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Rock in Rio remonta con Metallica

Lisboa recibe a 70.000 espectadores en el arranque del final del festival

Un espectáculo ante otro espectáculo. El oficial era Metallica reinando en el cartel del viernes, primera noche del segundo y último fin de semana de Rock in Rio en Lisboa. El segundo espectáculo lo constituyó una multitud impresionante de unas 70.000 personas que provocó que la sonrisa aflorase en los rostros de los organizadores, quienes al fin comprobaron cómo sus titánicos esfuerzos se ven secundados por la complicidad del público. Con las bandas y los espectadores en completa retroalimentación, el festival vivió anteayer una noche triunfal en la Ciudad del Rock, un ecosistema que el viernes fue metálico.

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Camisetas negras rockeras, alguna melena -hoy ni tan siquiera los metaleros las llevan-, tatuajes y pañuelos en la cabeza. Éstos fueron los signos externos de que el ambiente propio de los festivales también llegaba a la Ciudad del Rock, recinto descomunal que en ocasiones recuerda a una superficie comercial al aire libre en la que sólo falta patrocinar la hierba. En aquel mar de logotipos publicitarios, anuncios que no cesan de llenar las pantallas entre concierto y concierto, y azafatas que regalan de todo menos lo que con su mirada solicita el público masculino, el rock más machorro y varonil movilizó a un público que hasta la fecha había dado la espalda al festival. Con Metallica, el Rock in Rio comenzó a ser lo que se supone que había de ser: un macrofestival viable y un espectáculo visual incluso por encima de la propia música.

Si ya de por sí resulta hermoso ver a una multitud disfrutando, cuando ésta exterioriza su júbilo levantando al unísono los dos brazos, el espectáculo es ya sensacional, conmovedor, impresionante. Este efecto fideuá ocurrió cuando Metallica interpretó clásicos como Harvester of sorrow, Nothing else matters o Enter sandman, sólo botones de muestra de un repertorio que ya mira más hacia atrás que hacia adelante. Pero sin entrar en disquisiciones sobre la vitalidad creativa de la banda de Ulrich, Hammett y Hetfield, habrá que conceder que su concierto fue apoteósico, una muestra de poderío, solvencia y capacidad de convocatoria espoleada por una multitud que sin duda impresionó a los propios músicos. Porque además la pudieron ver, ya que, al tratarse de un festival pensado también para la televisión -gran parte de su presupuesto se equilibra con derechos de emisión-, el público permanece iluminado constantemente, lo que le hace visible desde el mismo escenario y desde las laderas de la especie de valle en el que se sitúa.

Que la jornada iba a ser triunfal ya se intuía a primeras horas de la tarde, cuando el metro vomitaba riadas de gente que luego desfilaba ordenadamente hacia el novísimo barrio de Belavista, un conjunto de bloques en cuyo diseño los arquitectos se han tomado notables libertades creativas. Entre casas multicolores y la mirada atónita de vecinos que observaban desde ventanas cuadradas flanqueadas por circunferencias de cemento, destacaba el largo río azul de la policía que, apostada llamativamente, flanqueaba a una multitud que cuando el sol aún caía ya estaba levantando polvo frente al Escenario del Mundo. Allí bramaban los guturales Sepultura, que, fieles a su tradición de complicidad futbolera, usaron camisetas de la selección portuguesa de fútbol, una iconografía presente donde quiera que vayas en Lisboa. La banda brasileña tocó el cielo con piezas como Apes of god, Arise o Roots bloody roots, pequeñas muestras de su metal visceral, intenso y agresivo. No menos apoyo tuvieron los histriónicos Slipknot, como siempre con el rostro tapado por caretas tipo La matanza de Texas. Encontrárselos de tal guisa en un callejón de la Alfama garantiza un infarto fulminante.

En una noche tan redonda y triunfal, los guapos del cartel, Incubus, también se llevaron el gato al agua. La banda del atractivo Brandon Boyd, a todo esto ataviado con una desconcertante camisa de cuadros muy poco rockera que contrastaba con el rosario de tatuajes de sus brazos, viene a representar el pop del metal, la formulación más asequible de la música más dura. Por medio de piezas como Megalomaniac, Nice to know you o Whis you where here, Incubus marchó de Lisboa pudiendo afirmar que arrasó.

No pudo decir lo mismo Souad Massi, la estupenda pop-rockera argelina que actuó en el escenario Raíces, algo así como el rincón de la música global que no puede faltar en los festivales que quieren salvar al mundo. En un momento en que no había programación en ningún otro escenario, Souad Massi actuó ante apenas un centenar de extraviados que la miraban con extrañeza. Muy a pesar de sus estupendas canciones, de los trenzados de guitarra y de la espléndida banda que la acompañaba, pasó desapercibida, evidenciando de paso que el Rock in Rio sólo necesita un escenario: el de las estrellas. Todos los demás son un brindis al aire, puro relleno.

El cantante y guitarrista James Hetfield (a la derecha) y el batería Lars Ulrich, durante el concierto de Metallica en Lisboa.
El cantante y guitarrista James Hetfield (a la derecha) y el batería Lars Ulrich, durante el concierto de Metallica en Lisboa.REUTERS

Un rompecabezas que ruge

En la ciudad son fragmentos cuadrangulares de piedra que los operarios municipales colocan lenta y afanosamente, en una operación artesanal que parece acelerarse con la llegada de la Eurocopa. El resultado es un regalo a la vista, una especie de mosaico tejiendo figuras geométricas que se deslizan bajo los pies del peatón. Son las aceras de Lisboa. Parecen vivas, pues como si se hubiese querido respetar la orografía del terreno sobre el que se tienden, las aceras evocan a seres vivos que se ondulan y comban sin llegar jamás a ser completamente lisas.

En la Ciudad del Rock ocurre lo mismo, pero el firme está formado por miles de personas que discurren sinuosa y desniveladamente hacia el lugar donde brota la música. Esta especie de valle en cuya boca se encuentra el escenario principal, enorme, es el corazón del Rock in Rio, una ciudad artificial en la que los humanos son los adoquines que pisan la hierba. Un rompecabezas que ruge.

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