden de paz y justicia que hoy gobierna Europa. Su influencia en la derrota del comunismo soviético, la liberación de Europa del Este de la dictadura de la URSS, es una cuestión compleja; pero no hay duda de que, sin este Papa, el mundo tendría un perfil distinto y peor". El cardenal Stanislaw Nagy, de 83 años, fue, durante medio siglo, el amigo más íntimo de Wojtyla.

Compañero de seminario, teólogo, primer profesor de ecumenismo en la Universidad de Lublin, Nagy ha pasado los veranos con Lolek en Castel Gandolfo. Es el último purpurado designado, el 21 de octubre, en señal de gratitud "por las largas conversaciones -explica a La Repubblica, horas antes de la muerte de Wojtyla, mientras se dirige a la plaza del Mercado de Cracovia- que han salpicado nuestra vida".

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Pregunta. ¿Por qué, en este momento, recuerda especialmente la actuación política de Wojtyla?

Respuesta. Sigue siendo uno de los misterios más sobrecogedores en relación con la profecía divina de su designación. Ha sido un Pontífice histórico para la Iglesia, pero la huella que deja en el mundo civil es enorme. Su inspiración y su apoyo a Solidaridad permitió que se hiciera realidad un milagro que nadie podía esperar. Después contribuyó a la caída del muro de Berlín y al final del comunismo, que había sobrevivido al nazismo durante 40 años. Encarnó los equilibrios actuales del planeta y tuvo más altura de miras que cualquier cancillería.

P. ¿Fue el Wojtyla ciudadano el que desencadenó la oleada de afecto público que vemos?

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R. La gente reza por él porque asistió por primera vez a un drama vaticano abierto y humano. Ha llegado el momento más difícil del Papa, y todos saben que tenía que llegar. Pero la puerta de Karol no se cerró: ha seguido dejándose ver para demostrar que, a pesar de la muerte, la vida interior continúa, junto a su fe en Dios y la oración. Fue el último mensaje de este Wojtyla que no habló, del heredero de Pedro al que se vio de espaldas mientras seguía el vía crucis del Viernes Santo.

P. ¿Qué ha significado para Polonia la agonía del Papa?

R. Perdemos un regalo irrepetible, una figura profética que ha dado la historia a los polacos y al mundo. Ahora hay que llevar adelante su misión, para bien del pueblo y de la Iglesia. Ello significa permanecer fieles a sus compromisos: Polonia tendrá que asumir el papel que le asignó Wojtyla, en la vida de los católicos y en el futuro de Europa.

P. ¿Alguna vez hablaron del atentado en la plaza de San Pedro?

R. Muchas veces, pero desde un punto de vista distinto al que suele pensarse. Eran reflexiones sobre la vida y la muerte, sobre la mirada que le dirigió la Virgen. Es posible que Wojtyla, en su fuero interno, pensara en el interés de Moscú o de otros países del Este por eliminarle. Pero, para él, el atentado representó sobre todo una línea divisoria en su vida. Dios no había querido llevárselo, y sentía la responsabilidad de honrar el tiempo que se le había concedido en la tierra por encima de los límites de la medicina.

P. ¿Cuál es el recuerdo más vivo de su juventud en común?

R. Son inolvidables las sesiones de esquí y las marchas por la montaña. En Cracovia no se había visto nunca a un sacerdote, luego un obispo, que invitase a los jóvenes de excursión. Para los occidentales es difícil comprender qué representaba aquello en el Este: Karol nos mostraba ya el camino de la libertad, la esperanza, el final del miedo. Recuerdo largos silencios, oraciones, intercambios de ideas que duraban todo un día.

P. ¿Cuál fue el momento más importante de las visitas de Wojtyla a su patria?

R. Dos acontecimientos. Cuando gritó que no había que tener miedo, en 1979, la primera vez que regresó a Polonia como Papa. Dijo que un país extranjero no podía ocupar el territorio de otro. Y Varsovia y Moscú comprendieron que se aproximaba el final del régimen. Y el otro, en el último viaje al santuario de Kalvaria, en 2002: nos pidió que rezáramos por él en la colina de sus vía crucis de niño, antes y después de su muerte. Ningún polaco puede olvidar aquella impresionante petición de piedad.

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia. © La Repubblica / EL PAÍS

Stanislaw Nagy.
Stanislaw Nagy.

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