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Columna
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Fantasía desigual

Fascinante en algunos momentos, desigual en otros, llena de equívocos, incompleta siempre, con un montaje cojitranco, por debajo tanto de lo que el título promete, como de aquello que los tres sólidos estudios teóricos que le sirven de apoyo esgrimen. Esas expresiones y otras de parecido corte son producto de las reacciones que nos llegan tras recorrer en varias ocasiones la exposición del Museo de Bellas Artes de Bilbao que lleva por título La ciudad que nunca existió. Arquitecturas fantásticas en el arte occidental.

Encontramos demasiadas secuencias desfavorables y muy pocos advenimientos de lo fantástico arquitectural. Mientras falta el mayor exponente de ese mundo fantasioso, como es Giovanni Battista Piranesi, ponen su lugar tres obras de quien fuera un seguidor suyo, Hubert Robert. Mas antes de seguir convenía preguntarse qué pintan allí la playa gaditana de Patrick Shanahan, las butacas en la arena de Perejaume, los muros desnudos interiores de José Manuel Ballester, el mercado de Mompó, los dípticos serigrafiados en cobre de Cristina Iglesias, la niebla artificial de Ann Veronica Janssens, entre otras prescindencias. Puestos a meter con calzador lo que sea, podían haber exhibido y seleccionado un bodegón de Giorgio Morandi (al modo de una arquitectura de vidrio embotellado) o un personaje atormentado de Francis Bacon (tumbado en un sofá después de un largo paseo por la ciudad), entre otros ejemplos sin ton ni son.

Compensa estos despropósitos lo que nos propone Hans Vredeman de Vries con sus cuadros, en los que, independientemente de los efectos vertiginosos, mareantes y subyugantes producidos por los puntos de fuga, es un maestro en la creación de espacios superpuestos. Próximo a estos cuadros hay una obra de Francisco Gutiérrez (El banquete de Ester), cuyo pretendido o parecido juego espacial resulta inocuo, plano, chato.

Bellísima la obra de Hendrick van Stenwijk. Potentes los dos Bellotto, junto al que es propiedad del museo bilbaíno. Muy aparentes, por su espectacularidad ígnea, los cuadros sobre el tema de Troya, de Francisco Collantes y Juan de la Corte. Misterioso y fantasmagórico el paisaje romántico de Eugène Deshayes. Enigmático atractivo poseen los frescos pompeyanos del siglo I. A destacar, con altísima nota, Giorgio de Chirico, quien aporta una de sus más peculiares y extraordinarias obras de toda su producción pictórica. Por otro lado, en la obra de Paul Delvaux se detecta riqueza imaginativa, no así buena factura ejecutoria.

Decididamente, el hombre es un dios cuando sueña y un sopón cuando realiza.

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