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Reportaje:OPERACIÓN FURIA FANTASMA

"Victoria o martirio"

La cuenta atrás de un grupo de voluntarios árabes desde su escondite en Faluya

En una pequeña casa de Faluya, una docena de insurgentes están sentados en el suelo, sin apenas luz. Morteros, bombas, explosivos e improvisados lanzamisiles están desparramados por la habitación. Los rebeldes comen arroz de un gran plato compartido, poniendo fin a un largo día de ayuno de Ramadán. Mientras, las bombas caen sobre la ciudad.

La escena es de dos días antes del inicio de la gran ofensiva estadounidense sobre Faluya. Estos hombres barbudos, que defienden la yihad (guerra santa) y las virtudes del martirologio, son el objetivo de la operación: voluntarios de la Asociación para el Monoteísmo y la Guerra Santa, la organización encabezada por Abu Musab al Zarqawi, el esquivo jordano al que los Gobiernos de Irak y de EE UU acusan de haber convertido Faluya en un refugio para terroristas.

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Los hombres visten igual, pero son tan distintos como sus acentos; pertenecen a una nueva generación de la diáspora de la yihad llegados a Faluya de todo el mundo árabe: cinco saudíes, tres tunecinos, un yemení. Sólo tres son iraquíes.

"He tenido una visión: mañana, finalmente, se me concederá el martirologio", afirma un delgado veinteañero que dejó Arabia Saudí hace sólo una semana. "Esto no es justo", bromea el yemení, "yo ya llevo meses aquí". "No te preocupes, Abu Hafsa", tercia uno de los tunecinos. "Es o victoria o martirologio, y ambas posibilidades son un gran honor".

Fuera, proyectiles de artillería disparan sobre una ciudad que ha sido el símbolo de la violencia para una parte del mundo y un icono de resistencia para otro. Los hombres se esconden en un sencillo piso sin muebles del barrio de Jolan. Situado en el noroeste de Faluya, es uno de los distritos tomados por las tropas estadounidenses cuando la batalla finalmente empezó, dos días después.

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El fornido tunecino empieza a contar una historia: "Un amigo resultó herido en un ataque", dice. "Lo llevaron al hospital. Cuando abrió los ojos vio a una bella mujer; se alegró mucho y dio las gracias a Dios porque finalmente se había convertido en mártir, y era recompensado con una de las vírgenes divinas. Pero luego se dio cuenta de que aún seguía vivo y rompió a llorar".

Así es como hablan de la muerte: no con temor, sino con felicidad. La muerte, dice el hombre joven, es sólo la recompensa que están esperando. Mientras no empieza la batalla, recitan versos coránicos, enseñanzas del profeta Mahoma y poesía religiosa que ensalza la belleza del martirologio.

Abu Yassir, un iraquí de mediana edad, es el último en llegar. Es el emir, o comandante, del grupo; un combatiente con más experiencia que vela por los miembros del grupo como si fuera su padre, proporcionándoles la comida. Les lleva el postre: una bolsa con plátanos. Como en la mayoría de unidades vinculadas al grupo de Al Zarqawi, al mando están iraquíes de Faluya, con años de experiencia en el Ejército o en los servicios secretos de Sadam Husein. "No somos gente sanguinaria, pero mataremos a todo aquel que coopere con los americanos", explica Abu Yassir.

La velada llega a su fin. La mayoría se marcha cargando sus fusiles Kaláshnikov. Sólo uno se queda en la casa, recitando el Corán. "Todo Irak es un campo de batalla; si uno cae, otro tomará su posición", añade Abu Yassir. "Tenemos un objetivo: liberar nuestro país de los americanos".

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